domingo, 19 de enero de 2020

Otra lista lista


Hace unos meses comentábamos aquí  una costumbre que tienen muchas personas, que yo había adquirido poco antes, y que algunos de ustedes también tenían. Me refiero a la costumbre de llevar un listado de los libros que vamos leyendo cada año.

Como digo, yo había adquirido esa costumbre pocos meses antes, a raíz de una conversación con un amigo que me preguntó si yo llevaba ese registro. Y lo cierto es que, al pararme a pensar en ello, me sorprendí de no tener esa costumbre, porque eso de las listas, los registros y las anotaciones es algo muy propio de mí. Y los libros también.

Así que, como queriendo poner remedio lo antes posible a esa no-costumbre me entusiasmé con la idea de anotar los libros que llevaba leídos durante el año (era julio de 2019) y continuar anotando cada mes los que fuese leyendo. Pero además hice un pequeño ejercicio de memoria y conseguí hacer una lista retrospectiva de los libros que había leído en 2018. Y diría que no olvidé ninguno.

Ahora, claro está, tengo la lista completa de estos dos años anteriores, y en marcha la lista de las lecturas de este recién iniciado 2020.

El caso es que, en los pasados días navideños, otro amigo nos propuso un pequeño juego librero, relacionado precisamente con las lecturas de 2019. La cosa consistía en hacer una breve lista con esas lecturas, clasificadas por categorías, a las que cada uno podíamos añadir cualquier otra que nos pareciese oportuna.

Y claro, al tener a mano mi lista anual de títulos leídos podía estar segura de que no olvidaría ninguno que mereciera figurar en mis respuestas al juego.

Y ya se imaginarán ustedes que al tiempo que jugaba con estos amigos a compartir nuestros títulos favoritos del año, no pude evitar acordarme de los lectores de este modesto blog, porque también me gustaría mucho conocer q lecturas del recién pasado año han tenido más relevancia para ustedes.

Les dejo aquí las categorías del juego con los títulos que yo elegí para cada una, esperando que la propuesta les parezca interesante y se animen a participar, dejando sus listas (o sólo algunos títulos favoritos) aquí detrás, en el saloncito de los comentarios:

Mejor novela: Solenoide, de Mircea Cartarescu.
Libro de relatos: La posada de Manhuiol, de Ion Luca Caragiale.
No ficción/ensayo: Confesión, de Lev Tolstoi.
Novela gráfica:
Poesía: Ana Ajmatova.
Esperaba más de: Mi madre y la música, de Marina Tsvietaieva.
Mejor relectura: Niebla, de Unamuno.
Autoficción: Las bellas extranjeras, de Mircea Cartarescu.
Inclasificable: Por qué nos gustan las mujeres, de Mircea Cartarescu.
La sorpresa: Old Herbaceous, de Reginald Arkell.



collage befunky


lunes, 6 de enero de 2020

El viajero

Recordando la historia de Juguetes del viento, hoy recuperamos esta entrada que se publicó  originalmente el 26 de mayo de 2014. 

La primera vez que vi  a Manuel fue en una conferencia literaria.
La sala estaba llena, no había asientos libres y estábamos los dos de pie, como muchas otras personas. Pero era evidente que Manuel se encontraba muy incómodo.
Intentaba cambiar de postura cada poco tiempo, pero parecía no encontrarse bien de ninguna manera. Vi entonces su bastón e imaginé que le dolían las piernas.
En un par de ocasiones, cuando aplaudíamos las palabras del conferenciante,  nos miramos, y por encima de su gesto de dolor vi que sonreía y asentía con satisfacción.
Siempre he pensado que la literatura, las palabras bien elegidas y las ideas bien expresadas tienen poder curativo, y en esta ocasión me lo pareció más que nunca.
Cuando terminó la conferencia lo vi alejarse, una mano ocupada con el bastón, la otra con un libro. Y pensé que si por algún motivo ese hombre se viera obligado a dejar una mano libre, soltaría el bastón.
Unas semanas después lo volví a ver en otro acto literario. Reconocí al momento su andar inseguro, su nariz intrépida y su pelo recortado y peinado con precisión de ingeniería.
A la salida lo vi hablando con alguien a quien yo conocía, y así fue cómo supe su nombre y que amaba la literatura por encima de todo.
Y al rato, en su cafetería favorita, me hablaba de Italo Calvino, de Victor Hugo, de Melville, de Swift, de Walser; de Don Quijote, de La Cartuja de Parma, de Robinson Crusoe
Y hablaba de tal manera que fue como si yo no hubiera conocido hasta entonces nada de todo aquello. Y comprendí que aquel hombre tambaleante era un viajero que no necesitaba pies ni alas que lo llevaran. Que su nave eran los libros y su pasaje la imaginación.
Muchas veces más me volví a reunir con él en aquella cafetería, y siempre lo vi igual, con un libro entre las manos y el bastón a un lado, olvidado, innecesario cuando viajaba.  Y siempre me hablaba de los lugares que visitaba, de los personajes  con los que iba y de cómo se sentía parte de las historias que leía.
Hasta que un día desapareció. No volví a verlo en actos literarios ni en el café. Pregunté a los amigos pero nadie sabía nada cierto de él. Decían que se había marchado de viaje, unos creían que a algún país extranjero; otros, que a la morada definitiva.
Pero a mí me gusta pensar que ahora Manuel vive en un libro, que consiguió entrar en alguna de sus historias favoritas, que es uno más de sus personajes y que lleva el bastón solo porque resulta elegante.