jueves, 22 de marzo de 2012

Escribiendo, que es gerundio


Un bolígrafo azul de punta media y un lápiz de grafito del número dos. Estos son los elementos imprescindibles para disfrutar de la escritura. Y me refiero al acto físico de escribir, de trazar letras y signos ortográficos en un papel.
Como accesorios, están muy bien los lápices de colores, los rotuladores y marcadores con punta de fieltro y los bolis de gel de colores variados (con o sin purpurina flotante).
Pero lo básico es lo básico.

Para mí escribir a mano es un placer.
Escribir con lápiz me gusta, porque me gusta su tacto cálido y porque creo que el lápiz tiene el encanto de lo modesto y lo tradicional. Y porque, si hay silencio, puedo oír ese ras-ras que hace sobre el papel y que me encanta. Es como si el lápiz fuera murmurando lo que va escribiendo.

Además, un lápiz nuevo, de los clásicos, sin florituras, me parece a mí un objeto magnífico y elegante. Tiene la belleza de lo simple, de la eficacia en la sencillez.
Y un lápiz usado, gastado, humilde, con muescas y arañazos, me recuerda lo antiguo, la infancia, y tiene la belleza singular de los abuelos: la que no tiene nada que ver con el aspecto impecable ni la perfección física, sino con el tiempo, con el trabajo, con el servicio prestado, con los ratos pasados con nosotros, limitándose a ser útil.

Por otro lado, escribir con un bolígrafo cómodo, que se desliza con facilidad sobre el papel, con un trazo medio, suave y firme al mismo tiempo, con un azul ni muy claro ni muy oscuro, me resulta –y no exagero- relajante, y me ayuda a pensar y a concentrarme.

Observar el trazo que va dejando el boli me fascina. Casi me hipnotiza. Y que esos signos, esos dibujillos que llamamos letras, vayan apareciendo gracias a unos levísimos movimientos de la mano, me parece cosa de ensalmo.

Sin duda, escribir en el ordenador es físicamente más cómodo, tiene más posibilidades estéticas y prácticas, no sale el llamado ‘callo del estudiante’ en el dedo medio, y no da calambres en la mano.
No está mal. Pero cuando escribimos a mano parece que lo que se dice es más verdadero, más convincente. Porque al escribir a mano a mí me da la sensación de que las ideas bajaran por el brazo, llegaran al boli, y del boli  al papel. Sin entretenerse por el camino, directas a la meta.

Y aunque lo escrito no sea algo personal, me parece que el hecho de escribirlo a mano ya convierte cualquier texto en personal, si no en el contenido, sí en la forma. Porque está escrito con nuestra letra, que es única, así que le hemos dado al texto algo nuestro, exclusivamente nuestro. Le hemos dado personalidad, que no es poca cosa.
De hecho, le hemos dado nuestra personalidad,  si la grafología no nos engaña. 

Porque para escribir una p tengo que hacer un trazo determinado, para escribir una g, otro distinto. Para la s la mano se mueve sinuosa y para la m se divierte subiendo y bajando. Cada letra tiene su movimiento propio. Como pasos de ballet en un escenario de papel.

En cambio, en el ordenador, cada letra tiene el mismo movimiento que las demás: todas las teclas se pulsan de la misma manera.
Esas letras son perfectas, no tienen defectos ni altibajos. No tienen carácter.

Por todo lo dicho, si vuelve a la vida el oficio de copista, avísenme, por favor.
¡Pero no se me lleven el ordenador!


                                               

lunes, 12 de marzo de 2012

Dormir para ver. Segunda parte



Ya comenté en la entrada anterior el pasmo que me produce  la sensación de entrar en esa realidad paralela que son lo sueños lúcidos, y ser conscientes de que estamos soñando y de que estamos en un mundo que no es el real, que es otro.
Pero no es este mi único motivo de perplejidad. 

Hay personas que dicen que los sueños lúcidos han supuesto para ellos una revelación, un cambio en su forma de ver las cosas. Algunos cuentan que después de haber tenido un sueño lúcido han despertado sintiéndose diferentes y que su vida ha cambiado para mejor.


Desde luego, no es mi caso, pero no por eso los sueños lúcidos dejan de ser especialmente fascinantes. Hace algún tiempo soñé que me despertaba y me veía en una situación tan sorprendente y desconcertante que pensaba, en el sueño, que aquello no podía ser verdad y que quizá estaba soñando. 
Me veía nítidamente haciendo un esfuerzo por aclararme, pero al mirar a mi alrededor  lo veía todo tan real y tan exactamente como es, que me convencí de que estaba despierta. Aunque nuevamente, al considerar otras circunstancias, me decía que no podía ser real, que tenía que estar soñando. 
En el sueño no sentía miedo, a pesar de esas circunstancias extrañas.  Mi preocupación era averiguar si estaba  despierta o soñando, y me decía que debía buscar pistas, indicios que me lo aclarasen. Entonces, ocurría algo más, muy extraño también, y entonces me decía a mí misma que éso era la prueba de que estaba soñando, pues algo así no puede pasar en la realidad. Esto hacía que me sintiese muy tranquila. 

En este sueño, por cierto, hay, aparte de la lucidez, otro fenómeno: el del falso despertar, es decir, soñar que nos despertamos, mientras seguimos dormidos.
Y también hay un ejemplo de lo que los expertos llaman “reality checks”, es decir, “comprobaciones de realidad”, que es lo que hacemos cuando en un sueño lúcido buscamos pistas, detalles extraordinarios que nos indiquen que realmente estamos en un sueño. 

Creo que se puede decir que este sueño mío es técnicamente muy completo, aunque, como digo, no me ha reportado ningún beneficio emocional.
Pero, aparte de ese enriquecimiento personal y esa ayuda que parecen proporcionar los sueños lúcidos a algunas personas, y que, como digo, a mí me asombran tanto, también me resulta sorprendente el hecho de que haya, en teoría, técnicas para producir sueños lúcidos a voluntad.

La verdad es que no me parece que un sueño lúcido espontáneo y uno inducido sean exactamente lo mismo. Me parece que el espontáneo es más auténtico. Es decir, si los sueños lúcidos tienen alguna finalidad, en términos psicológicos o biológicos –cosa que ignoro-, entonces los tendremos –si los tenemos- cuando nuestra psique o nuestro cerebro los considere necesarios, por así decir. En cambio, si los provocamos conscientemente, ¿cumplirán la misma finalidad, si es que la tienen?

El caso es  que los que saben de esto dicen que estos sueños lúcidos inducidos son los más claros e impresionantes, y, como hemos dicho, proponen técnicas para entrenarnos en la capacidad de producirlos.
Algunas de esas técnicas son bastante fáciles de llevar a cabo. Otras, en cambio, me parecen una insensatez.

Por ejemplo, una de las fáciles consiste simplemente en leer información sobre los sueños lúcidos, como alguna página de internet que trate sobre el tema,  antes de irnos a dormir.
Otra consiste en rememorar, con el máximo detalle posible, nuestro primer sueño lúcido (si es que ya hemos tenido alguno), y después, cuando nos vamos quedando dormidos,  volver a recordar ese sueño, mientras nos proponemos conscientemente tener un sueño lúcido esa noche.


También se recomienda llevar un diario de sueños, es decir, tener un cuaderno donde ir anotando los sueños de todo tipo que tengamos. Esto lo hago yo desde hace años, como ya comenté, y si bien me ha servido para otras cosas, no me ha dado resultado como método para tener sueños lúcidos.

Y luego tenemos la técnica que se denomina Wake Back to the Bed (algo así como “despertar y volver a la cama”), y que me parece una tortura medieval.
Consiste dicha técnica en irse a la cama y poner el despertador para despertarnos al cabo de seis horas. Una vez despiertos hay que levantarse y espabilarse, y ponerse a hacer algo que mantenga el cerebro alerta durante un rato, entre 20 minutos y una hora.
Al cabo de ese tiempo, hay que volver a acostarse y, mientras nos vamos quedando dormidos, pensar en lo que queremos soñar. 
Fácil, ¿no?

Ironías aparte, qué interesante y qué desconocida todavía es esta capacidad nuestra para soñar, para decirnos cosas a nosotros mismos "desde fuera", para crear imágenes, circunstancias y entornos que nos maravillan, nos emocionan, nos impresionan y nos intrigan tanto.
¿Qué posibilidades tendremos en nosotros mismos, y qué capacidades aún ignoradas?
¿Cómo es posible que algo tan cotidiano y tan natural sea todavía  tan ignoto, desconocido y secreto para nosotros mismos?
Una vez más podemos decir que conocemos mejor el espacio exterior, el cosmos, que nuestro propio universo interior.
Misterios de la vida.


Giorgio Chirico



jueves, 1 de marzo de 2012

Dormir para ver


Ese mecanismo que tenemos en el cerebro y que produce sueños cuando dormimos es algo que a mí me asombra y me fascina.
Y si el hecho de soñar, en general, me causa asombro, determinados tipos de sueños me parecen cosa de pura magia.
Es verdad que a las mentes simples cualquier cosa nos parece magia, pero también es verdad que los sueños tienen una naturaleza ignota y un carácter ultraterreno que a mí me sobrecogen.
Ya comentamos aquí en otra ocasión que tenemos sueños de varias clases, desde los que reflejan imágenes de nuestras propias experiencias cotidianas hasta pesadillas escalofriantes, pasando por sueños premonitorios, sueños compensatorios, sueños reveladores que nos proporcionan la solución a un problema, o esos que llamamos "sueños lúcidos" y que a mí personalmente me inquietan un poco, aunque la situación soñada no sea en sí amedrentadora.
Digo que me inquietan porque tener un sueño lúcido a mí me parece que es como vivir un rato entre dos mundos, el de la conciencia y el onírico; el real y el de la fantasía. Como estar con un pie aquí y otro allí. Como verse atrapado entre dos realidades y no estar del todo ni en una ni en otra.
Aunque, según he leído, unos estudios recientes indican que un sueño lúcido no es ni sueño ni estado consciente ni una mezcla de ambos, sino un estado de conciencia diferente, independiente. Y eso lo saben –o creen saberlo- por los niveles de ondas Gamma que se activan cuando se tiene un sueño lúcido, que son distintos de los de los sueños comunes.

Sin embargo yo, con la tozudez que me otorga la ignorancia, sigo pensando y sintiendo que un sueño lúcido es como asomarse a una ventana y tener medio cuerpo en nuestro mundo y el otro medio en un mundo exterior y con frecuencia muy extraño. Más o menos como el señor Valdemar en el cuento de Poe, aunque sin llegar a tan terroríficas consecuencias, por suerte.

Pero a pesar de que me dan, como digo, cierto miedo, la cuestión de los sueños en general y de los lúcidos en particular me atrae mucho y me interesa, y me gustaría tener sueños lúcidos con más frecuencia.
Aún recuerdo algunos de los que he tenido.
El primero del que fui consciente lo tuve siendo pequeña. Tendría unos siete u ocho años, y me desperté tan asombrada, tan sorprendida, tan pasmada por lo que acababa de experimentar, que tanto el sueño como el asombro se me quedaron grabados en la memoria para siempre.
El sueño era, supongo, propio de la experiencia infantil. Las imágenes, las personas, las palabras del sueño eran las cotidianas, las habituales para un niño, pero, como digo, fue la clase de sueño lo que me impresionó tanto.
Soñé que yo estaba con mis padres en casa de mis abuelos, y por una razón concreta que recuerdo bien,  mi abuela se enfadaba conmigo,  me regañaba... pero yo la miraba muy tranquila y le decía: “No te preocupes, abuela, si esto es un sueño.”

Y hace unos meses tuve otro sueño en el que el nivel de lucidez era extraordinario. Diría que fue, por sus caraterísticas, un sueño lúcido prototípico, con todos los elementos que señalan los expertos.
Algunos dicen, por cierto,  que es posible entrenarse para tener sueños lúcidos...