domingo, 27 de marzo de 2011

Cartelitos nuevos

Han puesto nuevos carteles en la tienda de la que ya hablamos aquí hace poco.
Según se decía en esa entrada, los carteles venían a demostrar que la ortografía es algo innecesario, pues sin hacer uso de ella los dueños de la tienda lanzaban sin problemas sus mensajes comerciales. Y luego, los destinatarios de esos mensajes, o sea, los viandantes y eventuales clientes del establecimiento, ya nos apañábamos comos podíamos para interpretarlos.
Pues bien, en las últimas semanas han aparecido nuevos letreritos con propuestas comerciales de lo más interesante. Aunque no hace falta  decir que lo verdaderamente interesante son los letreros en sí mismos y en su mismidad.
A veces hay verdaderos corrillos de gente alrededor de las estanterías que ponen en la puerta de la tienda. Y no sé yo si esa acumulación de personal se debe al precio de los artículos o al poder de atracción de la campaña publicitaria.  






 
 
 
 
 
 
 
 
 
Después de pensarlo un poco y de observar con disimulo, creo poder afirmar que hay dos tipos de personas en esos corrillos: los que hacen caso omiso de los cartelitos y van directamente a ver y tocar el género, y los que ignoran el susodicho  y se entregan a la jeroglífica labor de descifrar los carteles. Los del primer grupo, por cierto, son los más numerosos, con perdón.
 
Por cierto, ¿alguien sabe cuántos pares son 18.0000?
¿Dieciochocientos mil?



domingo, 20 de marzo de 2011

Ni el dinero ni el amor. Segunda parte




(viene de aquí)

Es sin duda intrigante la cuestión de cómo -y cuándo y dónde- se originó el lenguaje humano. No sabemos siquiera si los señores neandertales o los de Cromagnon hablaban. Tenemos sus fósiles, pero no nos dejaron grabaciones.

Y como ya dijimos en la entrada anterior, a lo largo del tiempo los sabios han presentado diversas teorías que intentaban resolver este misterio, pero sin éxito.
Algunas de esas teorías tienen unos nombres muy graciosos, que se inventaron Max Müller y George Romanes, filólogo el uno, naturalista y psicólogo el otro.
Me imagino yo a los dos eruditos, una tarde con ganas de guasa, repasando esas teorías que otros estudiosos del ramo habían elaborado.
Por ejemplo, una de ellas dice, en resumidas  cuentas, que el lenguaje debió de originarse con las sílabas más fáciles de pronunciar asociadas a los objetos más importantes. Müller y Romanes la llamaron the mama theory.
Si esta teoría fuera cierta, dejaría en total descrédito la idea de que las primeras palabras pronunciadas por el hombre fueron “probando, probando”, como ha apuntado recientemente un pensador español…
Hay otra, a la que llamaron the ta-ta theory, que dice que es posible que el lenguaje derivara de movimientos y gestos que se hacían con la boca, abriéndola y cerrándola, sacando la lengua… y también tenemos the La-La theory o the sing-song theory, según la cual el lenguaje podría haberse originado a partir de sonidos asociados al amor (¡!), al juego y a las canciones.
Lo del amor y el juego vale; pero lo de las canciones… no tendrían letra, ¿no?

Según otra teoría, a la que nuestros amigos denominaron the bow-bow theory, el language nació como imitación de los sonidos naturales, es decir, los sonidos producidos por los animales, por el agua de los ríos, por el de una piedra chocando contra otra…
O sea, las onomatopeyas habrían sido el origen del lenguaje.
Y como las onomatopeyas son distintas en cada idioma (por ejemplo, lo que para nosotros es guau-guau, para los angloparlantes es wof-wof o bow-bow, para los chinos wang-wang, etc), digo yo que así además se explicaría el por qué de tantos idiomas diferentes en el mundo.
Umm, demasiado simple, ¿no? Además, nos haría falta otra teoría diferente que explicara cómo nacieron las palabras para denominar cosas que no suenan , como la cueva, la montaña, el sol, la oreja…

Por otro lado, the pooh-pooh theory apunta que el language comenzó de forma instintiva, con interjecciones para expresar sorpresa, dolor, miedo, etc.
No, no tiene nada que ver con Winnie de Pooh. Pooh equivale a nuestro bah!, y como verbo pooh-pooh significa menospreciar o desdeñar. Me pregunto si es que los señores Max y George despreciaban esta teoría, o es que creían que el desprecio por lo que dijesen otros fue una de las primeras reacciones humanas…

The ding-dong theory es el nombre que  le pusieron a una teoría que pretendía echar por alto la idea más básica y elemental de la lingüística: que los conceptos y sus nombres no tienen ninguna conexión natural entre sí (aquello de la arbitrariedad del signo lingüístico que todos aprendemos a la primera de cambio).

Y esa teoría defiende que las cosas tienen un nombre u otro dependiendo de su forma y tamaño. Por eso, como la luna (‘moon’ en inglés) es redonda y gorda, por eso lleva dos letras O; y me imagino que como un alfiler es pequeño y punzante, por eso se llama ‘pin’.
De esto se infiere que el hombre prehistórico hablaba inglés, claro. Y ahí están los Picapiedra para demostrarlo.

La teoría yo-he-ho o Yo-heave-ho dice que el language nació a partir de las expresiones y gruñidos que se pronuncian cuando se hace un esfuerzo físico, como un trabajo duro.

A mí esto me recuerda a los enanitos de Blancanieves, que decían eso de heigh-ho, heigh-ho cuando trabajaban en la mina.

Por último, basándose en la idea de que las personas siempre hemos necesitado mantener contacto unas con otras, un lingüista sugirió que el lenguaje pudo tener su origen en esa necesidad. Así que las primeras palabras debieron ser sonidos pronunciados para hacernos notar ante los demás, llamar su atención, pedir ayuda…
A esta teoría la llamaron the hey you! theory. O sea, la teoría ‘¡Oye, tú!’.
Me encanta.

Bromas aparte, a mí me parece que no conocer el origen del lenguaje es como no conocer el origen esencial y primigenio de todo lo humano y lo mundano.
Porque nuestro mundo se asienta  en las relaciones entre los seres humanos,  todo es lenguaje y comunicación, todo es transmisión e intercambio de ideas y de información.
En cualquier actividad, cotidiana o extraordinaria, en cualquier hecho, intrascendente o histórico que implique a más de una persona, siempre está por medio el lenguaje.
Por lo tanto el lenguaje, creo yo, es lo que nos hace humanos, y nuestra civilización, nuestro desarrollo como especie, no habría sido posible sin el habla, sin la capacidad para pensar primero y comunicarnos después.
Pero a partir de aquí yo ya me mareo, porque se llega al apasionante debate sobre si es el lenguaje el que forja el pensamiento, o si el pensamiento es independiente de las palabras.
Y en el primer caso, dado que el lenguaje es arbitrario y por lo tanto regulado y organizado, ¿significa eso que limita,  moldea y  determina el pensamiento?
La cosa da que pensar, ¿eh?


viernes, 11 de marzo de 2011

Ni el dinero ni el amor

(Primera parte)

Siempre se ha dicho eso de “las ciencias adelantan que es una barbaridad”, y no pasa un día sin que comprobemos la certeza de tal aseveración.
Pero hay algo que todavía no se ha descubierto y que a mí me quita el sueño, o por lo menos me lo coge prestado.
Algo que, además, parece imposible de descubrir.
No, no me refiero a la cura para el resfriado, sino a algo mucho más etéreo e insondable: el origen del lenguaje.
¿Cómo empezó el hombre a hablar? ¿Cómo nació esa capacidad asombrosa de comunicarnos por medio de sonidos articulados? ¿Cómo serían las primeras palabras pronunciadas por un humano, allá en las cavernas, en los albores de la humanidad?
Qué fascinante misterio.

Y  parece que, efectivamente,  se da por hecho que esto nunca se llegará a saber, lo cual a mí personalmente me deja sumida en una especie de vacío existencial. Porque el lenguaje, la comunicación mediante el habla, es la base de todo lo que somos.
Unos dicen que el dinero es lo que mueve el mundo; otros dicen que es el amor. Pero no. Lo que mueve el mundo es el lenguaje, la palabra. Y de ahí deriva todo lo demás.
Por eso, que no sepamos cómo surgió lo que nos hace humanos y   gobierna nuestra civilización desde sus orígenes, me causa desazón, no lo puedo evitar.

Maticemos un detalle: sí que se conoce el origen de la capacidad física de hablar. Se sabe cómo evolucionaron los órganos que intervienen en la producción de sonidos: los pulmones, la laringe, las cuerdas vocales, la lengua, el paladar, etc; y cómo pasaron de servir para otras cosas, como respirar, o tragar,  a servir además para hablar.
Hace algún tiempo, por cierto, hablamos aquí del FOXP2, el gen que nos hace parlantes.
Pero cómo pasó el hombre de tener esa capacidad física de producir sonidos a poder expresar mediante esos órganos fonadores lo que se le pasaba por el pensamiento, eso no se sabe.
Los expertos en la materia no paran de darle vueltas al asunto, y proponen teorías diversas, algunas muy graciosas, intentando explicar el enigma.
Pero, para mi desilusión, ninguna suficientemente sólida y coherente.