domingo, 23 de enero de 2011

Querido diario

Recuerdo una ocasión en la que estaba yo hablando con un amigo sobre los diarios. Yo le decía que en diversas etapas de mi vida había llevado un diario, y que era algo muy interesante.
Este amigo dijo que él también, en algún momento, había iniciado uno, pero que se había aburrido en seguida, pues no le encontraba la gracia a eso de apuntar cosas como “hoy me he levantado a las ocho y me he tomado un colacao”.

Está claro que aquel chico no sabía que escribir un diario personal no consiste en levantar acta, o por lo menos, no solo en eso.

Guiándome exclusivamente por mi experiencia personal, puedo decir que un diario es mucho más que un mero recuento de acciones.
Es, por ejemplo, una buena herramienta para entender las circunstancias, entendernos y conocernos a nosotros mismos, y entender a las personas con las que compartimos experiencias.
Porque cuando ponemos las ideas y los hechos por escrito los vemos de manera diferente, con más claridad, con más objetividad que si los tenemos dando vueltas como peonzas en la cabeza, desordenados y chocando unos con otros.
Y esa claridad y objetividad, lógicamente, nos facilitan mucho la tarea de hallar una solución a un problema, tomar una decisión, entender una reacción, etc.

Poner las cosas por escrito, ordenadas y racionalizadas, es la mejor forma de verlas con cierta perspectiva o distanciamiento, y por lo tanto, de enfrentarnos a ellas con más serenidad y de manera más positiva.

Además, cuando tiempo después he leído fragmentos de los diarios que escribí en otro momento, me he dado cuenta de que muchas de mis aflicciones cotidianas no eran como me parecían entonces, sino menos graves y  menos trascendentales.
Es decir, un diario nos puede hacer ver que ahora probablemente pasa lo mismo: seguramente las cosas son más sencillas de lo que pensamos, aunque todavía no tenemos perspectiva suficiente para darnos cuenta. Pero al menos seremos conscientes de esta posibilidad, lo cual es mucho.

Y el diario también me muestra cómo actué ante un revés, ante una situación conflictiva, y las consecuencias, positivas o negativas, de tal actuación.

El diario es entonces como un amigo que nos echara una mano, un amigo con más experiencia –y mejor memoria- que nosotros.

Por otro lado, anotar en un diario nuestros proyectos, nuestros planes, nuestras aspiraciones, nos ayudará a centrarnos en lo que pretendemos alcanzar y mantener el rumbo que nos conviene. Es como un compromiso que firmamos con nosotros mismos, como un contrato que nos incita amistosamente a no perder de vista nuestros objetivos.

Y qué decir del diario como mero ejercicio de musculación cerebral. Probablemente no nos daremos cuenta, pero mientras escribimos nuestro diario estamos ejercitando la memoria una barbaridad, sobre todo si escribimos, por ejemplo, una vez a la semana.

Y además, si analizamos los hechos que relatamos, y vamos anotando conclusiones, ideas, reflexiones, etc, entonces el entrenamiento intelectual es completísimo, me parece a mí.

Por todo esto creo que se equivocan quienes consideran que escribir un diario es solo cosa de adolescentes, que quieren dejar constancia escrita de sus avatares y sus turbulencias, que a ellos les parecen lo más importante del mundo (y probablemente lo sean).
Es verdad que la adolescencia es una época propicia para iniciar un diario, pero no hay razón para, pasada la edad bulliciosa,  descartar tal actividad, que tiene sin duda propiedades terapeúticas para el alma.

Si se tercia, otro día podríamos hablar de los personajes ilustres, como Lewis Carrol, Virginia Wolf, George Washington y tantos otros, que escribieron diarios a través de los cuales conocemos no solo sus pensamientos y circunstancias personales sino también la historia de nuestro mundo.
O de obras literarias con forma de diario, desde, por ejemplo, Drácula hasta El diario de Bridget Jones, pasando por las Memorias de Adriano, El color púrpura, el Diario de un jubilado...
O de los blogs-diario, como la expresión más actual  de una actividad tan clásica...




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lunes, 10 de enero de 2011

Parejas complejas 4

Una vez una compañera de la facultad estaba con una amiga suya en una terraza tomando un refresco o similar.
Se acercaron a ellas dos mozalbetes y entablaron conversación. Uno de ellos le preguntó a mi amiga a qué se dedicaba, y ella le dijo que estudiaba Filología.
“¿Y eso qué es?”, preguntó el muchacho.
Y el otro, más espabilado, respondió: “Hombre, Filología. Lo de los sellos”.

El chico, claro está, confundía filología con filatelia, que si bien comparten el prefijo  no se parecen tanto, creo yo, como para prestarse a confusión.
Stamp : Close up of ancient old postal stamps 
filología: amor o interés por las palabras y el lenguaje.
filatelia: amor o interés por los sellos.

Y si podemos confundir casi cualquier par de palabras que se asemejen ligeramente entre sí, entonces cuando hay palabras que se parecen una barbaridad, sin duda, tarde o temprano, acabaremos confundiéndolas sin remedio.
Por eso no me extrañó escuchar a alguien diciendo en la tele que la relación entre Pepito y Juanita "era una falsa".
Bueno, seguramente la tal Juanita era más falsa que un euro de cartón, y lo mismo el tal Pepito, pero lo que pegaba ahí era decir que la relación era una farsa:

falsa: contraria a la verdad; persona que falsea o miente.
farsa: enredo, trama o tramoya para aparentar o engañar.

Muy parecida es la equivocación que se produce entre harto y alto.
En diversas ocasiones he oído o leído que algo es “alto difícil”, cuando, evidentemente, se debe decir 'harto difícil', 'harto improbable', etc.
Tall Man Cartoon : Juggler
alto: levantado, elevado, de gran estatura.
harto: bastante, sobrado.

Parece que harto y farsa a algunos les suena un poco basto (que no vasto), como decir mardito en vez de maldito, o arguno en vez de alguno.
Pero podríamos decir perfectamente que un tipo es harto alto.

Lo que sí que resulta harto inapropiado es encontrar  confusiones entre palabras similares en un crucigrama, nada menos. Pero la encontré, un tórrido día del pasado verano. 
El crucigrama daba una definición que encajaba con la palabra enjuagar, pero lo único que cabía en las casillas era enjugar. Verbos que no sólo no significan lo mismo, sino que son prácticamente lo contrario, pese a su gran parecido físico:

enjuagar: limpiar con un líquido; lavar ligeramente; aclarar y limpiar con agua.
enjugar: quitar o absorber la humedad superficial; secar.

O sea que si lavamos algo, primero lo enjuagamos y luego lo enjugamos, fíjate.

Y ya que hemos topado con 'absorber', hay que reconocer que también tiene muy mala idea la pareja formada por absorber y absolver.
absorber: chupar, empapar, aspirar; atraer, fascinar.
absolver: declarar libre de responsabilidad penal al acusado de un delito; exculpar, indultar, perdonar.

Lo que no tiene perdón es la confusión, mil veces producida, entre nobel y novel.
El ejemplo más reciente lo encontré viendo un trailer de una película en el que aparecía el rótulo “del director nobel…”, como si le hubieran dado al señor un premio de la Academia sueca.
Que no digo yo que no se lo merezca, eh, pero el caso es que el director era novel, que viene a ser lo mismo que novato:

nobel: Premio otorgado por la fundación sueca Alfred Nobel; persona o institución galardonada con este premio.
novel: que comienza a practicar un arte o una profesión, o tiene poca experiencia en ellos.

Aunque algunos, como Obama, son capaces de rizar el rizo y ser al mismo tiempo novel y nobel: presidente novel y nobel de la Paz. Ahí es nada.

Obama : A portrait of President Barack Obama standing at a podium with the American Flag behind him