miércoles, 25 de diciembre de 2019

Como de costumbre



Estos días en los que un año va terminando y otro nuevo viene de camino tienen un carácter diferente. Es algo que no tiene que ver con esas celebraciones de carácter difuso, ambiguo e incongruente, en las que lo místico, lo espiritual, se mezcla en incomprensible batiburrillo con lo más mundano, prosaico y material.

Tienen algo especial estos días que me parece a mí cercano a la magia. Me refiero a esa sutil sensación de renovación que sentimos; a esa difusa confianza en que con el año nuevo todo será diferente, todo cambiará para mejor. Queremos pensar que al marcharse, el año viejo se llevará consigo todo lo que no estuvo bien, todo lo que salió mal, y que ahora empezará una nueva etapa más venturosa.

Y creo que está bien que tengamos esa sensación, esa esperanza, porque es bueno que miremos al futuro con ilusión, con ganas de emprender nuevos proyectos y nuevas formas de hacer las cosas.

Por eso les he pedido a unos amigos sabios, de los que suelo invitar al blog por estas fechas, que nos dejen unas palabras sobre cómo consideran ellos que se podrían mejorar las cosas, en lo personal y en lo general; para cada uno y para el mundo.


Vivimos en una escala ascendente cuando somos felices, y una cosa lleva a otra en una serie interminable. Siempre hay un horizonte nuevo para aquellos que miran hacia adelante. […] Ser verdaderamente felices depende de cómo empezamos y no de cómo acabamos, de lo que queremos y no de lo que tenemos. Una aspiración es una alegría eterna.

Robert Louis Stevenson. “El Dorado”.

*

En muchos casos, la mejor renovación que puede llevarse a cabo es la de uno mismo. Quizá si empezamos a vernos a nosotros mismos de otra manera; si desarrollamos una nueva confianza en nuestras capacidades, quizá todo se vuelva más fácil. 
Quizá todo dependa de eso.


A lo mejor no es todo tan difícil, a lo mejor la vida es infinitamente más ligera de lo que creía, sólo hay que tener arrojo, sentirse y percibirse una misma, y la fuerza acude entonces de cielos insospechados.”

Stefan Zweig. La embriaguez de la metamorfosis (1926)


*

Ligereza es precisamente lo que propone Roal Dahl. Ligereza y humor para mejorar el mundo. No estaría mal.

La vida es mucho más divertida si se sabe jugar en todo momento. […] Yo, personalmente, he sentido siempre dificultades para tomarme algo completamente en serio, y creo que el mundo sería un lugar más agradable si todas las personas siguieran mi ejemplo.

Roald Dahl. Mi tío oswald (1979)

*

Y no olvidemos la potencia de las palabras, que pueden agitar los corazones y hacer surgir una resolución y una energía de las que no éramos conscientes. Son palabras como besos, que conmueven y apasionan, que transmiten bondad y belleza. 
Si nos rodeamos de palabras así, todo ha de ir mejor, por fuerza.


Hay besos y besos. Los verdaderos y los que están hechos de palabras. […] el beso “hablado” puede embelesar con la misma fuerza (o a veces con más fuerza) que un beso “material”. […] la belleza exterior (la del cuerpo) puede sacudir la superficie, pero sólo la belleza interior (de la cual la fuerza de la poesía es poderosa expresión) es capaz de hacer vibrar las cuerdas de nuestro corazón.

Nuccio Ordine. Classici per la vita (2016)



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sábado, 14 de diciembre de 2019

La tela de araña


El sol silencioso  pintaba de amarillo la terraza del domingo.  Las flores de fuego parecían a punto de estallar, y yo, recostada en la tumbona,  repasaba las últimas páginas que había escrito durante la semana.

Entonces sonó el teléfono. Molesta por la interrupción me levanté y entré en el salón. En la pantalla del aparato vi que era Raúl, y tuve la tentación de no responder, pero un raro sentido de la cortesía me lo impidió. 
Mientras lo saludaba volví a la terraza. Raúl, como siempre, me preguntó si me interrumpía, y le dije que estaba trabajando, que tenía tarea atrasada y que no podía entretenerme mucho.

—¿En domingo? Eso no puede ser —me dijo con su acostumbrado tono autoritario—,  tienes que descansar.  ¿Por qué no quedas con tus amigas para comer?  Si yo estuviera más cerca ahora mismo iba a recogerte…

Y mientras él continuaba con su habitual retahíla de opiniones no solicitadas, de consejos inoportunos y de recomendaciones sobre cómo yo debería organizar mi vida y mi trabajo, vi que entre los barrotes de la barandilla había una telaraña, cuyos hilos brillaban al sol como si fueran de plata. Era una obra maestra de ingeniería natural que yo no podía dejar de mirar, mientras seguía sosteniendo el teléfono y oyendo el parloteo de Raúl, que ahora se lamentaba de lo solo que se sentía y de lo mal que lo pasaba por mi culpa.
—Raúl, tengo que colgar, de verdad, estoy ocupada.
—A ver cuándo reconoces que tienes un problema —continuó, ignorando mis palabras—, que no quieres reconocer tus sentimientos…

Yo seguía  observando la telaraña sin moverme, casi sin respirar, hasta que me di cuenta de que la araña también estaba allí. Me causó repugnancia, pero al mismo tiempo aumentó esa especie de hipnotismo que me impedía apartar la mirada. Allí estaba, también trabajando en domingo, agrandando su tela, su red para insectos incautos.

Raúl seguía hablando y yo escuchaba su voz como un zumbido: a lo mejor un día te arrepientes…; si yo desapareciera te darías cuenta… Y la araña seguía entrelazando sus hilos, meticulosa, obsesiva, arriba y abajo, agitando las patas como incansables agujas de tejer.

De pronto aquel espectáculo se me  hizo insoportable. Dejé el teléfono en la tumbona, abrí el pequeño arcón de jardinería y saqué un bote de insecticida y un paño viejo.
La fuerza del espray hizo que la araña saliera despedida, no sé si muerta, y se perdiera en el vacío. Después, con el paño, destruí su perfecta y pegajosa trampa.                                                                                                      
Entonces desde la tumbona me llegó el murmullo del teléfono.  Lo cogí, escuché un momento y dije: «Adiós, Raúl»,  y colgué, y me pareció que él también se perdía en el vacío.


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lunes, 2 de diciembre de 2019

Tres palabras


Las palabras están por todas partes: en el papel y en la piedra, en el aire y en la arena, en el agua y en los sueños.
A veces permanecen ocultas, como tesoros, y otras veces están a la mano, como un buen amigo.  Pero siempre son maravillosas.
Y eso es lo que me han parecido algunas de las que he encontrado en los  últimos meses y que me han sorprendido y encandilado, ya sea por su eufonía, por su significado, o por ambas cosas a la vez.
Mezquita-catedral de Córdoba
De todas ellas he elegido tres para presentárselas aquí a ustedes.

La primera es tornavoz, que me resulta muy sugerente, misteriosa y evocadora. 

Según el diccionario, tornavoz es el “sombrero” o dosel  que tienen los púlpitos, y que sirve para amplificar la voz del orador. Yo siempre creí que esos doseles eran elementos decorativos, y lo son, de hecho, pero nunca supe que además de una función estética tuviesen otra tan práctica como hacer que el sonido se amplifique y se difunda por toda la iglesia.
Al leer sobre esta palabra he visto que también se denomina “cupulín”, que me parece graciosísima, y que también tienen tornavoz —o cupulín— algunos sitiales e incluso algunos campanarios, para orientar el sonido de las campanas.
Tornavoz. Tiene poesía, ¿verdad?

La siguiente palabra tiene también que ver con lo religioso o eclesiástico. Se trata de archimandrita, que me parece de una sonoridad espectacular y que, leída fuera de su contexto, me hubiese desconcertado absolutamente. Es una palabra de origen griego (archimandrítēs) que denomina al superior de un monasterio de la iglesia ortodoxa, y que significa literalmente “jefe del redil”, en alusión al “rebaño” de Cristo.

Y la tercera de hoy, que en última instancia también tiene que ver con el mundo de las creencias y lo espiritual, es la fantástica eudemonía. Y digo fantástica no sólo por su sonido, sino porque indagando en su etimología y su relación con otros términos, he visto que tiene mucho que ver con lo que en su tiempo fueron creencias  y que para nosotros hoy pertenece al ámbito de la fantasía.
Eudemonía procede del griego εὐδαιμονία, que tal como la define el diccionario es el “estado de satisfacción debido generalmente a la situación de uno mismo en la vida”, y tiene que ver con la ética de Aristóteles, denominada eudemonismo. 

El caso es que esto de la eudemonía y el eudemonismo me sonaba a mí, y seguro que a ustedes también, a otra cosa que no tiene mucho que ver con la felicidad ni con la ética.
Como siempre, acudí a la etimología y me fijé en que la palabra está compuesta por el prefijo eu-,  que como saben ustedes significa “bien”, “correcto”,  y daimon, que significa espíritu o genio, y también, claro está, demonio.
Entonces consulté la etimología de demonio y el sabio Corominas me confirmó que esta palabra deriva del griego daimonion, que a su vez es diminutivo de daimon.

Pero ¿por qué la palabra eudemonía asocia lo bueno, la dicha, con un concepto como demonio?
Pues resulta que el término daimon se refería originalmente a los “genios" o deidades inferiores, que vivían, según la tradición, entre nuestro mundo terrenal y el mundo de los dioses, actuando como mensajeros o intermediarios entre ambas esferas. Entre estos seres semidivinos estaban por ejemplo las ninfas, que habitaban en las aguas, los bosques, las montañas; los angeloi, que dieron origen a los ángeles del cristianismo; y los faunos, que, representados con pezuñas, cuernos y cola, son el origen de nuestra tradicional figura del demonio, a la que el cristianismo otorgó un carácter maligno.

Para terminar, cabe recordar que antes de adoptar el término griego los romanos, denominaban numen (numina en plural) a estas divinidades inferiores, y de ahí procede la palabra numinoso,  a la que ya le dedicamos atención tiempo ha.

Ya ven ustedes que, como hemos dicho otras veces, al tirar del hilo de una sola palabra podemos ir formando una curiosa madeja, que nos revela las muchas y sorprendentes conexiones que enlazan a unas palabras con otras,  y el nexo inseparable que une a las palabras con la vida. 


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domingo, 17 de noviembre de 2019

Sara




jueves, 31 de octubre de 2019

Traducciones simpáticas

Celebrando la historia de Juguetes del viento, hoy recuperamos esta entrada, que fue  publicada originalmente el 22 de octubre de 2012.


Terminaba la entrada anterior con una referencia a ciertas expresiones que se utilizan en español directamente, es decir, no en textos traducidos, sino elaborados originalmente en español. Son frases que en algún momento fueron traducidas de forma inexacta y que así se siguen reproduciendo.

Una de ellas es “más grande que la vida”,  traducción literal de “bigger than life”, expresión que equivale a extraordinario.
Se utiliza con frecuencia en críticas y comentarios sobre obras artísticas, por ejemplo películas y videojuegos, en frases como “Un cine más grande que la vida”, y siempre con el sentido de extraordinario, magnífico, sensacional, superior, excelente, sobresaliente, maravilloso, fuera de lo común, grandioso...
¡Anda!, cuántas formas tenemos en español para decir bigger than life sin tener que calcar la expresión inglesa…

Bueno, yo estoy segura de que las personas que han utilizado la expresión en estos textos saben perfectamente que es un ‘transplante’ lingüístico innecesario y tontorrón, pero a lo mejor les parece que queda muy chuli y moderno.

Nuestra segunda expresión del día es “truco o trato”, que, como todo el mundo sabe, es la versión española de “trick or treat”, la famosa fórmula que caracteriza la fiesta americana de Halloween.
Yo tengo dos teorías con las que me intento explicar por qué en un momento dado “trick or treat” se convirtió  en “truco o trato”.

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Primera teoría: lo tradujo alguien que sabía que trick significa truco y que treat significa tratar (verbo); pero no sabía que trick también significa travesura o broma, ni que treat (sustantivo) significa golosinachucheríaregalodetalle.
Porque al fin y al cabo de eso se trata: de dar golosinas o regalitos a los niños para que no te hagan una trastada.
Segunda teoría: se tradujo así a sabiendas de que “truco o trato” es una traducción muy poco atinada, pero se eligió esta forma para mejor imitar el ritmo y la sonoridad de la expresión original.

A colación de esto –y permítanme la tontería- intento yo imaginarme qué pasaría si los americanos nos copiaran a nosotros alguna de nuestras celebraciones tradicionales, propias y arraigadas en la tierra de los siglos. Por ejemplo, los desfiles procesionales de la Semana Santa, o la Feria de Sevilla, los Carnavales de Cádiz, las Fallas de Valencia…
Tendrían que transplantar al inglés expresiones propias de dichas fiestas, con el ridículo resultado de “To the heaven with her!” (¡Al cielo con ella!), cuando levantaran el trono o paso de la Virgen; o “Long live the Captive!” (¡Viva el Cautivo!), cuando pasa por las calles la figura del Cristo hecho preso; o “Excellent there, my soul! (¡Ole ahí, mi arma!); “What a salt-shaker you have!” (¡Qué salero tienes!).
Y cosas así.

La última expresión de hoy es “simpatía por el diablo” ("sympathy for the devil"), locución muy famosa y popular porque es el título de una canción de The Rolling Stones.
Pero, como muchos saben y algunos desconocen, sympathy no significa simpatía, sino compasión.
De hecho, en los diccionarios aparecen sympathy y compassion como sinónimos.

Una vez más, estamos ante una “fotocopia”,  una traducción palabra por palabra, de esas que tanto nos dejan en evidencia.

La expresión “sympathy for the devil” se usa en inglés cuando alguien manifiesta compasión o pena por alguien que no merece esa condolencia.
Si nos compadecemos de un canalla por el castigo que le impone la ley, alguien nos podrá decir que eso es “sympathy for the devil”.

Por otro lado, también se usa esta expresión para referirse a una narración que está planteada desde el punto de vista del malo.

The Rolling Stones, en su canción Sympathy for the Devil, juegan precisamente con los dos usos de la expresión: por un lado, la canción está escrita en primera persona y es el diablo el que se expresa (“Permitan que me presente/ soy un hombre que…”), y por otro, nos pide, él mismo, que tengamos compasión de él, pues quiere que le pongamos freno después de todas las maldades que ha cometido a través de los siglos: “Necesito un poco de control/ así que si se encuentran conmigo/ tengan la amabilidad/ muestren un poco de compasión…”

Como se ve, ni la expresión en sí  ni la canción tienen que ver con que el diablo nos resulte simpático ni nos caiga bien.

Es que el fenómeno de los “falsos amigos” es ciertamente muy curioso e interesante, sobre todo porque  parece un capricho lingüístico, una cuchufleta ideada por un duendecillo  que se divirtiera trasteando con las palabras. Pero es en realidad una mera y lógica consecuencia de la evolución del lenguaje y de los vaivenes que experimentan los significados de las palabras, según el uso que los hablantes hacen de las distintas acepciones de las mismas.
Una cuestión apasionante, ¿a que sí?


miércoles, 23 de octubre de 2019

El último deseo de mamá



Alberto nunca quiso pensar en que algún día faltaría su madre. Por eso ahora, junto a su lecho de muerte, se sentía desconcertado, sin preparación para ese trance. Mientras, el médico y el sacerdote se desenvolvían con soltura en la parte de la muerte que le  correspondía a cada uno.

Desde el día en que abandonó la universidad y regresó al hogar materno,  Alberto no había vuelto a salir de casa, y ahora se preguntaba qué iba a ser de él sin su madre, que había sido su único apoyo y su único contacto con el mundo de fuera. Entonces ella, inconsciente desde hacía horas, abrió los ojos y volvió la cara para mirar a su hijo por última vez. Movió los labios, pero sólo emitió un leve aliento. Alberto se inclinó más y ella intentó hablar de nuevo.
—No quiero que te quedes solo —logró decir con una voz que era ya de ultratumba.
Entonces se acercaron el médico y el sacerdote, ella  los miró y se dirigió al religioso, como si hablara con alguien influyente:

—Es mi último deseo, padre. Que mi hijo no se quede solo.
Al día siguiente, acompañado por el médico, Alberto salió a la calle por primera vez en diez años para despedir  a su madre.

De regreso del cementerio, al bajar del coche del médico, Alberto se enfrentó definitivamente a su soledad, a su angustia.
Pasó el resto del día sentado en su sillón, con la televisión encendida sin sonido, intentando imaginar su vida a partir del día siguiente.

Al llegar la noche se levantó, sin pensar ya, y fue al baño en busca de los somníferos que tomaba su madre. Había muchos, una caja entera. Los sacó del envase y los tuvo en la mano durante un rato, mirándolos con atención, como sopesándolos.

Finalmente tomó sólo uno y fue a su dormitorio. Cerró las cortinas pero dejó la persiana levantada para no dormir en completa oscuridad, y ya acostado,  mientras esperaba que la pastilla le hiciera efecto, oyó un rumor cercano, en algún lugar de la casa. 

Por un instante creyó que sería su madre, trasteando en la cocina, como de costumbre, antes de acostarse. Pero eso ya no podía ser. Entonces pensó que habría sido uno de esos sonidos imaginarios que a veces se producen en el momento de quedarse dormido.  Pero aún no estaba dormido. Se quedó muy quieto, escuchando, y oyó otro sonido, esta vez muy cerca, a su lado, una especie de respiración. 

Se volvió para encender la luz de la  mesita de noche, pero no hizo falta. Con los ojos muy abiertos en la penumbra de la habitación, vio a su madre, sentada al borde de la cama.  Lo miraba sonriendo, y al ver que estaba despierto, le dijo:
—Me lo han concedido, hijo mío, mi último deseo. Duerme tranquilo, que nunca vas a estar solo.


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jueves, 10 de octubre de 2019

Las vacaciones de un niño



Los hipocampos están situados a ambos lados del cerebro y tienen varias misiones: controlar el miedo, generar confianza e intervenir en los procesos de aprendizaje. Un hipocampo sano y efectivo favorece que tengamos mucho menos miedo.
El ejercicio físico aumenta el tamaño del hipocampo y reduce el volumen de la amígdala, que es el centro que reacciona con ira o con miedo.
(Dr. M. A. Puig)




4º de primaria. Redacción: Mis vacaciones de verano

  
El verano me gusta mucho porque no hay que madrugar para ir al colegio y no tengo que hacer deberes. Me da pena despedirme de mis amigos del colegio, pero cuando vamos al pueblo a la casa de mi abuela estoy con mis primos de Madrid y nos lo pasamos muy bien.

Este verano mi tío de Madrid nos ha llevado de excursión varias veces porque dice que hacer ejercicio es muy bueno para el cerebro, porque dice mi tío que dentro del cerebro hay una cosa que se llama hitocampo que se hace más grande con los paseos y el deporte, y que así uno se vuelve más valiente. Por eso estuvimos en un campo muy bonito y vimos un camaleón y una serpiente. Mis primas se asustaron mucho de la serpiente, pero mi primo y yo la cogimos con un palo y no nos dio nada de miedo. Otro día subimos a un monte y vimos todo el pueblo como si fuera un belén. Mi madre y mi tía se quedaron en casa con la abuela y se lo perdieron.

Casi todos los días fuimos a bañarnos al río, que tiene ranas y unas moscas con las patas muy largas que a mis primas también les daban miedo. Mis primas tienen que tener el hitocampo muy pequeño porque son muy asustonas, y les hace falta salir más al campo.

Por las noches mi primo y yo nos quedábamos despiertos mucho rato leyendo unos libros de misterio que había en la habitación y que dice mi tío que eran suyos de cuando vivía allí con la abuela y el abuelo. Me encanta leer esos libros de misterio, porque son muy emocionantes y es como si yo también estuviera dentro de la historia en vez de en casa de la abuela. Las historias tampoco me daban miedo, pero algunas veces me ponía un poco nervioso cuando veía que a los niños del libro les iba a pasar algún peligro. 
Este verano me lo he pasado muy bien.  



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miércoles, 25 de septiembre de 2019

Ya lo dijeron



Como dijo Abraham Lincoln, los libros "nos hacen ver que esas ideas tan originales que tenemos no son en realidad nada nuevo”,  y en la Biblia leemos que “no hay nada nuevo bajo el sol”. Por eso no debería sorprendernos lo bien que encajan en nuestro presente ideas y observaciones escritas hace ochenta, cien, doscientos o dos mil años.

Sin embargo yo me sorprendí, aunque sólo un poco, cuando leí hace unos días algo que Dostoieveski escribió en 1863, refieriéndose a los políticos franceses:

“Desde luego, sabe muy bien que sólo habrá elocuencia y nada más, que habrá palabras, palabras y palabras, y que de esas palabras no saldrá decididamente nada. Pero con eso ya está muy muy contento […], él mismo está convencido de que de su discurso no saldrá nada […] pero sin embargo habla, habla varios años seguidos, y habla hermosamente, hasta con gran placer. Y a todos los miembros que lo escuchan se les cae la baba de placer.” 

No es de extrañar que los analistas y críticos de  esta obra la consideren  “actual” , pues pareciera que el autor hubiera estado viendo los telediarios de nuestra televisión antes de escribir sus reflexiones. 

Cada época y cada sociedad tienen problemas y conflictos comunes y específicos, pero  lo que parece que nunca varía son las actitudes de las personas y los comportamientos humanos en general, sea en la época, el lugar y el problema  que sea.

Por ejemplo, Nancy Brysson Morrison señalaba en los años treinta dos debilidades del ser humano que siguen vigentes más de ochenta años después: por un lado el afán por los bienes materiales, y por otro el vicio de la queja, en el convencimiento de que las cosas están peor que nunca:

“No necesitamos todo lo que creemos que necesitamos; no necesitamos casi nada. Las cosas no son ahora más difíciles que antes y nada debilita más a los hombres que compadecerse de sí mismos.”

A pesar de la experiencia acumulada por la humanidad, esos vicios no sólo siguen existiendo, sino que se han acentuado. Del mismo modo, problemas que ya se detectaron hace décadas, no han hecho más que agravarse, como ocurre con  la cuestión medioambiental, sobre lo que escribió Isaac Asimov en 1992:

“La Tierra se enfrenta en la actualidad a problemas mediambientales que amenazan con la inminente destrucción de la civilización y con el final del planeta como lugar habitable. La humanidad no se puede permitir desperdiciar sus recursos financieros y emocionales en peleas interminables y sin sentido entre los diversos grupos. Debe haber un sentido de lo global en el que todo el mundo se una para resolver los problemas reales a los que nos enfrentamos todos.”

Parece que el maestro, como buen visionario, previó lo que está ocurriendo ahora, o empieza a ocurrir: las manifestaciones, marchas y protestas que el ciudadano anónimo (los políticos siguen con sus “palabras, palabras y palabras”)  y los investigadores de diversos campos están llevando a cabo en muchos paises, y que demuestran un grado de concienciación que es nuevo y  que sin duda a Asimov le habría gustado presenciar.

Por cierto, Stefan Zweig también escribió, mucho antes, sobre la necesidad de unión de la gente honrada y desinteresada,  y volvió a demostrar su agudeza y perspicacia con unas palabras que pueden pronunciarse hoy sin delatar sus ochenta años de antigüedad:

“Sólo la gente pequeña, los silenciosos, los carentes de ambición, no están unidos, y ésa es la desgracia del mundo en que vivimos. Los que no quieren nada unos de otros, los que se contentan con saber que hay gente honrada tanto en un lado como en el otro, y se consideran afortunados si gozan de buena salud […], ésos permanecen en el anonimato. Las personas que comparten intereses están unidas en todo el mundo. ¿Cómo sería si, alguna vez, los anónimos se unieran como los únicos que no tienen otro interés que vivir en paz y tranquilidad? Sería la fuerza más poderosa del mundo." 

Empecé diciendo que la literatura nos enseña que no hay nada nuevo, que lo que nos atañe hoy es lo mismo que afectó a nuestros antepasados. Y que aunque los problemas varíen en forma o en intensidad, nuestras emociones y reacciones son las mismas que las de ellos.
Pero ahora creo que hay que añadir además que los libros también nos enseñan que tanto el origen de los problemas  como las soluciones son los mismos que han sido siempre.



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Los fragmentos corresponden a las siguientes ediciones:

-Fiodor Dostoievski. Apuntes de invierno sobre impresiones de verano. Hermida Editores, 2017. Traducción de Alejandro Ariel González.
-Isaac Asimov. Memorias. Ediciones B, 1994. Traducción de Teresa de León.
-Stefan Zweig. Clarissa. Acantilado, 2017. Traducción de Marina Bornas Montaña.
-Nancy B. Morrison. The Gowk Storm, aún no publicado en español.


viernes, 13 de septiembre de 2019

Historia de un libro

Celebrando la historia de Juguetes del viento, hoy recuperamos esta entrada, que fue  publicada originalmente el 6 de febrero de 2011.


Hay muchas cosas de las que no puedo presumir, y una de ellas es mi memoria.
Pero a pesar de eso, hay cosas que recuerdo con mucha claridad.
Y una de esas cosas es mi relación con los libros durante mi infancia.
Otro día entraré en detalles, pero hoy me quiero referir a un libro en particular, uno que nos trajeron los Reyes una vez a mi hermano y a mí.
Se titulaba Héroes en zapatillas, y he de reconocer que tardé mucho tiempo en entender lo que significaba tal título.

Era un libro de gran formato que hablaba de personajes y hechos históricos y literarios: los faraones, el caballo de Troya, Leonardo da Vinci, Cristóbal Colón…

Cada historia o personaje se presentaba de dos formas. En una página había un texto formal, poco o nada infantil, que yo nunca me leía. Y en la página siguiente se contaba la historia en viñetas de cómic, con unos versitos ripiosos que eran la monda:

-“Se me viene a la memoria / Egipto y toda su historia”;
-“Julio Verne era un señor / que nació para escritor”.
 Y cosas así.

El libro lo leíamos y releíamos y lo manoseábamos de tal manera que lo recuerdo bastante descuajaringado.
Cuando pasó el tiempo y nos hicimos mayorcillos, cometimos la insensatez de regalar el libro –que era cosa de críos- a unos primillos nuestros que también se habían prendado de él.
Y después, más sensata y menos adolescente, me acordé de ese libro infinidad de veces, arrepintiéndome, por supuesto, de haberme deshecho de él.

Pero no nos echemos a llorar.
Hace unos años, paseando por Sevilla, me paré ante el gran escaparate de una librería. No es que me parara voluntariamente a mirar los libros. Es que me quedé parada por la sorpresa.
Porque conforme me acercaba a la librería, y sin tener intención de detenerme, vi, en la parte más alta del escaparate, el libro que tanto había añorado.

Allí estaban, Don Quijote y Sancho, con ese trazo de dibujo animado y esos colores que tanto me atraían de pequeña, llamándome desde la portada del libro.
Emocionada y asombrada entré en la librería y pedí el libro.

El dependiente me lo trajo y cuando lo tuve en mis manos me sentí retroceder en el tiempo, recuperar una sensación muy definida. Por un instante creí volver a mi habitación infantil y a las horas que pasé aprendiendo historia y literatura, creyendo que simplemente me estaba divirtiendo con un tebeo.

El librero me dijo que ese libro era una maravilla, que tenía un gran valor pedagógico y que era muy atractivo para los niños.
Yo le dije que lo sabía porque conocía el libro muy bien. Le conté la historia a grandes rasgos y creo que el buen señor se emocionó y todo.

Pagué el libro y me lo llevé en brazos como si temiera perderlo otra vez, y deseando volver a mi ciudad para enseñárselo a mi hermano.

Y ahí está, lo veo mientras escribo esto, y aunque obviamente no es el mismo ejemplar que tuvimos de pequeños, para mí es como si lo fuera.
El otro, el original, tendría un valor sentimental inmenso, claro está, pero este también lo tiene, por su poder de evocación.
Y además representa  la capacidad de hacernos revivir sensaciones que puede tener un objeto, y la magia que hay en recuperar, de forma totalmente inesperada, sorpresiva y casual, algo que habíamos dado por perdido para siempre.



domingo, 1 de septiembre de 2019

Tres historias


Distinto

Los retretes de los institutos son siempre iguales, dicen, pero yo no lo creo. 
En mi instituto había ocho, cuatro puertas a cada lado,  y yo siempre  entraba en  uno de los del fondo.
Un día escribí en las baldosas: “Te quiero, Yurelita”, y firmé con mi nombre. Sin disimulos. Me hacía falta decirlo. Y, total, ella nunca entraría al retrete de los chicos.
Unos días después volví a hacer uso del mismo retrete, y con sorpresa vi que mi mensaje tenía una respuesta: “Dice mi hermana que ella también te quiere.”
En ese momento aquel retrete dejó de ser igual que los demás.


🌼
 Las cosas cambian

Hasta hace poco los días eran un vacío completo, y por las noches me era imposible dormir. 
Me sentía sola y decepcionada. Estaba cansada de todo, de las personas y de la vida misma, y creía que siempre sería así, que siempre me sentiría igual.
Pero ahora todo es diferente. Cuando me acuesto pienso en ti y me duermo en seguida, tranquila y sonriendo.
Ojalá hubiera tenido antes el valor de acabar contigo. Tampoco ha sido tan difícil.


🌼 

Un campanario en el agua
  
Mario tenía cinco años cuando vio el mar por primera vez. Pero lo que más le sorprendió no fue el propio mar, sino algo que vio flotando en el agua y que le pareció un campanario, como el de la iglesia de su pueblo.

Su padre le dijo:
—Eso es una boya, y sirve para avisar a los pescadores. Cuando la campana suena fuerte es que hay olas peligrosas.

Pero a Mario no le gustó esta explicación. Él ya estaba convencido de que cuando sonaba la campanaba los peces iban a la misa del fondo del mar, a rezar para que no los pescaran.






viernes, 16 de agosto de 2019

Juzgamundos


Conocí a Augusto de la Torre en el club de lectura. Me llamó la atención desde el primer momento, porque era muy hablador, muy extrovertido, y parecía tener muchos conocimientos. Era educado y agradable, aunque al mismo tiempo, no sabía yo por qué,  me transmitía una sensación sutil, difusa, de incomodidad. Pensé que esto se debía a que me abrumaba su sociabilidad y su formidable seguridad en sí mismo.

Un día me invitó a cenar. Me sorprendió, porque en realidad no nos conocíamos, sólo nos habíamos visto tres veces en tres meses, el tiempo que yo llevaba asistiendo al club de lectura, y no habíamos mantenido ninguna conversación al margen de la tertulia. Pero dada la buena impresión general que tenía de él, acepté la invitación, pensando que podríamos pasar una rato agradable charlando de literatura.

Sin embargo, durante la cena Augusto de la Torre se reveló  como un extraordinario juzgamundos, contándome detalles que yo no le pedía sobre los compañeros del club de lectura, y criticándolos, desde su atalaya moral, por un motivo u otro. No obstante, su tema de conversación preferido era él mismo. Me contó toda su vida, me habló de sus éxitos profesionales y personales, que eran muchísimos por lo visto, y de lo bien que lo pasaba. Porque su forma de vivir, hedonista y egocéntrica según pude colegir, era, decía él,  la más lógica y la más sabia. 

También se pintaba a sí mismo como una persona de mentalidad abierta, respetuosa y defensora del vive y deja vivir, mientras, paradójicamente, despreciaba a quienes vivían y se comportaban de cualquier manera distinta a la suya.
Así que volví a casa decepcionada y molesta por la forma cínica en que este zascandil se gloriaba y se presentaba  como lo contrario de lo que era.

Seguí viéndolo una vez al mes en el club de lectura, y aunque volvió a invitarme a salir ya no acepté.
En las tertulias nos parecía cada vez más vocinglero, pomposo y superficial, y empezaba a resultarnos cargante. Sin embargo, cuando al terminar cada reunión nos despedíamos todos en la puerta de la librería, yo lo miraba mientras se iba, y lo veía marchar, caminando con aplomo, las manos en los bolsillos y la cabeza erguida. Y me daba pena, tan ufano, tan convencido de sus méritos, tan ignorante y tan solo. 


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