viernes, 29 de abril de 2016

Deslones y resbalices


Recuerdo que una vez, preparando un examen con dos compañeros de clase y repasando un tema determinado, dije yo que “en aquel momento, la preocupal principación era…” Los tres nos reímos, claro, pero uno de mis compañeros no tuvo suficiente con eso y, queriendo hacer befa y mofa de mi desliz, él mismo se deslizó cuando dijo: “¿Es que tú no puedes decir de dejar tonterías? Con lo que se cumplió aquello de “en el pecado lleva la penitencia”.

Pero lo importante del asunto no es que el burlón quedase burlado, sino la cuestión en sí del desliz, del resbalón, del lapsus linguae. O, como se dice en inglés, del spoonerism, palabra derivada del nombre de William Archibald Spooner, rector de Oxford en el siglo XIX, que, según cuentan, tenía este tipo de deslices con mucha frecuencia.

cerebro engranajesSi nos paramos a observar de cerca estos errores del habla tan curiosos y tan graciosos, veremos que tienen una “lógica gramatical”, por así decir; que no son unos errores cualquiera sino que siguen un patrón, y que encajan con las leyes gramaticales que, según Chomsky, tenemos impresas en el cerebro, y que denominó gramática universal.

Por ejemplo, en el caso de mi famosa preocupal principación, tenemos dos elementos: preocupación y principal, un sustantivo y un adjetivo, entre los cuales se produce una metátesis -un intercambio de lugar entre los sonidos de los dos elementos- y una anticipación: antes de que yo terminara de pronunciar preocupación mi cerebro ya estaba anticipando la pronunciación de principal, y, con esas prisas, me hizo mezclar ambas palabras.
Pero ¿verdad que “preocupal” y “principación” suenan a sustantivo y adjetivo? ¿Que podrían perfectamente ser  un sustantivo y un adjetivo reales? Eso es porque la estructura de estas palabras, aunque sean erróneas, se ajusta a las estructuras que esperamos que tengan sustantivos y adjetivos, y como tales están colocadas en la frase.
Es como si completáramos un puzle con piezas que no le corresponden pero que encajan perfectamente en el todo porque tienen la forma y el tamaño adecuado.

Lo mismo ocurre con el lapsus de aquel compañero burlesco: decir de dejar tiene la misma estructura que dejar de decir, dos verbos en infinitivo conectados por una preposición. Una estructura —una perífrasis verbal— perfectamente acorde con esa “gramática mental” o “gramática intuitiva” que todos tenemos y que nos hace percibir como naturales o extrañas las construcciones gramaticales que nos salen al paso. Aunque no sepamos qué es una preposición ni un infinitivo ni nada semejante.
  
Podríamos decir que nuestro cerebro, cuando comete este tipo de errores, está haciendo juegos de palabras por su cuenta, sin contar con nuestra intervención consciente; pero que esos “juegos de palabras”, como tales, conservan la lógica y el funcionamiento propios de nuestras estructuras lingüísticas. Y seguramente por eso, cuando oímos algún desliz de este tipo lo identificamos como lo que es y nos damos cuenta de cuáles son las palabras que se han mezclado en esa ocasión. Como cuando alguien dijo “te lo sagro por lo más jurado”.

Todo esto a mí me parece una prueba más de lo mágico y maravilloso que es el lenguaje humano; de cómo su articulación, sus mecanismos, sus trucos y recovecos, son una fuente sin fin de sorpresas, un pozo sin fondo de posibilidades. Algo que, siendo tan nuestro, tan inherente a nuestra condición humana y tan cotidiano, sigue teniendo al mismo tiempo secretos y misterios que nos sorprenden a cada momento.

Y todo esto también me hace pensar en una de las características esenciales del lenguaje humano: la arbitrariedad. 
Pero ése es otro tema del que, si acaso, podríamos hablar en otra ocasión.


engraved words



lunes, 18 de abril de 2016

Una pelota de colores

Cuento

Para una niña pequeña, un niño más pequeño aún es casi como un muñeco viviente, un compañero de juegos ideal.
Yo tendría cinco o seis años, y aquel niño, rubio y delicado, tres o cuatro. Era el hijo de una amiga de mi madre y durante aquel verano fuimos a su casa todos los sábados. Después de merendar, mientras mi madre y la madre del niño pasaban la tarde charlando y haciendo labores, el niño y yo jugábamos en un patio que había junto a la cocina.
El niño era muy risueño, alegre y cariñoso, y yo, aun siendo tan pequeña, sentía una gran ternura por él. Me sentía mayor y protectora.
Casi siempre jugábamos con una pelota que había en el patio; una pelota azul, sucia y blanda que apenas botaba. A mí me parecía una pelota triste, pero al niño le gustaba jugar con ella; se divertía lanzándola  hacia arriba y correteando de un lado para otro, riendo, intentando cogerla antes de que llegara al suelo con aquel sonido flojo y mullido que me hacía reír a mí también.

Un sábado de aquéllos, al salir al patio vi que había una pelota nueva. Era la más bonita que yo había visto; una pelota grande, firme y de colores relucientes; una pelota con ganas de jugar. No había que lanzarla hacía arriba: la hacíamos botar en el suelo y subía  sola, con fuerza, con alegría. Y yo la veía allí arriba, girando y brillando, como una pompa de jabón eterna bajo el cielo del verano.
A mí me fascinaba aquella pelota, pero el niño, sin embargo, no dejaba de lado la azul, y cuando la cogía a mí me parecía que la abrazaba como yo abrazaba a mi muñeca de trapo.

Un día de finales de agosto, cuando mi madre y yo nos marchábamos, la madre del niño me dijo que me llevara la pelota, que el niño ya no la quería. Y yo, creyendo que hablaba de la pelota azul, pensé que tampoco la quería. Pero cuando volvió del patio, la mujer traía en las manos la pelota de colores, la pelota maravillosa. Yo no podía creer que aquella pelota tan especial fuese a ser mía, así, de pronto.
Sin embargo, no llegué a sentir ninguna alegría por aquella sorpresa, por aquel regalo asombroso, sino una sensación de pena y extrañeza que no comprendí y que sigo sintiendo hoy día cuando recuerdo aquel episodio. Porque al mismo tiempo que vi a la mujer venir con la pelota, vi al niño, detrás de ella, llorando.

No sé porqué la madre del niño quiso darme a mí la pelota, ni sé por qué yo la cogí, por qué le quité a aquel niño su pelota de colores si yo no la quería para mí, no me hacía falta tenerla.
Pero me la llevé, seguramente porque era lo que habían decidido los mayores y yo estaba acostumbrada a hacerles caso.

Creo que cada cosa tiene su sitio propio, y aquella pelota tenía su sitio en el patio, con el niño, esperándome para jugar.
Por eso aquella pelota preciosa, brillante y alegre, perdió su magia y su maravilla en el momento en que me la llevé del lugar que le correspondía.
Y la recuerdo en el suelo de mi habitación, abandonada debajo de una silla, volviéndose cada vez más azul.  



httpwww.freevector.com



viernes, 8 de abril de 2016

Confesiones blogueras


Hace unos días hablaba yo con una amiga sobre los blogs, y en concreto sobre los blogs que recogen vivencias personales, experiencias, recuerdos y pensamientos de sus autores. Y le decía yo a mi amiga que este tipo de blogs podría encuadrarse dentro  de la llamada literatura confesional.

Curiosamente pocos días después de esta conversación,  un amigo que suele venir por aquí aunque no se deja ver, me dijo que las entradas que más le gustan de mi blog son aquellas en las que aparte de libros y lenguaje, hablo de cosas que me afectan a mí, que se refieren a mi vida personal. Es decir, las entradas en las que hago un poco de literatura confesional.
 
Y curioso es también que unos días antes de todo esto yo había estado leyendo un artículo en el que se hablaba de los beneficios de reflejar por escrito nuestros pensamientos e impresiones sobre hechos que nos atañen personalmente. En ese artículo no se empleaba el término literatura confesional, pero la conexión me parece evidente.

Ya hemos comentado aquí en alguna otra ocasión que a veces  varios hechos o circunstancias relacionados con un mismo asunto parecen ponerse de acuerdo para presentarse ante nosotros casi al mismo tiempo, uno tras otro.
Y cuando esto ocurre, a mí me da la sensación de que algo me está invitando a que medite sobre ese asunto, o incluso a que escriba alguna cosilla sobre ello.

Como saben ustedes, la escritura confesional, a pesar de ese nombre que suena a culpa, no implica necesariamente una confesión en sentido literal, sino que tiene más que ver con la autobiografía. La diferencia es que la literatura confesional no es un recorrido por los hechos de una vida, sino que refleja sentimientos y reflexiones referidos a momentos o circunstancias concretos de una vida. Es, podríamos decir,  la captura de unos hechos y los sentimientos asociados a esos hechos. Algo así como una radiografía de las pasiones; un selfie emocional.

Tradicionalmente, el estilo confesional se ha manifestado por medio de diarios, cartas y declaraciones escritas de carácter personal, y son buenos ejemplos de esto obras como el Diario de Ana Frank, De Profundis de Oscar Wilde, El nadador en el mar secreto, de William Kotzwinkle, o Viaje alrededor de mi habitación de Xavier de Maistre, en las que sus autores reflejaron sus sentimientos más profundos y sus reflexiones más íntimas sobre hechos trascendentales de sus vidas.
Pero también son literatura confesional las “falsas confesiones”, es decir, las obras en las que quien escribe en primera persona sobre sus sentimientos es un personaje de ficción, como ocurre, por ejemplo, en El último día de un condenado a muerte de Victor Hugo o en Carta de una desconocida de Stefan Zweig.

Pero, como le decía yo a mi amiga en aquella conversación, creo que hoy día los blogs cumplen también, en cierto modo, esa función confesional que tradicionalmente han cumplido las cartas y los diarios.
Cuando el autor de un blog nos relata hechos de su vida, circunstancias que no tienen por qué ser trascendentales, ni siquiera íntimas, pero sí personales, y nos da a conocer sus emociones, sus sentimientos y sus reflexiones, está expresando su identidad, presentándose a sí mismo,  que es algo muy parecido a escribir un diario. 
No en vano los blogs nacieron como diarios online, aunque luego sus funciones y contenidos se han diversificado de manera casi cósmica.

Pero sea mediante diarios, cartas o blogs, lo cierto es que siempre hay algún momento en que el ser humano necesita comunicar, de manera abierta o velada, su yo esencial, dar expresión a sus pensamientos y meditaciones personales. 
Y también es cierto que a nosotros nos gusta leer lo que otros escriben sobre sí mismos, tal vez porque en ese tipo de textos es donde encontramos el lado más humano de nuestros semejantes, lo que más nos acerca unos a otros.
Y porque al tiempo que, mediante sus confesiones, vamos conociendo a la otra persona, nos vamos conociendo, y tal vez confesando, también a nosotros mismos.



La pasión de la creación. ( Leonid O. Pasternak, c-1890)
La pasión de la creación (Leonid O. Pasternak, c.1890) 
(Aquí, algo curioso sobre el libro de Victor Hugo y el de Xavier de Maistre)