domingo, 20 de diciembre de 2020

Invitados

En estos días de diciembre, cuando un año va terminando y otro está a punto de empezar, parece que el aire se vuelve diferente. Parece que los días saben que son especiales, que marcan una frontera, ilusoria pero significativa, y el ambiente se vuelve festivo, colorista, y algo melancólico también. Hay una sensación de despedida y de novedad, como el reptil que deja atrás su chaqueta usada para empezar a lucir la nueva; una sensación de cambio, de renovación, de esperanza de algo mejor, que este año, por cierto, se acentúa de una manera singular.

Y como es época de tradiciones, nosotros, siguiendo nuestra particualr tradición bloguera, hemos vuelto a invitar a unos cuantos amigos sabios para que nos acompañen un ratito con sus sabias palabras, con algunas ideas que nos reconforten, que nos insuflen pensamientos vivificantes y que nos lleven a reflexionar sobre la vida y el mundo, sobre nosotros mismos y nuestra experiencia.  

En esta ocasión los invitados nos hablan, de una manera o de otra, sobre la felicidad, ese estado misterioso que tanto obsesiona al ser humano y cuya fórmula varía constantemente, según quien la defina, según quien la analice. 

Quizá una manera de alcanzar la felicidad, o al menos acercarnos a ella, sea la sabiduría, y para llegar a ella Pessoa cree que se debe evitar en lo posible que las circunstancias externas afecten demasiado a nuestro ánimo, para lo que sería necesario una vida interior satisfactoria:

"El verdadero sabio es aquel que se dispone de manera que los acontecimientos exteriores lo alteren mínimamente. Para eso necesita acorazarse, rodeándose de realidades más próximas a él que los hechos, y a través de las cuales los hechos, alterados de acuerdo con ellas, le lleguen." 

                                                                            Fernando Pessoa. Libro del desasosiego (1913-34)


En lo que todo el mundo parece estar de acuerdo es en que la felicidad es algo relativo, pues casi siempre depende de las emociones previas que hayamos experimentado: 

"Cuatro o cinco días después saboreaba ese rápido, inefable e irreprimible momento de gozo que sucede a un dolor punzante, a una preocupación, a una incomodidad..."

(Joaquim María Machado de Assis. Memorias póstumas de Blas Cubas (1881)


"La felicidad, según le había enseñado la vida, es una cuestión de grados, que hay que medir respecto al sufrimiento o la preocupación o el aburrimiento que la hayan precedido." 

Janet Mcneill. Tea at four o’clock (1956)


La felicidad es incompatible con el miedo. El miedo se adueña de nuestro corazón, de nuestra mente, de nuestra vida, y no nos permite la serenidad, que es hermana de la felicidad. En muchas ocasiones no es la realidad lo que más nos asusta, sino la imaginación descontrolada:

"El miedo es un espejo deformador: cualquier detalle casual se convierte por su fuerza exageradora en algo de dimensiones terroríficas, de claridad caricaturesca; y una vez atizada, la fantasía persigue incluso las posibilidades más increíbles y rocambolescas."

Stefan Zweig. La embriaguez de la metamorfosis (c. 1926)



Y por último, si hemos sido felices la muerte nos asustará menos. Quizá quien no se siente satisfecho con la vida que ha llevado se resista a abandonarla, paradójicamente, tal vez esperando una última oportunidad de disfrutarla. En cambio, cuando la vida ha sido satisfactoria el final se acepta mejor:  

"Puesto que he disfrutado de una buena vida, aceptaré la muerte con toda la alegría posible cuando me llegue [...] También me gustaría que aquellos que me sobrevivan -parientes, amigos y lectores- eviten perder el tiempo y amargar sus vidas con duelos y tristezas inútiles. En vez de eso, deberán estar felices, en mi nombre, porque mi vida ha sido muy buena."

Isaac Asimov. Memorias (1992)


*

Con mis mejores deseos para todos ustedes, para todos nosotros.





viernes, 4 de diciembre de 2020

Remordimientos literarios

Hace poco estuve hablando con un amigo sobre los relatos de Salinger, y salió a colación esa biografía sui géneris escrita por Ian Hamilton y titulada En busca de J. D. Salinger. 

Como quizá sepan ustedes, este libro es una versión remodelada de una obra anterior por la que Salinger demandó a Hamilton, al considerar que atentaba contra su derecho a la intimidad. Porque, entre otros detalles, la obra reproducía cartas privadas sin que él, Salinger, hubiese dado consentimiento para ello.

Salinger consiguió que se prohibiera la publicación de dicho libro, pero Hamilton no se quedó quieto. Al contrario, disfrazó la obra, le dio unas vueltas, y la publicó no como biografía sino como ensayo o investigación sobre el famoso autor de El guardián entre el centeno.

El caso es que esta charla con mi amigo me  llevó a recordar un trabajo sobre Salinger que hice en la universidad, para la asignatura de Literatura norteamericana, y que me causó una extraña pesadumbre.

Recordé cuánto disfrutaba yo indagando por ahí, en busca de información sobre Salinger, estudios de sus obras, etc. Pero lo que mejor recuerdo es que al mismo tiempo que disfrutaba me sentía mal. Y es que por un lado me encantaba la tarea de investigar y escribir sobre un autor por el que tenía una consideración especial (y tal vez algo adolescente, lo reconozco), pero por otro me sentía culpable justamente por eso, por indagar en su vida, sabiendo lo celoso que él había sido siempre de su intimidad y su privacidad. Mi trabajo, pensaba yo, era algo que iba en contra del respeto que sentía por él, como autor y como persona.

Pero esta contradicción que me mortificaba no quedaba ahí. Porque además me molestaba que los estudiosos, los críticos, los periodistas, no dejasen de elucubrar sobre Salinger y escribir sobre él; me molestaba que durante toda su vida el escritor se hubiese sentido perseguido por sus admiradores; que no lo hubiesen dejado en paz. Que no hubiesen respetado ese deseo suyo, tan walseriano,  de no ser nadie, de huir de la notoriedad... pero al mismo tiempo yo era la primera que andaba buscando artículos y ensayos que me diesen información sobre él.

Por otra parte, le cogí mucha manía a Ian Hamilton, por haber escrito esa  obra que tanto enfadó a Salinger y por haberse salido finalmente con la suya mediante un subterfugio literario. Y al mismo tiempo, cómo no, me moría de ganas de leerla.

Lo cierto es que cuando empecé a leer In Search of J. D. Salinger me sentía como una intrusa, casi como una espía, por estar leyéndolo en vez de respetar la intimidad de mi admirado escritor. Qué remordimiento.

Ahora creo que en el fondo de esas contradicciones mías, de toda aquella desazón, de ese querer y no querer, yacía un deseo romántico: la ilusión de un complot mundial, de una especie de cruzada literaria, por la que todos los lectores y admiradores de Salinger boicoteásemos la venta de biografías y cualesquiera libros que especulasen sobre él; que nadie los comprara ni los leyera nunca; que amarillearan ignorados en los sótanos de las editoriales, de las distribuidoras, de las librerías.

Pero, ahora que lo pienso, esta pretensión de condenar libros, de penalizar unas obras que podían ser interesantísimas, serias y eruditas, también se contradice con mi amor al estudio y mi espíritu bibliófilo...

En fin, lo dicho: un sinvivir.