martes, 21 de febrero de 2023

Sucedió una tarde

Esta entrada que hoy recordamos se publicó originalmente en Juguetes del viento el 28-12-2012. 


Es curioso cómo a veces, de pronto, se nos viene a la memoria el recuerdo de una situación intrascendente, de una experiencia pasajera a la que no le dimos importancia.

Pero  resulta que ese hecho que sucedió sin más y en el que nunca volvimos a pensar, se quedó almacenado, sin nosotros saberlo,  en esa especie de coliflor que tenemos dentro de la cabeza.
Hace unos días me acordé, quién sabe por qué, de una de esas situaciones que tienen lugar un día cualquiera y que pasan sin dejar huella. 
Aparentemente.

Tendría yo dieciséis o diecisiete años y era una tarde de verano.  Había quedado con mis amigas, y, como es habitual, mi puntualidad británica y yo llegamos las primeras. Me senté en un banco del paseo a esperarlas y a los pocos minutos llegó un muchacho.

Se sentó a mi lado y empezó a hablar conmigo.
No sé cómo entabló la conversación,  si me dijo su nombre, si me preguntó el mío, si quería saber la hora... no sé.
Lo que recuerdo es que en algún momento, por alguna razón, empezamos a hablar de libros.

Me preguntó si  a mí me gustaba leer, y dijo que él no leía nunca porque los libros le parecían muy aburridos. Que había empezado algunos pero los había dejado en seguida.
Yo le dije, más o menos, que habiendo tantos libros en el mundo, seguro que alguno le gustaría, que no todos eran aburridos.

Entonces me pidió que le hablara de alguno que me hubiera gustado a mí y que le pudiera gustar a él. Y yo, echando mano de mis escasísimos conocimientos, le hablé de uno que había leído hacía poco y que era muy entretenido.

Me preguntó de qué trataba y  le conté el argumento brevemente.
Por supuesto yo entonces no sabía nada del simbolismo de la novela ni de su filosofía ni nada de eso. Mi lectura se había quedado en lo anecdótico, en lo divertido de la trama, en la fantasía del relato.

El libro en cuestión era El caballero inexistente, de Italo Calvino.
Y aunque en aquel momento ni el chico ni yo teníamos dónde apuntar el título, recuerdo que hizo un esfuerzo por memorizarlo, repitiéndolo lentamente, como si lo escribiera.  
Ya no me acuerdo de nada más, no sé cómo terminó la conversación, pero me imagino que llegarían mis amigas y me marché.

Ahora me pregunto si el muchacho recordaría más tarde el título del libro; y si lo recordó, me gustaría saber si lo compró y si lo leyó. Y especialmente me gustaría saber si le gustó.

Como dije al principio, nunca antes me había acordado de esta anécdota, pero cuando hace unos días apareció en mi pensamiento, como aparece una foto vieja en un cajón, pensé que probablemente esta fue la primera vez que le recomendé un libro a alguien.

Y también pensé que era muy curioso que alguien que decía aburrirse con los libros tuviera tanto interés por conocer alguno que le pudiera gustar.
Y por último, también he pensado que este hecho que al principio consideré intrascendente, ahora no me lo parece tanto.

 
 

21 comentarios:

Beauséant dijo...

A lo mejor estaba más interesado en otra cosa que no era exactamente el libro, lo digo en broma pero en serio.

Cuando una persona te atrae, por el motivo que sea, sueles sentir interés por el interior de esa persona, por el esa especie de líquido amiótico que nos ayuda a asilarnos del mundo exterior y que construimos con libros, canciones... ya sabes.

Qué extrañas costumbres tiene doña memoria, ¿verdad? Cada día aparece con una cosa diferente y sin ningún criterio.

Cabrónidas dijo...

Puede parecer gracioso, pero creo que había todo un plan detrás.

Chaly Vera dijo...


Yo recomendaría: Retrato en Piedra de Louis Auchincloss
Saludos

Albada Dos dijo...

Tal vez él recuerda, y mejor que tu, esa charla literaria. La vida es así, hay instantes que parecen perdidos, y que resisten en la mente de quien los vivió.

Un abrazo

Macondo dijo...

Yo creo que a ese chico la que le gustaste fuiste tu. Otra cosa es que luego siguiera o no tu consejo y, en caso de que sí, le gustara o no el libro. Ojalá te deba una afición a la lectura por la que te esté eternamente agradecido.

Rodión dijo...

Nada que añadir a los anteriores comentarios sobre las posibles motivaciones de aquel chaval.

De todas formas, veo un posible paralelismo (sea o no una casualidad) con la propia obra que recomendaste, ''El caballero inexistente'', que por cierto me encanta, al igual que las otras dos obras simbolistas de Calvino que solemos entender como una suerte de trilogía, entre comillas.

El muchacho que conociste actuó como el escudero de Agilulfo: en aquel momento él era pura existencia, sin mostrar esencia definida. Tú te definiste desde una esencia, como lectora, y él se mostró indefinido y fluido, dispuesto a hablar de libros mientras afirmaba que no le gustaba leer; dispuesto a buscar un libro que le atrajese y dispuesto a leer lo que tú le recomendases. Existir antes que ser, dejarse llevar antes que mostrar su personalidad. Dispuesto a adaptarse a la tuya. Podría resumirlo mejor, pero Cabrónidas lo ha hecho ya mejor que yo, y suscribo plenamente su comentario ;)

TORO SALVAJE dijo...

Este es un tema sobre el que pienso a menudo.
Qué es lo que provoca que determinados hechos sin trascendencia aparente queden impresos en la memoria y sobrevivan al paso del tiempo.
Tengo varios recuerdos así.
Cuál es el motivo de su inexplicable permanencia cuando otros que en teoría eran "más importantes" han desaparecido o no los recuerdo...
No creo que sea un tema de neuronas y química.
Intuyo que hay algo más pero soy incapaz de descifrarlo.

Besos.

Rick dijo...

Posiblemente sea el poder de la lectura o de cualquier otra afición de tipo espiritual, que en la adolescencia y a ojos de los demás parecer imprimir un carácter "fuera de lo común" a esa persona.

En cristiano: supongamos que la primera intención del chico era "ligar". A tal fin, primero entran las presentaciones seguidas de algún tipo de conversación inicial, que suele ser de tipo abstracto o general y luego, como bien dices, acaba derivando en algo más concreto.

Y aquí ya podemos seguir fantaseando pero a otra escala:

"Leer libros. Uf. La literatura. No es lo mío. Pero parece que a esta chica le van los libros..."

Y ante tal panorama, una de dos: o trata de hacerse el interesado en el asunto para ganarse la simpatía de la chica o, desanimado, comprende que nunca conseguiría interesarle y busca una excusa ("dime un libro y lo leeré") para rematar elegantemente la conversación y seguir su camino. Eso es lo que sucedió: a sus ojos tu afición te eleva sobre él, te hace inalcanzable para un chico medio, sin pretensiones, cuyas aficiones más intensas (si es que las tiene) podrían ser de tipo deportivo, por decir algo.

Y ahí termina la historia. Reconociendo que sois de dos mundos distintos y por lo tanto no tiene sentido seguir manteniendo el tipo. Hay que seguir el camino...



JuanRa Diablo dijo...

Parece que el jurado popular ha resuelto que el muchacho era un ligón.
¡Hay que encontrar a ese chico y que lo aclare todo de una vez! :D

Como mi "coliflor" es de traviesa imaginación he visto cómo memorizó perfectamente el título que le sugeriste, pero no lo buscó. Sin embargo mucho tiempo después, por caprichos del destino, lo vio en algún sitio (librería, casa de un amigo...) y las ganas por obtenerlo se agudizaron. Y lo leyó, por supuesto.

(Otra versión de mi imaginación es que lo confundió con El hombre invisible)

MJ dijo...

Es caprichosa la mente. Yo también me pregunto por qué hay cosas importantes que olvidamos y otras, muchas veces, sin importancia que recordamos. Y cómo es que de repente, algo que no recordábamos, vuelve a nuestra mente... Parecía borrado, pero solo estaba "escondido". Y por qué dos personas que estuvieron presentes en una conversación o en un acontecimiento recuerdan detalles distintos. Todo eso es un misterio para mí.

Por otra parte, es una entrada bonita. Como dice Juanra, el jurado popular ya ha dictaminado que el chico quería ligar contigo. Pero me gusta la idea de que finalmente se animó a darle otra oportunidad a los libros, quizá el que le recomendaste, porque le llamó la atención el título, quizá otro más sencillo de leer, más comercial, pero que le hiciera descubrir que los libros podían ser una buena compañía.

Ángeles dijo...

Creo, Beauséant, que no eres el único que supone que el muchacho podía estar interesado en otra cosa que no eran los libros :D

Me ha gustado eso del líquido amniótico que construimos con aquello que nos ayuda a aislarnos del mundo exterior. Es una imagen muy sugerente.

Y, en efecto, la memoria juega con nosotros como quiere. Creemos que "nosotros recordamos", pero es la memoria la que manda, la que se presenta o desaparece a su antojo.

Gracias por tu comentario.


Cabrónidas, eso de que había "todo un plan detrás" suena un poco inquietante :D pero me ha hecho mucha gracia.

Gracias por venir.


Gracias, Chaly, no conozco el libro que mencionas, pero seguro que es muy interesante.


Qué bonito comentario, Albada.
Gracias.


¿Tú también, Macondo? :D Ya veo que estáis convencidos de que el muchacho sólo fingió interés por los libros. Pero sería muy bonito que, como dices, allí se hubiese originado una afición a la lectura.

Gracias.

Ángeles dijo...

Rodión, me ha parecido muy interesante y agudo ese paralelismo que has establecido entre el muchacho de esta historia y el personaje de la novela (y que a mí jamás se me hubiera ocurrido). Pero ¿quiere ello decir que yo fui como una armadura vacía, llena sólo de conciencia propia? Pues no creas que vas muy desencaminado :D

Gracias por tu comentario, como siempre.


Yo también, Toro, pienso mucho en eso, y en lo engañosos que pueden ser los recuerdos, en cómo la memoria juega con nosotros para confundirnos. Quizá ése es uno de los motivos por los que me he afanado siempre en escribir diarios: para que la memoria me engañe lo menos posible. Aunque no es un remedio infalible, ni mucho menos.

Y estoy contigo en que debe ser algo más que química y biología. Porque el ser humano es algo más que eso, obviamente.

Besos.


Rick, has hecho un estupendo retrato psicológico del muchacho, y tal como lo presentas, sería un personaje estupendo para una novela: tiene rasgos de gran estratega, sin duda, y hay una ambigüedad en sus razones que nos hace preguntarnos si es un chico sensible y educado o un manipulador que decide no esforzarse mucho ante las escasas posibilidades de éxito que prevé.

Lo dicho, interesantísimo el análisis de la situación que has hecho, y que demuestra una sutil percepción por tu parte de los entresijos de la mente humana.

Gracias por tu aportación, como siempre.

Bubo dijo...

Esta semana he apuntado tres libros que me han recomendado. El año pasado leí uno que me recomendaron hace seis años. Sé que no puedo leerlo todo pero por mi que no quede.

¡El móvil es ideal para apuntar cosas!

Ángeles dijo...

Pues sí, JuanRa, estaría bien que lo aclarara, jaja!
¿Te imaginas que damos con él y nos cuenta que es catedrático de literatura? :D

Tu "coliflor" no para, eh? Y eso de confundir al caballero inexistente con el hombre invisible me hecho muchísima gracia XD


Desde luego que sí, MJ. Ya ves que los caprichos de la mente y la memoria son algo que nos trae de cabeza (nunca mejor dicho) a más de uno.

Me alegra que te haya gustado la entrada, y a mí también me gusta pensar que mi recomendación, como ha dicho Macondo, tal vez sirviera para iniciar una afición a la lectura. ¡Quién sabe! :)

Gracias por tu comentario.


Así es, Bubo, no se puede leer todo, pero cuanto más se intente, mejor.

Gracias por tu visita.

*entangled* dijo...

…este hecho que al principio consideré intrascendente…

De intrascendente no tiene nada. Aún estoy esperando el día en que, sentado en un banco, una tarde de verano, se siente a mi lado una muchacha y empiece a hablar conmigo. Y como por azar, me pregunte si me gusta la música y me pida que le recomiende un disco de Chick Corea. Convendrás conmigo en que suena poco creíble. No pongo en duda tu relato, sobre todo porque a mí me sucedió algo parecido. Sólo que yo tenía veintinueve años y la chica unos catorce.

Estaba sentado en una terraza del paseo de Rosales, tomando un café y una copa de Cointreau, tratando de completar un cuento corto y sin lograr encender la pipa porque al mechero se le había acabado el gas.

De una mesa próxima se levantó una chica, se me acercó y me ofreció una caja de cerillas. Y me dijo que si quería sentarme con ellas (iba con una compañera del colegio que, más tímida que ésta, no paraba de reír nerviosamente). Nunca lo hiciera, pero por vanidad, acepté la invitación. Hablamos. Entre otras cosas de música. Le recomendé «Romantic Warrior».

Sucedió hace tiempo. Si me llega a pasar ahora, inmediatamente hubieran caído sobre mí agentes de la Policía Política, y me hubieran llevado esposado a las mazmorras, acusado de intento de invitar a café a unas menores de edad. Imagínate el número.

Y cuando lo recuerdo, como quien encuentra «una foto vieja en un cajón», y pienso que hemos perdido parte de nuestra humanidad, me consuelo pensando que la chica se compró el disco de Chick Corea, y cuando lo escucha de vez en cuando, piensa: «el tío aquel con cara de gilipollas, que fumaba en pipa por dandysmo, tenía después de todo, buen gusto para la música».

Joiel dijo...

Todo lo anecdótico esconde algo que permanece inalterable en el recuerdo, por eso se convierte en anécdota y no en olvido. Soy de los que piensan que todos tenemos, al menos, un libro especial esperándonos; por más que nos neguemos al placer de la lectura y la imaginación él permanecerá inalterable, aguardando a que llegue el momento, por más que el viento sople y pase las hojas o le muerda el lomo.

Sbm dijo...

Estoy de acuerdo con la mayoría de comentarios. Algo había detrás, quizá también lo piense porque me parece una bonita manera de empezar una relación aunque sea de amistad. También te digo que yo mismo podría haber sido ese chico porque he preguntado a muchas chicas si les gusta leer (a tíos no), tengo ese "defecto" o calidad afectada del instinto primario que pretende civilizarse con una buena conversación. Lo curioso es que es difícil ver a gente que lea más allá de doscientos caracteres.

Pero yo qué sé... es bonito.

Un beso.

Anónimo dijo...

¡Yo también te había "entrado" así... jajaja Pero me gusta pensar que el muchacho no pensaba sólo en una conquista sexual sino que te admiraba, incluso que sentía "amor" del bueno, de ese duradero, generoso y sincero. Seguro que sí.
Pero lo que de verdad me asombra es el mecanismo fisiológico y psicológico (si es que están desconectados) por el cual , de pronto, recordaste la anécdota después de tantos años en que "no existía"... ¿dónde había estado guardado el recuerdo y por qué se despertó ¿y cómo poder estar seguro que fue así y tu mente no lo ha variado como sucede tantas veces con los recuerdos. ¡Qué apasionante
carlos

Ángeles dijo...

entangled estás en tu derecho de poner en duda la veracidad de mi relato si te resulta difícil de creer :D
pero creo que lo que te sucedió a ti es más peculiar, y yo lo creo sin problema.

Quizá fueron algo raro, situaciones anómalas incluso en su momento, no digamos vistas con ojos actuales. Porque, en efecto, hubo tiempos en que era natural que un chico se acercase a una chica, o viceversa, con la simple intención de entablar amistad.

Probablemente las chicas de tu historia te viesen como alguien interesante, diferente a sus compañeros de clase, y quizá tuviesen intereses intelectuales que intuyeron podrían compartir contigo y aprender de ti.

O quizá fue solo un reto entre ellas y la más atrevida ganó. Tampoco eso me parece mal. Es jugar, ensayar, ponerse a prueba... La vida misma.

Un saludo y gracias, como siempre, por tus reflexiones.

Ángeles dijo...

Es cierto, Joiel: "Todo lo anecdótico esconde algo que permanece inalterable en el recuerdo, por eso se convierte en anécdota y no en olvido". No lo había pensado así, pero me parece una observación muy atinada.

También estoy de acuerdo en que hay un libro especial para cada uno, o más de uno, si tenemos suerte. Y el libro no cejará en su empeño hasta que le dediquemos la atención que reclama. Es una de las ideas que circulan por este blog desde sus inicios prácticamente. Pero tú lo has dicho de forma muy poética.

Gracias por tu comentario.


Pues sí, Sbm, a mí también me parece una bonita manera de empezar una amistad, aunque en este caso no fuese así, no hubo más.

También concuerdo contigo en que parece, en efecto, que las generaciones más jóvenes (o no tan jóvenes), tienen cada vez menos capacidad para mantener la atención en un mismo asunto más allá de media hora.

Pero, sí, es bonito pensar que pueda ser...

Un beso, y gracias.

Ángeles dijo...

Jajaja! De modo, Carlos, que tú tampoco crees en el poder de la literatura como fuerza puramente espiritual y desinteresada, ¿eh? :D

No creo que el muchacho aquel tuviese ningún interés de ninguna clase. A lo mejor es que estaba aburrido, y al verme allí sola pensó que podríamos distraernos mutuamente hablando un rato. No me conocía, así que no podía sentir nada de eso tan romántico, y tan bonito, que dices.

En cuanto al mecanismo que nos hace recordar de pronto algo que teníamos olvidado, sí que es misterioso y apasionante. ¿Qué engranajes se pondrán en marcha, y por qué, en un momento determinado, para traernos algo concreto a la memoria?

Y otra cuestión es, en efecto, la fiabilidad de esos recuerdos. Dice el sabio que "cuando escribimos sobre el pasado, siempre escribimos ficción", y yo estoy muy de acuerdo con eso. Pero hay recuerdos que, estoy segura, sí son fiables. Y creo que éste que refiero es uno de ellos, y la prueba es que hay muchos detalles que no recuerdo; es decir, no he "rellenado" lo que falta con recuerdos falsos. Aunque a lo mejor me equivoco, por supuesto.

Gracias.