viernes, 26 de noviembre de 2010

La RAE se las trae (o eso dicen)


Hace tres días escribí la entrada que ahora publico aquí. En ella me refiero a los cambios ortográficos que se proponen desde las instituciones y que tanta polémica han generado entre los hablantes informados. Empiezo refiriéndome, cómo no, a la pobre 'i griega'.
Pero hete aquí que hoy mismo leo la noticia de que las instituciones que habían propuesto ese cambio han rectificado -por mediación de la RAE, que ha oído las quejas suscitadas- y tal propuesta parece ser que quedará anulada. Igual que se está contemplando la anulación de otras. 
Es bueno que las instituciones presten oídos a la opinión de la calle, pero mejor aún es que haya opinión en la calle sobre un asunto tan propio y a la vez tan ignorado como es el idioma.
He aquí la entrada:

Aunque creo que, como ha dicho Javier Marías, antes de opinar deberíamos esperar a tener en la mano la obra terminada, me voy a atrever a dar mi parecer sobre algunos de los cambios que se presentan en la nueva edición de la Ortografía de la Real Academia Española.

Ortografía RAEMe parece que uno de los  que más polémica ha generado (incluso entre los propios académicos) es el del nombre de la letra ‘y’. 
En el Diccionario de la Lengua Española (RAE, 2001) se dice que el nombre de esta letra es i griega o ye, pero lo chocante es que se pretenda que ahora todos los hispanohablantes la llamemos ‘ye’ y hayamos de olvidarnos de la denominación “i griega”. ¿Por qué?
También dice el Diccionario que la ‘b’ se llama be, be alta o be larga, y que la ‘v’ se denomina uve, ve, ve baja o ve corta.
Es verdad que a lo mejor son demasiados nombres para una cosilla tan chica, y por eso se  propone que a partir de ahora se llamen respectivamente ‘be’ y ‘uve’ exclusivamente.
Pero no me parece posible que los hispanohablantes de los países latinos se avengan a cambiar su forma de nombrar estas letras.
Dicen los expertos que es bueno unificar la denominación de las cosas, sean letras o sean lo que sea. Vale, será bueno, pero ¿es necesario? Y sobre todo, ¿es factible? Yo humildemente creo que no.
Ni necesario ni factible, porque un nombre asociado a un concepto es algo tan difícil de separar como las dos caras de una moneda.
Así que yo me atrevería a decir que esta pretensión está destinada a fracasar.
El secretario general de la Asociación de Academias, señor López Morales, ha señalado que el cambio de nombre de las letras es solo una propuesta y que si tal propuesta no triunfara, en la siguiente edición de la Ortografía se daría marcha atrás.
Pues esperaremos y veremos lo que ocurre.
Sí me parece razonable, en cambio, otra de esas supuestas novedades ortográficas anunciadas por la prensa como si fueran una ocurrencia mañanera de los académicos: que deje de usarse la tilde del adverbio solo.
Hasta ahora siempre habíamos estudiado que hay dos clases de solo: uno que es adverbio, que significa ‘solamente’ y que lleva tilde, y otro que es adjetivo, que significa ‘en soledad’ y que no lleva tilde. Y por eso escribíamos:
Quiero estudiar solo (sin compañía) y Quiero estudiar sólo (únicamente)

Con esa tilde se buscaba evitar en la escritura la ambigüedad producida por la homografía. 
Pero la verdad verdadera es que los casos en que esta ambigüedad se produce son poco frecuentes y además el contexto suele bastar para dejar claro el verdadero significado.
Y, por supuesto, siempre podemos expresar la idea de otra manera menos conflictiva. Porque en realidad ¿no suena raro eso de 'quiero estudiar sólo? ¿No es más natural decir 'solo quiero estudiar'?).
Otro ejemplo: si decimos 'Este verano voy solo a Mallorca', la ambigüedad está servida, pero podemos decir  'Este verano voy a Mallorca yo solo' o 'Este verano voy solamente a Mallorca'. Y evitamos esa tilde que, por cierto, no todo el mundo usa o no todo el mundo usa correctamente ni sabe apreciar la diferencia que implica.
De hecho, en la lengua hablada, donde no hay tildes, para evitar la ambigüedad recurrimos a lo mismo: se cambia el orden de las palabras, se añade alguna otra, se hace una pausa, se entona de determinada manera…

Además, lo mejor de todo es que si prescindimos de la tilde, podremos contar por escrito, sin que pierda la gracia, el chiste de los mantecados:
-Ayer me comí un kilo de mantecados.
-¿Solo?
-No, con pan.

Como decíamos, esto no es una decisión repentina: hace décadas que la norma ortográfica indica el uso de la tilde exclusivamente para los casos de evidente ambigüedad. Por eso la RAE, en su Diccionario, señala que el adverbio se escribe “solo o sólo”.
Y por otro lado, en el Panhispánico de Dudas se dice que la tilde de sólo sirve para distinguir el adverbio del adjetivo pero que “también puede deshacerse la ambigüedad sustituyendo el adverbio solo por los sinónimos solamente o únicamente”.

También se ha acordado que no es necesaria la tilde en los pronombres demostrativos(este, ese, aquel, esta, esa, aquella, sus plurales y esos, estos, aquellos), por la misma razón: los casos de ambigüedad son pocos o rebuscados y se resuelven fácilmente por esos otros medios que nos proporciona la lengua.

Como se ve, la única novedad es que ahora - si es que finalmente se fija tal modificación- se recogerá ‘oficialmente’ en una publicación lo que es norma o recomendación desde hace luengos años.
Otro tanto ocurre con la supuesta ‘desaparición’ de las letras (dígrafos exactamente) 'ch' y 'll'.
Me parece que hace años que los niños recitan el abecedario diciendo A, B, C, D … K, L, M…, así que no es novedad que chapuza, chivato o chorizo aparezcan en el diccionario como parte de la letra C, puesto que las palabras que empiezan por ‘ch’ ya aparecen entre cevichero y cía; y las que empiezan por ‘ll’ aparecen entre lizo y lo, es decir, dentro de las entradas C y L respectivamente.
La única diferencia es que hasta ahora el inicio de la ch y la ll se ha destacado con negrita y a partir de ahora, imagino, no se destacará. Pero seguirán estando en el mismo sitio.
Además esto es algo que ya se anunciaba en la anterior Ortografía de la RAE, de 1999, como respuesta a una petición de diversos organismos lingüísticos internacionales para que el abecedario español se unifique con el alfabeto latino internacional.
Es decir, que la nueva Ortografía lo que hace es reflejar un acuerdo de hace más de diez años.

Sin embargo, y al margen de esto, lo de la unificación alfabética creo que sigue siendo imposible. Porque tenemos en nuestro alfabeto una letra, la ‘ñ', que no existe en otros alfabetos latinos, con lo cual  tal unidad alfabética sigue siendo incompleta.
Quizá haya que preguntarse nuevamente si la dichosa unificación es tan importante, o si en realidad no pasa nada por que haya diferencias dentro de un mismo idioma y un mismo alfabeto.

Y otro ‘ajuste’ ortográfico que a mí personalmente me parece razonable, es que se escriba Catar e Irak.
Porque si decimos Londres en vez de London, y Florencia en vez de Firenze, encuentro lógico que se españolicen también Qatar e Iraq.


Con respecto a los demás cambios propuestos por la Academia, me imagino que tienen detrás también una razón, que nos parecerá más o menos fundada y con la que estaremos más o menos de acuerdo.
Pero yo no tengo todavía un juicio formado al respecto, por lo cual me abstengo de opinar, por lo menos de momento.


Diccionarios RAE


(Aquí, Sin reglas no te arreglas)


viernes, 12 de noviembre de 2010

Sin reglas no te arreglas



La Real Academia de la Lengua Española va a publicar próximamente, como es  sabido, una 'nueva' Ortografía, es decir, un libraco en el que se recogen las reglas del correcto escribir.

Y seguramente también es sabido que no han faltado la polémica, los desacuerdos y las reacciones airadas ante la aparición de dicho volumen.
Pero es que, me parece a mí,  algunos medios, por la forma de hablar del asunto, han dado a entender que a partir de ahora tendremos nuevas reglas para escribir.
No es así ni mucho menos, y quizá me anime próximamente a dar mi modestísimo punto de vista sobre el asunto.
Lo que  sí es verdad es que muchos se quejan de la RAE, diciendo que ordena y manda, que impone  normas a su antojo y que hace barbaridades con el idioma, admitiendo lo inadmisible o anunciando que hablar y escribir así o asá está muy feo.


ortografía RAEMi humilde opinión al respecto es que no hay motivo para tales enfados. Más que nada porque la RAE no manda ni puede imponer tanto como algunos creen. 
Por un lado, la RAE actúa como observador, toma nota de cómo se usa el idioma y lo refleja en sus diccionarios y manuales.
Y por otro, claro que establece normas y reglas, pero igual que las establece Tráfico, y la Federación de fútbol, y las asociaciones de vecinos. Y los que juegan al parchís.
Porque si no hay normas el mundo no funciona. Así de simple.
Después  cada cual  decide: o sigue las normas o se las salta, pero luego no vale quejarse.

Y con la lengua pasa igual. Para que funcione, para que cumpla su función -la comunicación entre los hablantes-, tiene que estar regulada y ordenada, que para eso es un código.  
Porque si cada uno escribiéramos, habláramos y usáramos el idioma como nos pareciera, la comunicación se volvería caótica y arbitraria, y llegaría un momento en que no nos entenderíamos.
Bueno, de hecho creo que ese momento está llegando ya.
Hoy día, y gracias a internet, mucha gente que antes  nunca utilizaba el lenguaje escrito, ahora sí escribe: en foros,  chats, blogs,  correos electrónicos, comentarios a noticias online, etc. Lo cual está muy bien.
Pero no hace falta buscar muy hondo para ver que son muy pocos los que utilizan correctamente la ortografía, es decir, la forma de las palabras, las tildes y los signos de puntuación.
Hay quienes dicen, dándoselas de rebeldes, que cada uno puede escribir como le plazca. Vale, pero si alguien se molesta en escribir algo es porque quiere hacerse oír, porque pretende que otros sepan lo que piensa, opina o siente. Y lo cierto es que   leer esos textos que ignoran la ortografía resulta incomodísimo y dificil.
Sin la ortografía la lectura se hace farragosa y torpe, ambigua y confusa, y en ocasiones hay que leer lo mismo siete veces para hacerse una idea de qué quiere decir quien escribe. Incluso una misma frase o párrafo se puede interpretar de maneras distintas, porque no se sabe cuándo acaba una oración y cuándo empieza la siguiente. O no se sabe si la persona está enfadada o de guasa; si está siendo irónica o es que no sabe lo que dice; si duda o afirma… Si en la escritura no se manifiesta la diferencia entre un matiz y otro, no podemos percibir  el sentido exacto de lo dicho.
Y para eso precisamente está la ortografía: para reflejar la forma en que hablamos, las pausas, la entonación, el acento… o sea, para que se entienda claramente lo que decimos, ni más ni menos.
Porque no es lo mismo decir -como en aquel telegrama- "Señor muerto. Esta tarde llegamos", que "Señor, muerto está. Tarde llegamos".
Ni significa lo mismo "Deberíamos investigar cómo se ha hecho hasta ahora", que "Deberíamos investigar, como se ha hecho hasta ahora".
He ahí el poder expresivo de una simple coma, de una simple tilde.

Pero lo más curioso de todo esto es que los mismos que hacen caso omiso de la ortografía,  aprecian y agradecen un texto bien escrito, y se admiran de lo bien expresado que está todo, de lo bien que se entiende y de cómo da gusto leerlo.
Pues será por algo, digo yo.



martes, 2 de noviembre de 2010

Los viejos

Pienso mucho últimamente en los viejos, quizá porque tengo la suerte de conocer a varias personas de edad avanzada y sabia, a las que trato con frecuencia.
Y pensando en los viejos he llegado a la idea de que parece que las personas tenemos una especie de límite para la aceptación del paso del tiempo. Como un contador que nos dice ‘aquí nos quedamos".
Ese límite, supongo, es lo que se suele llamar ‘la edad espiritual’, es decir, la edad que verdaderamente sentimos como nuestra, la edad con la que nos reconocemos.

No es esta una edad numérica como la biológica; no es una edad que se mida en años, sino una edad abstracta, ambigua, en la que nos sentimos cómodos, seguros, al margen de las condiciones del cuerpo. Es la edad con la que se identifica nuestro espíritu, o nuestra alma, o nuestro ser, o como queramos llamar a lo que en esencia somos.

Hasta no hace mucho yo creía que las personas aceptaban el paso del tiempo con naturalidad, independientemente de las quejas habituales sobre los años que cada uno tiene encima y los afeites utilizados para camuflar la pérdida de lozanía.
Y pensaba, consecuentemente, que los viejos, los viejos de verdad, vivían su vejez como algo propio, algo a lo que se habían ido acostumbrando gradualmente, conforme la vida iba transcurriendo, olvidando al mismo tiempo cómo era ser más joven.
Pero ya he descubierto que no es así. Que los viejos no se sienten viejos, que no se dan cuenta de lo viejos que son. Y que hablan de su vejez como de algo externo, ajeno a su persona.

Un día, hace algún tiempo, oí a un señor de más de ochenta años decir algo que me sorprendió, pero que he terminado por entender perfectamente. El abuelete estaba regular en motricidad, y ante sus pasos lentos e inseguros, la persona que lo acompañaba le preguntó por qué no usaba el bastón que tenía en casa. A lo que el anciano respondió: '¿El bastón? El bastón ya lo cogeré cuando sea viejo.' 
Como digo, estas palabras me dejaron atónita, pues entonces yo no comprendía que aquel hombre no se considerara ya suficientemente viejo para cualquier cosa.

Pero ya sí lo entiendo, porque he observado actitudes semejantes en otras personas de edad provecta, y he visto que es algo habitual.
Es el caso de aquella mujer de casi ochenta años y salud precaria que decía estar ahorrando ‘para cuando sea viejecita’. No se daba cuenta de que ya era viejecita.
No es que no quisiera darse cuenta, es que no se reconocía como viejecita, aunque fuera consciente de que tenía setenta y nueve años en sus huesos.
La conclusión de esto me parece, por lo tanto, un poco pesimista. Porque al envejecer cambia nuestro estado físico y nuestro aspecto, pero nuestro yo íntimo y verdadero sigue siendo el de antes, el que llegó a ser en un momento determinado de nuestra existencia, y que se quedó ahí, donde se sintió cómodo, mientras el cuerpo siguió su camino.
Y  debe ser difícil sobrellevar ese desequilibrio.
O a lo mejor es que ahí está la gracia.