lunes, 20 de julio de 2015

De-text-ives


En la novela Mr. Mercedes (2014) de Stephen King, un detective jubilado llamado Hodges recibe, por correo postal, una carta de un asesino en serie escrita a ordenador .
La carta, por supuesto, no tiene huellas dactilares ni ofrece ninguna otra pista que pudiera llevar a la identificación del remitente. O eso cree el susodicho.

Pero Hodges analiza la carta con un método forense muy especial, uno “que no requiere cámaras, microscopios ni productos químicos especiales”, y que no busca huellas, ni fluidos corporales, ni cabellos, ni ninguna de esas pruebas físicas que se analizan en un laboratorio. No,  Hodges analiza la carta utilizando la lingüística forense.

Hace un par de años quedé embobada, como es propio de mí, al leer un artículo sobre esta disciplina, de la que no había oído hablar  hasta entonces, y que me pareció fascinante. 
Supe entonces que la lingüística forense consiste en el estudio del lenguaje aplicado a la resolución de procesos legales; o, dicho de otro modo, el análisis del lenguaje en relación con la comisión de delitos.
Y una de sus aplicaciones es precisamente la que vemos en la novela de Stephen King: el examen del lenguaje con el que se han escrito textos relacionados con casos policiales.
Esos textos pueden ser cartas  y correos electrónicos de chantaje o amenaza; notas de suicidio; de secuestros; mensajes de móvil, mensajes en redes sociales y chats; anotaciones de diarios…

Y es que el  análisis de un texto desde el punto de vista de la lingüística forense puede revelar o al menos sugerir información relevante sobre la persona que lo ha escrito: edad, sexo, etnia, nivel cultural, origen geográfico, profesión, religión, filiación política, incluso aficiones y otros detalles que se reflejan en nuestra forma específica de emplear el lenguaje, es decir, nuestro idiolecto.
No se trata, claro está,  de deducir simplemente que si una persona escribe con faltas de ortografía es alguien de escasa formación académica.
Los “detectives lingüísticos” observan y analizan cómo el autor del texto en cuestión estructura las frases, los párrafos y el texto en general; qué registros de vocabulario utiliza; la puntuación; el uso de determinados recursos del lenguaje escrito, como las mayúsculas, subrayados, exclamaciones; errores significativos o recurrentes, etc. El análisis lingüístico forense permite extraer conclusiones de todas esas particularidades que imprimimos a nuestros textos sin darnos cuenta de ello o sin saber cuánto pueden revelar de una persona.


Todo esto queda bien reflejado en el análisis que  Hodges hace de la carta enviada por el asesino llamado  Mr. Mercedes. Así, por ejemplo, lo primero en que repara el detective es en el aplomo del remitente, en la seguridad en sí mismo que se trasluce en la carta.
También observa que  utiliza algunas palabras poco habituales y ciertas florituras de expresión,  por lo cual supone que debe de tratarse de una persona inteligente, leída, a la que le gusta escribir; que probablemente en el instituto sacara buenas notas en lengua y a la que le gustara leer sus trabajos en clase.
Por otro lado, utiliza expresiones relacionadas con el béisbol, lo cual puede indicar que sea aficionado a este deporte; y obviamente se maneja bien con los ordenadores, por lo que quizá se trate de una persona no muy mayor. Y es que además, según percibe Hodges,  la carta tiene en general un cierto aire juvenil...

Claro está que todas estas conjeturas son sólo eso, conjeturas, suposiciones y posibilidades, basadas en gran parte en la intuición, pero no dejan de ser también un punto de partida,  algo que permite como mínimo descartar ciertas opciones.

Además,  el análisis que hace Hodges es lingüística forense casera; los métodos y medios tecnológicos de los verdaderos detextives son obviamente mucho más sofisticados, complejos y refinados. Pero con ello Stephen King nos da una idea bastante clarificadora de lo que este tipo de análisis supone para la investigación criminal.

Si ya la grafología nos sorprende con su capacidad para revelar aspectos psicológicos del autor de un texto manuscrito, cuánto más fascinante resulta el hecho de que determinados rasgos de nuestra personalidad, de nuestra identidad, puedan ser deducidos de un texto escrito por medios mecánicos, incluso si el texto es un simple mensaje de teléfono móvil, como ya ha ocurrido en casos reales.

Como muchas veces hemos comentado aquí, el lenguaje es algo tan íntimo, tan inherente al ser humano y tan propio de cada uno de nosotros que forma parte de nuestra personalidad, de nuestra esencia personal. Y aunque un mismo idioma lo hablen muchas personas, el uso individual que cada uno hacemos de él  puede llegar a ser tan revelador como nuestra actitud.

Y es que, ya lo saben ustedes, el lenguaje es tan poderoso y tan fundamental  para la vida humana, que sirve hasta para cazar a los malos. ¿Se le puede pedir más?

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domingo, 5 de julio de 2015

Recuerdos etimológicos


Es probable que me equivoque, porque equivocarme se me da muy bien, pero estoy casi segura de que sé cuál fue la primera palabra que me hizo interesarme por esa cosa de la etimología.
Tendría yo unos catorce años y la palabra en cuestión fue estrambótico.
No sé cuáles fueron las circunstancias, pero sí recuerdo que oí a alguien decir que esta palabra derivaba de estrambote y que el estrambote era un tipo de estrofa poética.
Como digo, creo que ésta fue la primera vez en que fui consciente de que cada palabra nace en algún momento determinado y tiene un origen determinado.

Muchas veces me he acordado de esto, y hace poco quise asegurarme de que el recuerdo no me engañaba. Tras una sencilla consulta comprobé que recordaba bien y en concreto que el estrambote es una estrofa de carácter humorístico que se añade a un soneto. Y de paso aprendí que estrambote a su vez deriva del francés estribot, y que al español llegó a través del italiano, que  había convertido estribot  en strambotto.

Lady Gaga

No hace falta decir que estrambótico significa, como nos dice el diccionario,  «extravagante, irregular y sin orden». Pero ¿por qué lo extravagante se asoció en algún momento con el estrambote? Pues porque el estrambote es en sí mismo una extravagancia: una estrofa que va por su cuenta, a su aire, que no se atiene ni a la métrica ni a la seriedad del soneto que la precede.
Por eso me parece que decir que algo o alguien es estrambótico puede resultar, según se entienda,  una descalificación o un piropo.

Y aunque suene tan extravagante como el estrambote, lo cierto es que también recuerdo cuál fue la siguiente palabra cuya etimología se me apareció de sopetón y me dejó pasmada de sorpresa.
En esta ocasión era la palabra adefesio, que ya sabía yo que se usaba para referirse a algo muy feo o ridículo. Y fue el caso que un día leí en algún sitio que San Pablo había escrito una carta  a los habitantes de Éfeso, es decir una epístola ad Ephesios. Al leer esto di un respingo, porque fue como si algo me tocara en el hombro y me dijera: «Fíjate, muchacha, qué cosa tan curiosa.»
Pero nuevamente me pregunto, ¿qué tienen que ver los pobres efesios con lo muy feo? Pues parece ser que originalmente se acuñó la expresión hablar ad efesios con el sentido de hablar en balde porque nadie hace caso -como al parecer le ocurrió a san Pablo-, o de decir disparates. Después la expresión se generalizó y se aplicó a cosas y personas que resultaban disparatadas y chocantes.

Ahora va a parecer que estoy diciendo adefesios, pero la verdad es que también recuerdo cuál fue la tercera palabra que me dejó prendada por lo curioso de  su origen.

En este caso la sorpresa me la dio la palabra rocambolesco, que me ha parecido siempre de una sonoridad y una contundencia estupendas. En su momento supe, por algún afortunado azar, que rocambolesco provenía de Rocambole, que era el nombre de un personaje literario. Pero nunca supe más detalles hasta fechas recientes, cuando aprendí que Rocambole es un personaje creado en el siglo XIX por el autor francés Pierre-Alexis Ponson de Terrail, que tiene un nombre estupendo también, dicho sea de paso. 
No sé yo por qué el señor Pierre-Alexis le dio este nombre a su personaje, porque el rocambole es, según he aprendido de camino, una planta similar al ajo. Pero lo relevante en nuestro caso es que este Rocambole es un ingenioso aventurero, ladrón de guante blanco, tramposo pero encantador, cuyas  aventuras son tan folletinescas, exageradas e inverosímiles, que su nombre acabó utilizándose para referirse a todo lo que resultara desmesurado, enrevesado y poco creíble.

Y así fue, de casualidad en casualidad, cómo encontré una nueva razón que confirmaba una sensación que tuve desde muy pequeña, a saber, que las palabras son una fuente de sorpresas, fascinación y diversión sin fin.
Por cierto, qué casualidad es que las tres palabras que recuerdo como origen de mi gusto por la etimología, tengan en común la idea de lo estrafalario, lo extravagante, lo raro…

Para terminar, y por rizar el rizo y buclear el bucle, ¿han pensado ustedes alguna vez de dónde viene la palabra etimología,  es decir, cuál es la etimología de etimología?



Éfeso (Turquía). Fachada de la Biblioteca Celsus (siglo IX a.C.)