domingo, 28 de abril de 2013

El artista infame

   
Imaginemos un personaje en cuya vida se mezclen el arte y el misterio; el ingenio y la sospecha; el lujo y la deshonra.
Un personaje con una identidad y una biografía tan sugestivas  que susciten nuestro interés y asombro.
Imaginémoslo atractivo, elegante, culto; un dandi, quizá con un cierto toque a lo Lord Byron, y dotado de un notable talento artístico.
Y supongamos que vivió en Londres entre los siglos XVIII y XIX, es decir, en el apogeo del Romanticismo.

Podría ser, por ejemplo, un poeta, o un pintor. Un joven, en fin,  refinado, coleccionista de obras de arte y antigüedades, amante de la literatura y de la compañía de los intelectuales de su época, que a los veintiséis años ya exponía sus obras en la Royal Academy de Londres.

Para configurar más claramente a este auténtico héroe romántico, añadiremos que tenía una salud algo delicada, un carácter hipocondríaco y  que sirvió como soldado durante un breve tiempo.

Imaginemos también que este devoto del lujo y la exquisitez se gana la vida escribiendo artículos y críticas de arte, utilizando diversos seudónimos a cual más estrambótico; que también escribe ensayos y poesía y que cuenta con la amistad y la admiración  de personalidades como Charles Lamb, Thomas De Quincey, William Blake…

Supongamos ahora que  sus ganancias no son suficientes para permitirle disfrutar de esa vida que le gusta, mundana, sofisticada y cara, y que para aumentar sus ingresos  decide cometer un fraude; en concreto, falsificar firmas y documentos legales con el fin de cobrar la mitad de su herencia paterna antes de lo estipulado en el testamento.

Este paso será el primero de nuestro hombre hacia el abismo: la estafa da resultado, por lo que al cabo de un tiempo, cuando el dinero vuelve a escasear, no duda en repetirla para hacerse con el resto de la herencia.
Y vuelve a darle resultado, pero con la vida de dispendio que lleva, la herencia se acaba pronto.

Digamos que entonces recurre a un prestamista. Tiene el aval de sus obras de arte -las mismas en las que tanto dinero invierte-, y además algún día será heredero de la mansión de su tío George,  así que no tiene problemas para conseguir el préstamo.

Pero el tío George es todavía joven y parece tener buena salud…  Sin embargo, muere repentinamente y en dolorosa agonía. Como si lo hubieran envenenado con estricnina.
Nuestro personaje hereda la mansión y algo de dinero,  pero sobre él ya cae la sombra de la sospecha. Sombra que será cada vez más oscura, pues a la muerte de su tío sigue la de su suegra, en circunstancias similares y poco después de haber hecho testamento a favor de su hija Eliza, la esposa del sospechoso.

Y puestos a imaginar, imaginemos por fin que su cuñada, que tiene veinte años y a la que ha convencido para que contrate varios seguros de vida, sufre poco después una muerte similar a las anteriores.
 
Tenemos pues un personaje singular, brillante, enigmático, veleidoso, que despierta primero la admiración y después la sospecha y el recelo de sus contemporáneos.
Un hombre con una vida que parece diseñada ex profeso para atraer nuestra atención y nuestra curiosidad.

Ya solo nos  falta darle un nombre…

(Continúa aquí )

lunes, 15 de abril de 2013

Parejas complejas, 8

 
Parejas complejas ha habido muchas a lo largo de la historia: Marco Antonio y Cleopatra, Napoleón y Josefina, Belén Esteban y Jesulín de Ubrique…
Aunque algunas, más que complejas son espeluznantes, como el Doctor Jeckyll y Mister Hyde o Rasca y Pica.
Sin embargo, las que a mí más me sobresaltan y más miedo me dan son esas que se deslizan subrepticiamente en cualquier conversación o alocución, consiguiendo hacer una gracia como poco, o dejarnos a la altura de una babucha en los peores casos.
 
Últimamente una de esas parejas complejas ha pasado por mi lado varias veces. Es una pareja que siempre me ha dado que pensar, porque en realidad no estaba segura de si en efecto era una pareja o una sola palabra que unos pronunciaban de una manera y otros de otra.
Pero es una pareja, y sin duda una de las que más mala idea tienen. Se trata de espulgar y expurgar.
 
Leí en un periódico una noticia  que decía:
“Ayer, los agentes seguían expurgando contrarreloj los cientos de documentos incautados en las oficinas municipales…”
Y poco después, en un libro:
Espulgábamos los catálogos de las bibliotecas y, cuando leíamos ciertos títulos, nos hacíamos ya una idea de los tesoros que nos esperaban.”
 
En ambos casos tuve dudas,  así que, como siempre, consulté el diccionario  y encontré lo siguiente:
espulgar:
1. Limpiar de pulgas o piojos.
2. Examinar, reconocer algo con cuidado y por partes.
expurgar:
1. Limpiar o purificar algo.
2. Mandar tachar algunas palabras, cláusulas o pasajes de determinados libros o impresos, sin prohibir la lectura de estos.
 
De lo cual deducimos que, tanto en la noticia del periódico como en el libro, la palabra adecuada es espulgar, concretamente su segunda acepción, y que por lo tanto quien redactó la noticia periodística cayó en la trampa tendida por la parejita.

 
Otras dos palabras que causan confusión cuando se desconoce su condición de dúo travieso o cuando se usan sin cuidado son retraer y retrotraer.
 
Una vez oí a una señora que decía:
“Yo me retrotraigo pero mi marido insiste…”
 
Y después, leyendo otra noticia, encontré:
“…que se inicien los trámites para retrotraer la titularidad de la parcela al Ayuntamiento…”
 
He aquí lo que cada una de estas dos palabras significa:
retrotraer:
Retroceder a un tiempo pasado para tomarlo como referencia o punto de partida de un relato.
retraer:
1. Retirarse, retroceder.
2. Ejercitar el derecho de retracto. Retracto: Derecho que compete a ciertas personas para quedarse, por el tanto de su precio, con la cosa vendida a otro.
 
Es decir, que ni la señora se retrotrae del marido ni al ayuntamiento  se le retrotrae la parcela.
 
Sé que puede parecer que me dedico a espulgar lo que dicen los demás para encontrar deslices e incorrecciones en su discurso. Pero lo cierto es que yo me retraigo, retrocedo ante la idea de fiscalizar cada palabra y cada frase que oigo o leo.
Me esfuerzo por centrarme en el mensaje exclusivamente, sin prestar atención a su forma, pero tarde o temprano aparece una palabra que parece inadecuada en un contexto determinado; que suena inapropiada, que no parece la mejor opción para ese momento.
 
Y entonces, sin que yo lo pueda evitar, la palabra en cuestión empieza a dar vueltas, a rondarme por la cabeza, a veces durante días, y llega a ponerse tan pesada que no me queda otro remedio que consultar diccionarios y ejemplos de uso para quitármela de encima.
 
Es lo que me pasó recientemente, cuando vi en la tele a un periodista que hablaba con un religioso sobre la elección del nuevo Papa.
El reportero, en un momento de la entrevista dijo:
 
“Y ahora, hablando de algo mucho más terrestre…”
 
Y claro, la duda era inevitable: ¿terrestre o terrenal? No olvidemos que se estaba hablando de asuntos relacionados con la religión, la fe, lo divino frente a lo mundano.
 
Entonces encontré en el diccionario una interesante distinción:
terrestre: perteneciente o relativo a la Tierra.
terrenal: perteneciente o relativo a la tierra, en contraposición de lo que pertenece al cielo.
 
Es decir, lo terrestre es lo que se refiere al planeta Tierra, con mayúscula pues es un nombre propio; mientras que lo terrenal es lo relativo a la tierra, con minúscula, a lo que no pertenece al cielo, en el sentido de “la mansión eterna de los bienaventurados”, como poéticamente lo define la RAE.
Así pues, el reportero que hablaba primero de lo divino y después de lo humano, debería haber dicho, efectivamente,  terrenal.
 
Qué bonito y ventajoso es esto de que las palabras tengan su significado preciso y exacto para encajar divinamente en un contexto o en otro.
Lo malo es que no siempre lo sabemos aprovechar.
 
 

jueves, 4 de abril de 2013

Dos historias de amor aproximadamente


La carta
Querido esposo:

Me imagino que te sorprenderá que me ponga en contacto contigo de este modo, pues quizás  habrías esperado algo más original. 
Pero, aunque pueda parecer raro, no soy la única que se comunica  por escrito, con papel  y pluma. Aquí hay muchas personas que siguen prefiriendo esta forma. Y si algo abunda aquí son las plumas.
Quiero  que  sepas que estoy muy contenta de que me mandaras aquí. Es verdad que en su momento puse mala cara, pero ahora puedo decir, sin exagerar, que estoy en la gloria. 

A veces me digo que tendrías que venir tú también. Te resultó muy fácil organizar las cosas para mandarme a mí, así que ya conoces el procedimiento.
Aunque, ahora que lo pienso, aquí  solo hay buenas personas. A la gente como tú no la dejan entrar.  
Pero no te preocupes, seguro que habrá otro lugar para ti, donde estarás con los de tu clase.
Tu esposa, eternamente agradecida.








 Crisis

No sé, no sé. 
Si es que ni siquiera es guapo. Es simpático, agradable... pero también puede ser muy arisco cuando quiere.
No, culto tampoco es. Ni ha estudiado ni le gustan los libros.
Ah, los amigos… de eso mejor no hablar, no los aguanto.
En común tenemos poco... en realidad nos aburrimos juntos.
Hombre, sí... es trabajador, es buena persona... pero es que eso es lo mínimo que se  puede esperar de cualquiera, ¿no? Lo único que faltaría es que fuera un delincuente.
La verdad es que yo no creo que esto tenga mucho futuro...
-Cariño, ¿qué pasa?
-¿Qué?
-Que tienes que contestar.
-¿Eh? Ah… Sí, sí quiero.


Aquí, otras historias de amor aproximadamente