viernes, 29 de enero de 2021

Escribiendo, que es gerundio

Con motivo de la celebración del Día Internacional de la Escritura a mano, celebrado la semana pasada, hoy reproducimos una entrada publicada en Juguetes del viento el 22 de marzo de 2012.


Un bolígrafo azul de punta media y un lápiz de grafito del número dos. Estos son los elementos imprescindibles para disfrutar de la escritura. Y me refiero al acto físico de escribir, de trazar letras y signos ortográficos en un papel.

Como accesorios, están muy bien los lápices de colores, los rotuladores y marcadores con punta de fieltro y los bolis de gel de colores variados (con o sin purpurina flotante).
Pero lo básico es lo básico.

Para mí escribir a mano es un placer.
Escribir con lápiz me gusta, porque me gusta su tacto cálido y porque creo que el lápiz tiene el encanto de lo modesto y lo tradicional. Y porque, si hay silencio, puedo oír ese ras-ras que hace sobre el papel y que me encanta. Es como si el lápiz fuera murmurando lo que va escribiendo.

Además, un lápiz nuevo, de los clásicos, sin florituras, me parece a mí un objeto magnífico y elegante. Tiene la belleza de lo simple, de la eficacia en la sencillez.
Y un lápiz usado, gastado, humilde, con muescas y arañazos, me recuerda lo antiguo, la infancia, y tiene la belleza singular de los abuelos: la que no tiene nada que ver con el aspecto impecable ni la perfección física, sino con el tiempo, con el trabajo, con el servicio prestado, con los ratos pasados con nosotros, limitándose a ser útil.

Por otro lado, escribir con un bolígrafo cómodo, que se desliza con facilidad sobre el papel, con un trazo medio, suave y firme al mismo tiempo, con un azul ni muy claro ni muy oscuro, me resulta –y no exagero- relajante, y me ayuda a pensar y a concentrarme.

Observar el trazo que va dejando el boli me fascina. Casi me hipnotiza. Y que esos signos, esos dibujillos que llamamos letras, vayan apareciendo gracias a unos levísimos movimientos de la mano, me parece cosa de ensalmo.

Sin duda, escribir en el ordenador es físicamente más cómodo, tiene más posibilidades estéticas y prácticas, no sale el llamado ‘callo del estudiante’ en el dedo medio, y no da calambres en la mano.
No está mal. Pero cuando escribimos a mano parece que lo que se dice es más verdadero, más convincente. Porque al escribir a mano a mí me da la sensación de que las ideas bajaran por el brazo, llegaran al boli, y del boli  al papel. Sin entretenerse por el camino, directas a la meta.

Y aunque lo escrito no sea algo personal, me parece que el hecho de escribirlo a mano ya convierte cualquier texto en personal, si no en el contenido, sí en la forma. Porque está escrito con nuestra letra, que es única, así que le hemos dado al texto algo nuestro, exclusivamente nuestro. Le hemos dado personalidad, que no es poca cosa.
De hecho, le hemos dado nuestra personalidad,  si la grafología no nos engaña. 

Porque para escribir una p tengo que hacer un trazo determinado, para escribir una g, otro distinto. Para la s la mano se mueve sinuosa y para la m se divierte subiendo y bajando. Cada letra tiene su movimiento propio. Como pasos de ballet en un escenario de papel.

En cambio, en el ordenador, cada letra tiene el mismo movimiento que las demás: todas las teclas se pulsan de la misma manera.
Esas letras son perfectas, no tienen defectos ni altibajos. No tienen carácter.

Por todo lo dicho, si vuelve a la vida el oficio de copista, avísenme, por favor.
¡Pero no se me lleven el ordenador!





lunes, 18 de enero de 2021

Piedras preciosas

Cada vez que me encuentro con una palabra desconocida me llevo una alegría, como el  buscador de oro que descubre una pepita en su cedazo.

Porque las palabras son las piedras preciosas que forman el tesoro de un idioma, y al igual que los valiosos minerales se ocultan bajo el agua, entre la arena o en las paredes de una cueva, con frecuencia las palabras permanecen  también ocultas, calladas, discretas, entre las páginas de los diccionarios y de las obras literarias. Y de la misma manera, de vez en cuando asoma alguna, surge inesperadamente y nos sorprende con su destello.

De las palabras que me han sorprendido en los últimos tiempos, me llamó la atención  de manera especial una de ellas en particular, que tanto por su sonido como por su significado me pareció un diamante perfecto.

La palabra era licnobio, que, como quizá sepan ustedes, denomina a una persona que vive con luz artificial, "haciendo de la noche día", según la poética definición del diccionario de la RAE. Es decir, la persona que duerme de día y realiza sus actividades por la noche, con luz artificial. O sea, como un noctámbulo, un nocherniego, un noctívago. O un vampiro, si me permiten la broma. 

Pero aparte de su significado y su sonido, también  me resultó muy interesante  la etimología de esta palabra,  que incluye específicamente  la referencia a la luz artificial. En efecto, licnobio proviene del griego lychnóbios, formado por lychnos, lámpara, y bios, vida.

También me gustó mucho saber que las lámparas o candiles con los que se alumbrarían los licnobios en la antigua Grecia se denominan luchnoi, que, al igual que lychnos procede del indoeuropeo leuk, y que  sin duda tiene mucho que ver con nuestra  luz.

Así que del mismo modo que el aventurero se enriquece con el oro que encuentra en el río, yo me siento más rica cada vez que añado una palabra nueva a mi vocabulario personal. Porque con cada palabra se amplia mi horizonte, se agranda mi mundo y se ensanchan mis pensamientos.  


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miércoles, 6 de enero de 2021

¡OH!

Una mañana de invierno, después de una tormenta que había encendido el cielo durante toda la noche, Alicia fue al paseo marítimo para hacer fotos de las nubes, que seguían flotando sobre el mar como medusas gigantes.

Pero al llegar vio desde el parapeto algo que le interesó más que las nubes. Había dos niños en la arena, un chiquillo de unos nueve años y una niña algo más pequeña. Estaban junto a las grandes letras de cemento, húmedas aún por la tormenta, que a la sombra de un pequeño grupo de palmeras formaban la palabra PLAYASOL. Los padres de los niños estaban en la orilla, contemplando el mar, sin prestarles mucha atención a ellos.

Durante el verano esas letras eran uno de los entretenimientos de los niños y jóvenes que llenaban la playa, y un lugar favorito para hacerse fotos. Los más altos se asomaban por los huecos de la P y la A, o por entre los brazos de la Y. Otros se sentaban en la L formando ellos mismos un  ángulo recto; otros buscaban posturas difíciles para encajar en la S; pero lo que más les divertía a los pequeños era colarse por la O, pasando de un lado a otro sin cansarse.

Alicia, que observaba con el zoom de la cámara, pensó que era muy  curioso que esos dos niños no jugaran en ningún momento a pasar a través de la O, sino que se asomaban a ella como si fuese una ventana. Se apoyaban cada uno en un lado, miraban, y al cabo de unos segundos se retiraban, con caras de asombro y exclamaciones de sorpresa, como cuando se mira por un caleidoscopio por primera vez.  Después de asomarse varias veces llamaron a sus padres, y, alterados pero sonrientes, les hicieron gestos para que se acercaran.

Los padres se asomaron también, tal como les pedían los niños, pero Alicia vio que se apartaban de aquella peculiar ventana con indiferencia, encogiéndose de hombros.

Después de esto, la familia se marchó en dirección al paseo, aunque Alicia pudo observar que los niños no dejaban de volver la mirada hacia las letras.

Entonces bajó ella a la arena, se acercó a las letras, e imitando a los niños se asomó por el hueco de la O. En seguida se apartó, con un movimiento brusco, como si hubiera recibido una descarga eléctrica o una sorpresa enorme. Después de unos segundos de indecisión volvió a asomarse, y a continuación metió sólo las manos, con la cámara preparada. Sin embargo,  al retirarla comprobó que, al igual que los padres de aquellos dos niños,  la máquina no había registrado nada más que la arena y las palmeras del otro lado de las letras.

Alicia permaneció unos instantes frente del gran óvalo de cemento, quieta y pensativa, como un pez piedra que se queda inmóvil en la arena justo antes de lanzarse sobre su presa. Entonces dio unos pasos hacia delante y se coló en la O, como  los pequeños que jugaban allí en verano. Pero a diferencia de ellos, Alicia no apareció junto a las palmeras del otro lado.