viernes, 24 de octubre de 2014

Donde menos se espera…



…salta la liebre, dice el refrán,  parafraseando el cual podríamos decir que también donde menos se espera salta la palabra. La palabra rara, curiosa, interesante. Esa palabra que nunca antes habíamos visto, que no conocíamos y que descubrimos así, de sopetón, en cualquier sitio y por sorpresa.
Esto les habrá ocurrido a ustedes muchas veces, sin duda, como a mí misma, ya lo saben.
Cuando encuentro una de esas palabras inauditas que me llaman la atención no tengo más remedio que anotarla; es inevitable, no puedo dejarla pasar, para después, en cuanto tenga ocasión, intentar saber algo más de ella: su significado exacto, su origen, sus usos frecuentes, sus diferentes acepciones si las tuviere…

Normalmente son palabras a las que no voy a poder dar uso,  es decir, que se van a convertir en vocabulario pasivo dentro de mi diccionario mental, aumentando ese conglomerado de cachivaches inasibles que algunos llaman conocimientos inútiles. Pero nunca he alardeado de tener un sentido práctico de la vida, así que me quedo con ellas y las guardo como quien guarda un recuerdo que le gusta pero que probablemente nunca va a utilizar: simplemente por el gusto de tenerlo, de saber que existe.
Hoy traigo aquí, para compartirlas con ustedes, que es lo que más me gusta, unas cuantas palabras nuevas –nuevas para mí- que han ido saltando ante mis ojos, cual liebres con ganas de juego, en diversos textos que he leído últimamente.
La primera de ellas es la inquisitorial relapso, que según nuestro diccionario de referencia es aquel que “reincide en un pecado del que ya había hecho penitencia”. O sea, un auténtico pecador, un reincidente, un obstinado, un incorregible que peca y repeca aun habiendo  sido ya  castigado por ello.

“… éste debe ser condenado como relapso con todo derecho, porque tras de esta segunda prueba ya no resulta dudoso que sea culpable del primer error.”  
(Jacob Sprenger. El martillo de las brujas para golpear a las brujas y sus herejías con poderosa maza: Malleus maleficarum, 1486).

Y como esto de relapso me suena a lapso y a lapsus, vuelvo a recurrir a los sabios y descubro que relapso deriva efectivamente de lapso, que deriva a su vez de lapsus, que significa, ni más ni menos que deslizamiento, caída, de ahí su sentido de “re-caída en un error”.  
Pensándolo bien, creo que a esta palabra si le podemos dar un uso cotidiano. Sobre todo después de ver un telediario.

Otra de mis palabras favoritas desde hace unas semanas es sochantre.
No me dirán ustedes que no es sonora y contundente. Antes de saber su significado, a mí esta palabra me sonó a insulto, pero a insulto cabal, merecido y específico. Un insulto meditado y elegido a conciencia. Pero no, no podemos insultar a nadie con este vocablo colosal porque nada tiene de ofensivo: el sochantre es el “director del coro en los oficios divinos”.

Esta palabra tan curiosa y resonante está formada con la preposición so y el sustantivo chantre, derivado del francés chanteur, cantor. Por lo tanto el sochantre es el que está por debajo, el auxiliar, del chantre o maestro del coro.

“Aquí hubiera acabado su faena mística el Sochantre, si de improviso no levanta Isabel sus ojos del suelo…”
(Ginés Alberola. El sochantre de mi pueblo, 1890)
La última palabra de hoy es bibliópolo.
Ya conocíamos al bibliófilo, al bibliómano y al bibliógrafo,  y ahora se une a ellos su amigo el bibliópolo, o bibliopola, tal y como aparece en el diccionario de la RAE, que es un vendedor de libros antiguos y especialmente de libros raros y curiosos.
Procede del griego bibliopoles, compuesto por las formas biblion y polein, vender y llega a nosotros a través del latín bibliopola.

“Quintiliano coloca al frente de sus Instituciones oratorias una carta escrita al bibliópolo Tryphon, donde se le muestra muy reconocido.”
(Manuel Danvila y Collado. La propiedad intelectual: legislación española y extranjera comentada, concordada y esplicada según la historia, la filosofía, la jurisprudencia y los tratados, 1882).
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Relapso, sochantre, bibliópolo. Puede que éstas sean palabras hoy caídas en desuso, pero si a veces vuelven con un nuevo aire las modas del vestir tras pasar un tiempo en el armario del olvido; si se recuperan tradiciones que parecían perdidas para siempre, y si la nostalgia nos hace volver la vista al pasado para darle un nuevo valor a toda clase de manifestaciones del saber y el hacer humano, también podríamos, digo yo, volver a usar palabras arcaicas y renovarlas quizás con acepciones más modernas.
Más que nada porque suenan divinamente, ¿no les parece?

jueves, 9 de octubre de 2014

Libros en conserva

 
Del mismo modo en que hay prendas de vestir que no nos decidimos a usar o alimentos que nos resistimos a probar,  hay libros cuya lectura no llegamos nunca a emprender.
Y al igual que yo misma me negué durante muchos años a probar los espárragos en conserva, con frecuencia muchos de nosotros eludimos  libros que tenemos en nuestras estanterías desde hace tiempo. Son libros que están también en conserva, pues resisten nuestro olvido durante largo tiempo sin que se alteren sus propiedades, en esas alacenas literarias que son nuestras bibliotecas personales.
Yo sé que mi rechazo a los espárragos se debía a que simplemente no me parecía que  aquellos tronquitos blancos, brillantes y resbalosos fueran en realidad comestibles.
Pero para los libros que tengo en espera no puedo dar la misma razón, pues no me cabe duda de que son un buen alimento. Así que otros motivos debe de haber que nos llevan a dejar ciertos libros instalados en el limbo del por ahora no.
Hace una semanas, nuestro amigo Carlos me sugirió que escribiese sobre este asunto de los libros postergados, y pensé que sería una buena ocasión para preguntar a algunos de los lectores de este blog si tienen libros en espera y si ello se debe a alguna razón en particular.
Así el propio Carlos me dijo que él tiene varios en esa situación, en concreto una antología de cuentos de Cortázar; el Homenaje a Cataluña, de George Orwell; El pintor de batallas de Pérez-Reverte y La Regenta, cuyas historias dejaron de interesarle poco después de empezada la lectura.
Y otro de ellos es El conde Lucanor, que, según me contó, de niño le encantaba “y soñaba con tenerlo”. Pero cuando por fin tuvo su propio ejemplar resultó ser una edición en español medieval, tal que así:
 
Cuando el privado del rey esto le oyó dezir, estrañógelo mucho, deziéndol’ muchas maneras porque lo non devía fazer. Et entre las otras, díxol’ que si esto fiziese, que faría muy grant deserviçio a Dios en dexar tantas gentes como avía en el su regno…
 
lo cual hízole a mío amigo abandonar la obra, pues resultábale la su lectura grandemente dificultosa et luenga.
 
Esto mismo le sucedió a nuestra querida MJ con El cantar de Mío Cid, que desde sus primeros intentos de lectura duerme el sueño de los justos en un anaquel, de su dueña olvidado.
Como olvidado tiene también Los puentes de Madison County, de Robert James Waller. En este caso la razón del abandono es  sentimental: según me ha contado MJ la película le gustó mucho, pero la vio “en un momento malo” de su vida. Y teme, claro, que el libro y su poder de evocación le traigan el recuerdo de unas ásperas circunstancias.

 
También por motivos anímicos, otro de nuestros amigos, JuanRa Diablo, tiene en espera Paula, de Isabel Allende, sin atreverse a emprender su lectura por temor al impacto emocional. Y es que JuanRa, ahí donde lo ven, es un diablo muy sentimental.
Sentimental pero práctico también, pues por motivos prácticos tiene al Ulyses de James Joyce aguardando sine die su turno, junto con otros grandes clásicos anglosajones como Ivanhoe  y   Moby Dick.
Con lo bonito que es abrir un libro y encontrarse un inicio como este:
 
Llamadme Ismael. Hace varios años –no importa cuántos exactamente- con poco o ningún dinero en el  bolsillo  y nada concreto que me retuviera en tierra…
 
También tiene relegado Memorias de Adriano, a pesar de haberlo empezado tres veces. Al menos no podemos achacarle falta de perseverancia.
 
Por su parte, la encantadora Sara me dice que el libro que lleva más tiempo en sus estantes sin haber conseguido aún su atención es Fortunata y Jacinta, cuya lectura va aplazando una y otra vez por esa razón de peso o grosor que ya hemos referido anteriormente; y porque lo libros que lee mensualmente para el club de lectura en el que participa se pondrían muy celosos. Que todo hay que tenerlo en cuenta.
 
En mi caso, de los libros que tengo olvidados, ignorados o en espera -siempre  a mi pesar- los que más tiempo llevan aguardando su oportunidad de impresionarme son El ruido y la furia, que languidece y amarillea en su estante desde que intenté leerlo por primera vez, y El club de los negocios raros, de G. K. Chesterton.
En cuanto a la novela de Faulkner, que tanta devoción despierta entre algunos, la razón de mi desapego es clásica: quise leerlo –en inglés además- cuando aún no tenía ni conocimientos ni madurez suficiente para tal tarea.
Pero para el abandono que sufre el de Chesterton no tengo explicación ni excusa: el autor me cae bien, me gusta su estilo, el librito tiene cien páginas escasas y el título me resulta de lo más sugerente.
Así pues, no entiendo por qué lleva tanto tiempo ahí, desatendido, marginado. Será que en cuestión de libros, como en el amor, no siempre podemos explicarlo todo.
Sin embargo, estoy segura de que, al igual que me ocurrió con los espárragos en conserva, el día que me decida a probarlo descubriré que he estado años desdeñando un manjar exquisito.
 
¿Y ustedes? ¿Tienen también en sus estanterías libros en conserva?