miércoles, 14 de enero de 2015

Huesos de limón


 ¿Han observado ustedes cómo se esconden, entre las hojas de la ensalada o los granos de arroz, los huesos de limón que caen en el plato inadvertidamente? Esos huesos de limón no alteran el sabor ni la textura del plato, pero no son comestibles, así que no sólo estorban y hacen feo sino que además empañan la labor del cocinero.
lemons, limonesDe la misma manera y por las mismas razones, nuestros textos quedan deslucidos cuando en ellos caen las molestas y escondidizas erratas.
La errata, ese lapsus tipográfico (que no tiene que ver con nuestro dominio de la ortografía), esa mancha, esa ignominia que aparece en nuestros escritos cuando ya los hemos enviado a su destino, cuando ya se han hecho públicos, y que ha estado riéndose de nosotros, jugando al escondite, durante los procesos de revisión.
La errata no es mala per se; la errata es un fallo natural, un desliz que se puede corregir con toda facilidad y que, incluso si no se corrige, no afecta al sentido de la frase y mucho menos al del texto completo.
El peligro de la errata es su mala idea, su capacidad para escabullirse entre las letras que la rodean y esperar agazapada hasta el momento de dejarse ver, cuando ya cualquier lector la puede  localizar. Entonces nos quedamos con la injusta sensación de haber sido descuidados y con la correcta impresión de haber sido burlados.
Pero ¿por qué ocurre esto? ¿Por qué no siempre detectamos los errores por mucho que releamos y revisemos nuestros textos?
La culpa no es nuestra, que nos afanamos en limpiar nuestros escritos y nos esmeramos en no dejar ni una mancha en ellos. La culpa la tiene nuestro maravilloso cerebro.
Cuando leemos un texto que hemos escrito nosotros mismos, tenemos ya una copia mental de ese texto, lo cual implica que sabemos de antemano lo que vamos a leer, las palabras que vamos a ir encontrando. Por eso el cerebro se anticipa, espera leer “Los niños comían manzanas” y da por hecho que eso es lo que lee, aunque en realidad hayamos escrito “Los niños comían mananzas”.
En cambio, el cerebro del lector destinatario de nuestro texto no anticipa, no presupone qué palabras vienen a continuación, por lo cual sí verá ese “mananzas”. Y se llevará una mala impresión y podrá pensar que el texto no ha sido debidamente revisado.
Pero en muchas ocasiones ni siquiera ese lector es capaz de detectar la antipática errata,  y Eugene Field, en Los amores de un bibliómano, nos cuenta una anécdota que ilustra el caso:

En una ocasión la imprenta Foulis de Glasgow se propuso imprimir un Horacio perfecto. En consecuencia las galeradas se expusieron a las puertas de la universidad  y se pagó una suma de dinero por cada error detectado.
A pesar de estas precauciones la edición contenía seis errores no detectados cuando finalmente se publicó.

¿Y por qué tampoco el lector avispado y sagaz descubre en ocasiones las erratas? De nuevo, la culpa es del cerebro humano, que, al igual que el corrector de Word, a veces se pasa de listo.
Según las leyes psicológicas de la percepción, y en concreto la llamada “ley de cierre” o “de completud”, el cerebro percibe el todo antes que las partes, y por lo tanto lee las palabras completas, no letra por letra, y tiende a corregir automáticamente lo que percibe como erróneo; y es tan eficiente en su labor  que nuestros ojos no llegan a ver el fallo.
Seguramente han visto ustedes algunos de esos textos que demuestran que podemos entender un mensaje en el qeu sloo la pirmrea y la úmlita ltera de cdaa plaraba etsán en su stiio.
O esos otros que dmstrn q tmbn s psbl  ntndr n txt sn vcls.
La feliz conclusión de todo esto es que si se nos escapan algunas erratas, si no detectamos algunos errores tipográficos, ello no se debe a ninguna flaqueza intelectual, sino precisamente a que nuestro cerebro funciona a la perfección.


"Las mejores revisiones las hago después de haber pulsado enviar"




18 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Te das cuenta la de tinta, energía y pulsaciones que ahorraríamos si prescindiéramos de las vocales? Total, yo te entendido perfectamente lo que has escrito sin ellas...
Pero confiesa, ¿cuántas veces has revisado este texto? seguro que no has quedado del todo segura al final...buff! lo mejor es pasar y no preocuparse demasiado, que si no es un no vivir.
Y sigo sorprendiéndome con Los amores de un bibliómano porque aparte de que cataloga a todo tipo de lectores, como me has demostrado otras veces, veo que analiza también todo el proceso editorial. Debe tratarse del mayor tratado sobre el universo de los libros.
carlos

Sara dijo...

Es verdad que mi cerebro debe de ser perfecto porque siempre he entendido que los niños comían manzanas (ja, ja).¡He tenido que repasar la errata veinte veces para darme cuenta! Lo dicho, perfecto de tomo y lomo.

Fuera de bromas, te felicito por el finísimo sentido del humor con el que has tratado el tema. ¡Digno de E. Field! Enhorabuena.

Besos

loquemeahorro dijo...

Yo tenía una jefa cuyos correos eran la mejor muestra de lo que estás explicando, me refiero a que si los entendíamos era por la ley de cierre o porque nos iluminaba Santa Brígida, porque ella no escribía una sola letra en su sitio.

¡Qué bueno el símil del limón! (pensaba que no se decía hueso sino , sino... no sé cómo)

JuanRa Diablo dijo...

Algún día habremos de tener una seria conversación con nuestros cerebros y ponerles los puntos sobre las íes.
Que no corran, que no presupongan, que no corrijan por su cuenta, que enciendan una luz roja cuando escribamos mananzas por manzanas...

Estaría bien que nos preguntaran "¿Mananzas? ¿Usted quiso decir tal vez manzanas?"

(Y ya ves, lo que me ha hecho gracia de esto es que mi cerebro me tratara de usted)

Esto que cuentas es tan cierto que no he entendido por qué ponias esa segunda foto. ¡Leia créditos y dice cerditos, jajaja!

Muy buen post, Ánleges, dedse el tiluto hasta el cihmpacné

PD. Recuerdo bien esa cita que apuntas del Horacio del bibliómano :)

PD2. Empieza a tener más sentido eso de que un cerebro entre en "coma". Si lo piensas tiene su punto.

Ángeles dijo...

Pues sí, Carlos, he revisado el texto unas cuantas veces y, en efecto, ni aun así me he quedado segura del todo. Aunque esto es siempre, no sólo con éste. Pero para mí un no vivir sería no revisar, te lo aseguro.
Y sí, el libro de Eugene Fiedl es sorprendente, por todo lo que cuenta, medita y analiza en sus doscientas páginas escasas. Y además con tanta gracia y amenidad.


Muchas gracias, Sara. La comparación con Eugene Field me queda grande, pero te la agradezco muchísimo.
Así que se te resistían las mananzas, eh? Pues felicidades por tu corrector ortográfico mental, je,je.


Entonces, Loque, es que tu jefa no tenía corrector, ni su ordenador tampoco :D
Me alegra que te haya gustado el símil de las semillas de limón... ¿Ves como se dice huesos? :D


Que cerebro más educado tienes, JuanRa, que te habla de usted y todo, siendo tu superior. ¡No doy cerdito! :D

Pero es verdad, el cerebro debería preguntarnos antes de corregir por su cuenta, que luego pasa lo que pasa. Pero así es con los que mandan: que hacen las cosas a su manera y luego si hay fallos las culpas son para nosotros :/
Garcias, me arlego d q t hyaa gusatdo hsata el motino :D

Marisa C dijo...

Ángeles, no sabes lo tranquila que me dejas. Sabía de mi capacidad de error, pero me consuela pensar que no es falta de inteligencia. Uff, qué descanso. Da gusto pasarme por aquí ;D. Abrazos.

Anónimo dijo...

Pues por aquí a los huesitos estos les llamamos "petitas" que debe ser la deformación local de "pepita", como las de oro pero más modestas; aunque mucho más necesarias, claro.
Y al hilo de las erratas, me he acordado de las "fes de erratas" que aparecían antes en los libros antiguos. Ahora eso ya no se lleva ¿no?, igual es que ahora somos más orgullosos como para reconocerlas.
carlos

Ángeles dijo...

Marisa, me alegro de haber contribuido a tu paz espiritual :D
Da gusto que te pases por aquí.
Un abrazo.


Qué curioso, Carlos. Gracias por esta aportación léxica.
Que yo sepa, las "fe de erratas" siguen usándose, aunque quizá más en los libros de texto universitarios y en ensayos que en la literatura de ficción. Y más que por orgullo, ¿quizá sea por razones 'prácticas'?

MJ dijo...

¡Qué bueno! Estupenda entrada, como siempre. Además, parece que nos has quitado un peso de encima a más de uno al saber que nuestro cerebro funciona perfectamente y su corrector ortográfico mejor que el del Word o el del Whatsapp, que ese sí que no te dice: "quizá quiso decir..." sino que te corrige directamente y te aseguro que ese no tiene cerebro...
:-P

Soros dijo...

También hay cerebros que, pasado un tiempo, no reconocen ni recuerdan los textos que de ellos salieron.
No sé si eso será el culmen de la perfección cerebral, que hace de vez en cuando autoborrados para evitar desbordamientos de memoria, o simplemente la entrada en la senilidad. :-)

Ángeles dijo...

Muchas gracias, MJ. Ya ves que podemos tener fe en nuestro corrector ortográfico natural. A los otros hay que corregirlos mientras intentan corregirnos a nosotros :p

Es verdad, Soros, hay "productos" que es mejor olvidar y nuestro cerebro lo sabe. No sé si esos borrados tendrán que ver con la senilidad. Yo más bien creo que tienen que ver con la sensatez :D

Metalsaurio dijo...

Muy interesante. Es increíble cómo el cerebro completa o elimina lo que no "espera" ver.

Un ejemplo justo del caso contrario, más allá de los textos, era un vídeo en que si no recuerdo mal te pedían que contases el número de veces que alguien botaba la pelota.

Al finalizar el vídeo, te preguntaban si habías visto a un gorila...la respuesta era que no. Y todo porque estabas atento a los botes de la pelota (y el gorila pasaba muy cerca del que botaba la pelota). Es decir, el cerebro "espera" ver lo botes y sólo ve los botes, aislando el resto.

Un saludo.

Ángeles dijo...

Gracias, Metalsaurio.
Qué curioso lo que cuentas de la pelota y el gorila. A mí seguro que se me iban los ojos al gorila, sobre todo por lo mal que se me dan las matemáticas :p

Juan M de los Santos dijo...

Es muy interesante y muy bien simbolizado esto de las erratas que caen en el texto como huesos de limón en el plato.
Por cierto, que fácil sería inventar un pequeño dispositivo a modo de redecilla o colador que se adosara a la parte abierta
del limón en el momento de "estrujarlo". Bueno, pero qué pereza ponerse a inventar, patentar, etc...En fín, ahí queda la idea."Que inventen ellos", como decía Unamuno. Pero, ¿y una tal redecilla o colador para capturar erratas antes de caer al plato? ¡Ojala! Porque tal como queda tan bien explicado en esta entrada, parece imposible para nuestro cerebro el no dejar escapar alguna que otra por mucho que se afane.
Y esto de la teoría del cierre está muy bien, pero creo además que hay un elemento complementario o coadyuvante para que ello sea posible. Y es que el lector adulto y experimentado lee a una gran velocidad, casi sin "tocar el suelo", es decir va volando sobre el texto sin detenerse a ver realmente no ya las individuales grafías que pueden ser nido de esos indeseables huesos-erratas,
sino las propias palabras, que, en la práctica se ven así, a bulto, sin verdadera resolución (por utilizar un término óptico).
Yo, por eso también hago mis mejores correciones despues enviar o publicar el texto, como el mnoo de la foto. Una sugerencia: utilizar como lector corrector a niños y niñas que sean buenos lectores pero no demasiado expertos. (Uh! a ver si ahora me van a acusar de explotación de menores).
Eh, que solo pido que lean. Estoy seguro de que un tierno infante se dará cuenta a la primera de las "mananzas" y los "cerditos".

Juan M de los Santos dijo...

fe de erratas: estoy de acuerdo en que es una buena costumbre esto de la fe de erratas, así que una vez revisado el comentario a posteriori, detecto nada menos que 5 errores ( el del mono ha sido aposta, supongo que se nota):
-la manía de poner tilde a monosílabos como fin (será por aquello del "delfín".
-Ojala, no, tonto,: Ojalá.
-es decir debe llevar coma detrás.
-"despues enviar", falta la preposición "de".
-Y el signo de exclamación de apertura en Uh!
Juro que lo revisé a conciencia antes de publicar ( encontrando numerosos fallos, of course), pero como se ve, no fue suficiente.
Sirvan, por tanto, mis errores, como modesta aportación para corroborar la veracidad de lo expuesto en la entrada que nos ocupa. Gracias por todo y perdón por el tostón.

Ángeles dijo...

Juan M, lo de utilizar niños para corregir parece un poco dickensiano, pero seguro que se lo pasarían bomba riéndose de los "cerditos" y las "mananzas" de los adultos :D

Y veo que tu redecilla para pescar erratas funciona, porque has captado las tuyas propias, mientras que a mí, salvo una, me habían pasado desapercibidas.¡Buen invento!

Conxita C. dijo...

Pues sí Ángeles me ha gustado leer esta entrada, muy bien explicado. Estoy totalmente de acuerdo porque como todos lo he sufrido, revisar un texto muchas veces y cuando, por fin decides que ya está bien y le das a enviar, entonces detectas el error, tal y como lo cuentas, es que en realidad lo estás viendo pero no lo estás viendo.
Un saludo

Ángeles dijo...

Muchas gracias, Conxita :)
Tú lo has explicado mejor: "lo estás viendo pero no lo estás viendo". Es que es eso :D
Saludos.