sábado, 8 de noviembre de 2014

Cuento. Un hombre afortunado


Pasé los primeros años de mi infancia creyendo que mi padre se dedicaba a un oficio misterioso.
Los padres de los demás niños tenían trabajos fáciles de nombrar y de comprender: zapatero, pintor, maestro… Pero mi padre era nada más y nada menos que gelómogo satador.
Aquello me  desconcertaba y me intrigaba de manera extraordinaria, y me parecía que un oficio con un nombre tan difícil tenía que ser algo muy importante.
Al cumplir ocho años aquellas sílabas misteriosas se ordenaron debidamente y entonces supe que mi padre era en realidad gemólogo tasador.
Yo seguía sin entender en que consistía aquello, aunque mi madre me explicó que  lo que hacía mi padre era «tasar gemas, o sea, averiguar el valor de las joyas». Y como me dijo también que trabajaba en el Monte de Piedad, estuve un tiempo creyendo que mi padre trabajaba en el campo, en lo alto de un monte, desenterrando joyas.
Poco a poco fui comprendiendo realmente su oficio gracias a las  historias que me contaba sobre las personas que iban a su trabajo a dejar allí sus pequeños tesoros.
Y la que mejor recuerdo es la del colgante de plata.
Un día llegó un hombre para dejar en prenda un colgante de plata con una piedra azul. Mi padre le dijo que no podían darle mucho por aquella joya, pero el hombre ya lo sabía.
Cuando la entregó, mi padre vio una gran tristeza en sus ojos y comprendió que aquel objeto debía de ser muy importante para ese hombre. Le dijo que guardarían su colgante durante un año y que antes de que acabara ese plazo podría volver para recuperarlo.
Pero aquellas palabras no consiguieron aliviar la pena del hombre, que al marcharse dijo: "Yo nunca volveré."
Y así fue: aquel hombre no volvió. Pero mi padre, impresionado por su mirada, había decidido que él mismo compraría la joya cuando la subastaran. Después  buscaría a  su dueño, que quizá podría regresar por ella.
 
El mismo día en que mi padre consiguió el colgante de la piedra azul, llamó al número de teléfono que figuraba en el registro de entrega.
La mujer que contestó dijo que el colgante había sido de su hermano, que se llamaba Sebastián, y que se había marchado hacía un año, sin decirle a nadie, ni siquiera a ella, dónde estaría.
 
Mi padre me dijo entonces que a veces la vida nos prepara sorpresas que no podemos imaginar y que por eso hay que esperar siempre, aunque parezca que las cosas  no pueden seguir adelante ni cambiar. Por eso le dejó su número de teléfono a aquella mujer, y por eso conservó el colgante sin llegar a considerarlo nunca de su propiedad.
 
Algún  tiempo después llegó la sorpresa en la que mi padre había confiado. Recibió una llamada desde un país extranjero. Era Sebastián, que le contó que había hablado con su hermana y que gracias a ella sabía que lo había estado buscando un año atrás.
Al día siguiente acompañé a mi padre a la oficina de correos para enviar un estuche que contenía una cadena de plata con una piedra azul.
 
Unos meses después fue mi padre quien recibió un envío desde el extranjero. Era un libro antiguo, con letras y flores doradas, titulado Meditaciones de  Marco Aurelio. Lo conservo desde entonces.
Mis padres se preguntaron por qué  Sebastián  habría enviado aquel libro precisamente. Pero entonces yo lo abrí, con mucho cuidado, y vi unas palabras escritas a mano.
Mi padre leyó la dedicatoria: “Para un hombre afortunado.”
Empezó a hojearlo, y al pasar unas páginas encontró unas líneas que estaban señaladas con lápiz. Aquellas líneas decían que el hombre afortunado es el que tiene la gran fortuna de poseer un alma bondadosa.
-Claro, papá –dije yo, con el orgullo de haber comprendido el misterio-. Por eso te lo ha regalado, porque habla de ti.
 
Lo que no comprendí entonces fue por qué mi padre me miró tan fijamente y me abrazó sin motivo.
 
 
 
 

20 comentarios:

Sara dijo...

¡¡¡Qué maravilloso cuento, Ángeles!!! Yo lo titularía "Sonrisas y lágrimas", porque eso es, precisamente, lo que me ha producido. Me ha encantado lo de "gelómogo satador" y el final lo he encontrado conmovedor.

Me he quedado pensando (como siempre) si será autobiográfico.

¡¡¡Enhorabuena!!!

Besos.

Ángeles dijo...

Muchas gracias, Sara. No sabes cuánto me alegran tus palabras :)
Respecto a tu duda, en este cuentecillo todo es pura invención. Nada autobiográfico hay en él (si acaso, el hecho de que mi padre es también un hombre afortunado, en el sentido en que aquí se dice).
Besos.

Anónimo dijo...

Pues me cuesta de creer que ese señor no sea tu padre y tú la niña que trabucaba las sílabas de las palabras...En serio.
Yo también tengo las Meditaciones de Marco Aurelio!...bueno, no todas, una selección en un ejemplar de Alianza Cien, (los libritos que costaban 100 pts en los años 90 y a los que tengo mucho cariño). A veces las leo y sobre todo me producen sosiego; me gustan esas invitaciones a la tranquilidad, a la no alteración, a encajar los golpes de la vida como si no fueran contigo.
¡Muy bien, cuentista! Ya hacía tiempo que no nos regalabas uno de estos.

carlos

loquemeahorro dijo...

Por favor, qué bonito Ángeles, he soltado una lagrimita y todo.

Bueeeno, más de una.

En serio, muy tierno, me ha encantado.

Zazou dijo...

Qué bonita historia, Ángeles. Emotiva pero no sensiblona y con el toquecito de humor que le da la visión infantil de la narradora.
Gracias por compartirla.
Besucos.

Anónimo dijo...

Hola Ángeles.
Qué emotivo.
Yo también me he preguntado por un momento si era autobiográfico; aunque ya he leído que no.

Saludos.
Inma

JuanRa Diablo dijo...

...la vida nos prepara sorpresas que no podemos imaginar y que por eso hay que esperar siempre, aunque parezca que las cosas no pueden seguir adelante ni cambiar.

Además de por lo emotivo del relato, sobre todo tras ese abrazo final, (¡qué hermosa imagen!) me gusta esta historia porque estoy seguro de que ha ocurrido. No esta en concreto, pero sí historias muy parecidas, de objetos queridos que han vuelto a las manos de sus dueños de forma imprevista.

Yo no soy gemólogo tasador, ni sé valorar una joya, pero sí reconocerla, y aquí he encontrado una :)

Ángeles dijo...

Ya ves, Carlos, que no soy yo la niña del cuento (que también podría ser un niño, por cierto), aunque trabucar sí que trabucaba yo también las sílabas, faltaría más :D
Estoy de acuerdo contigo: a mí las Meditaciones también me producen sosiego, serenidad, y sorprende (o tal vez no) cómo todos su consejos y reflexiones son perfectamente aplicables a la vida de hoy día, ¿no te parece?
Gracias!


Muchas gracias, Loque, y aunque suene un poco mal, me gusta que hayas llorado un poquillo ;) 
Saluditos.

Muchas gracias, Zazou. Para mí, ya lo sabes, es un placer compartir mis cosillas con vosotros, así que la agradecida soy yo, siempre.
Besucos y besitos.


Hola, Inma, encantada de verte por aquí, como siempre.
Saludos y muchas gracias.

Ángeles dijo...

Muchas gracias, JuanRa :)

Yo también estoy segura de que cosas así ocurren de verdad, que se recuperan objetos -e incluso personas- que creímos perdidos para siempre, gracias a circunstancias y decisiones que se encadenan de la forma adecuada.
Ya lo dijo el sabio de Maine: "Hay cosas que simplemente están destinas a ocurrir."

Anónimo dijo...

Y, hablando de otra cosa, la cita con la que comienza el blog...esa que dice " Léalo el curioso, ámelo el discreto y abunde en su sentir."...¿de quién es y qué importancia tiene para ti?. Cuenta, cuenta.
carlos

Ángeles dijo...

Pues si no me equivoco, Carlos, esas palabras –que leí hace tiempo no recuerdo dónde-son de un ex libris, ya sabes, esas identificaciones que se ponían en los libros con algún lema significativo para el dueño.
Y a mí la frase me pareció, además de muy bonita, muy adecuada para un blog, pues invita a que lo lea quien sienta curiosidad; a que le guste al discreto, es decir, al que tenga ingenio y sensatez; y a que “abunde en su sentir”, es decir, a que comparta sus opiniones.

Así que podemos decir que la frase es el ex libris de mi blog.

Gracias por el interés :)

Anónimo dijo...

A mí me sonaba a escritor del XVII...tipo Baltasar Gracián o alguien parecido.
Oye, menos mal que no hay un coyright de ex-libris je,je,je.
Pero me gusta mucho tu idea y tu explicación.
carlos

Marisa C dijo...

Precioso, Ángeles. ¿Me crees si te digo que me he emocionado? Un beso.

Ángeles dijo...

Muchas gracias , Marisa, de corazón. ¿Y me crees tú a mí si te digo que aquí la más emocionada soy yo, por vuestros comentarios?
Un beso.

MJ dijo...

Me encanta este cuento, es precioso :-)
Es una historia muy bonita, contada con la inocencia infantil, habla de personas de gran corazón, generosos y sensibles, de cosas que se recuperan y vuelven al verdadero dueño, al que le tiene gran afecto y de recompensas no esperadas pero muy merecidas. Tiene su toque de humor (me ha gustado particularmente cuando la niña, que todos pensabámos que eras tú :-) creía que el trabajo misterioso del padre en el Monte de Piedad era en el campo) y su toque de melancolía, pero también mucha ternura :-) Gracias por compartirlo con nosotros.
Un beso.

Ángeles dijo...

Muchas gracias, MJ :)

Me encanta tu "reseña" y el cariño con el que has leído el cuento.
Ya sabes que la agradecida soy yo. Para mí es un placer y un honor compartir estas cosillas con vosotros.
Besos.

Soros dijo...

Cada vez comprendo más tu adicción a los libros.
Has recibido en ellos mensajes que te motivaron desde niña y, como no has abandonado el hábito de desentrañarlos, sigues empecinada en encontrar en ellos claves ocultas que no todos somos capaces de vislumbrar.
Saludos.

Ángeles dijo...

Nunca había visto el asunto de esa manera, Soros, pero lo cierto es que cada vez estoy más segura de que todas las respuestas y todas las claves están en las obras escritas por las grandes mentes de la literatura.
Un saludo.

Juan M de los Santos dijo...

Vaya por delante que a mí también me ha emocionado -con lagrimita y todo- este precioso cuento que nos trae almas bondadosas, de esas que realizan el difícil trabajo de compensar, de alguna manera, las injusticias y desequilibrios que la vida y el cruel mundo provocan. Porque quizá la bondad no sea más que esto. El deseo - o la necesidad- de corregir situaciones penosas o injustas de las que no es dado ser testigos.
Pero me gustaria centrar el comentario en otra imagen, a la vez pintoresca y encantadora, de la que ya algún otro comentarista se he hecho eco y que no es otra que la que nos presenta al protagonista del cuento en lo alto de un cerro, cavando laboriosamente en busca de tesoros enterrados. Y no como la busqueda de la fortuna, sino como un digno y remunerado trabajo. Aquí, Ángeles, quizá sin saberlo has hallado una de las claves de la imaginación infantil, esa que mezclando un incipiente conocimiento del mundo con la dorada inocencia de la niñez, enhebra el mundo de lo supuestamente real con una suerte de experiencia onírica en la que toda imagen, por absurda o abstracta que parezca tiene un valor descriptivo y un contenido significativo.
Recuerdo numerosas ocasiones en que he oído o yo mismo he referido situaciones parecidas comenzando con aquello de : "cuando yo era pequeño creía que..." y continuaba relatando alguna absurda explicación sobre tal o cual hecho o actividad.
¿Será quizás esta inintencionada tergiversación de la realidad la materia de la que se nutren los sueños?
Enhorabuena por el cuento, digno de figurar en la mejor antología. Y perdón por el tostón...

Ángeles dijo...

Muchas gracias, Juan M :)
Supongo que sí, que esa "clave de la imaginación infantil", como dices, apareció en el cuento de manera inconsciente, pero es cierto que con me acuerdo muy bien de esos momentos que todos tenemos en la infancia, como también señalas, en que elaboramos nuestras propias explicaciones para las cosas que no comprendemos. Alguna entrada hay por el blog sobre eso, precisamente. Supongo que en esa etapa de la vida tenemos una mente primitiva y dada por ello a las explicaciones míticas, o sea, no científicas. Todo lo contrario, por cierto, que tu comentario, que es muy científico, amén de generoso.
Gracias!