lunes, 2 de abril de 2012

¿De dónde vienen los libros?

Primera parte

Los libros están por todas partes. Por lo menos en mi casa.
Y seguramente en las de ustedes también. Porque son parte de nuestra vida y de nuestra persona.
Estamos hechos, dicen, de muchos elementos diferentes, así que, supongo, según la presencia o ausencia de unos u otros elementos, seremos de una forma u otra.
Por ejemplo, del mismo modo que dos personas son distintas si una ha tenido amor y risas en su infancia y la otra no, dos personas también serán distintas si una tiene o ha tenido la compañía de los libros y la otra no.
Eso es lo que yo creo.

Pero ¿de dónde vienen lo libros? ¿Cómo llegan a nosotros?
Lo más habitual es que los compremos o nos los regalen. También algunas veces los heredamos, lo cual resulta bastante romántico, sobre todo si son ya antiguos. Salen a nuestro encuentro después de haber atravesado las décadas, las generaciones. Llegan a nuestras manos a través del tiempo, como aquella colección de cuentos de Poe de la que ya hablé aquí; o como esta gramática, de 1925, con la que algún antepasado mío preparó alguna vez algún examen.
O como esa edición de las Novelas Ejemplares de Cervantes que reposa en aquel estante, y que data de 1909.

Pero en varias ocasiones sí que han llegado a mí algunos libros de forma inesperada y poco habitual. He aquí un par de ejemplos:
Un día cualquiera, siendo yo adolescente, mi padre me trajo un libro. Me dijo que alguien lo había olvidado en un banco, en el vestíbulo de la empresa en la que trabajaba. Y como en todo el día nadie había vuelto a buscarlo, lo recogió porque pensó que me gustaría.

El libro estaba en alemán, lo cual no era de extrañar, dado que mi padre trabajaba en un lugar por el que pasaban a diario y constantemente viajeros de todo el mundo. Y aunque el detalle del idioma me impedía darle el uso para el que los libros están pensados, me lo quedé como objeto de colección y con una sonrisilla en la cara.

El libro era corriente, una edición de bolsillo, de esas que pesan poco y se estropean con facilidad.
Lo curioso del caso, y quienes me conocen un poco sabrán por qué lo digo, es que aquel libro era una novela de Stephen King.
Fíjense: alguien que había llegado a mi ciudad desde un país lejano, había olvidado un libro de Stephen King en un banco; pero no en un banco cualquiera, sino en un banco que estaba a la vista y a la mano de un hombre; y no de un hombre cualquiera, sino de uno  que tenía una hija que leía a Stephen King desde niña y con fruición.
No sé a ustedes, pero a mí me gusta pensar que las casualidades las fabrica alguien a nuestra medida.

Por aquella misma época había yo empezado a sentir interés y curiosidad por las cosas antiguas. Me llamaba mucho la atención cualquier cosa que tuviera cierta solera, sobre todo los edificios y los libros. Quizá es que empezaba yo a ser consciente de lo que significa el tiempo, el pasado, la huella que el ser humano deja en el mundo; y a darme cuenta de que el mundo había girado siempre sin necesidad de que yo hubiera estado en él.
Un día mi padre me habló de un edificio antiguo, un palacio, que estaba en una de las zonas más señoriales de la ciudad, y que albergaba oficinas. En realidad aquel palacio sería pronto rehabilitado y utilizado para otros fines, y las oficinas se trasladarían a otro lugar. 
Me dijo mi padre también que un viejo conocido suyo trabajaba allí y que, si yo quería, podríamos ir un día para que yo viera el edificio por dentro.
Lógicamente me encantó la idea, así que al cabo de unos días mi padre ya se había puesto de acuerdo con su amigo, y me llevó allí.
Creo recordar que la mayor parte de aquel enorme edificio estaba ya vacía y sin uso. Pero sí recuerdo con claridad que para ir a las oficinas en las que este señor nos esperaba, tuvimos que bajar unas escaleras y llegar a un sótano que podría haber sido el escenario de cualquier película de la Hammer.
Me fascinó el lugar, las frías paredes de piedra gris, los techos abovedados, el suelo gastado. Había unos cuantos señores trabajando allí, en mesas individuales, y recuerdo que alguno tenía una pequeña estufa eléctrica a sus pies.
El amigo de mi padre me dijo que, según tenía entendido, me gustaban mucho las cosas antiguas, y que me iba a hacer un regalo.
Fue hacia una mesa y volvió con algo en las manos. Me dijo:
-Toma, puedes quedarte con este libro.
Mi sorpresa fue enorme, pues no hacían falta más que dos ojos en la cara para darse cuenta de que se trataba de un volumen muy antiguo, a pesar de su buen estado de conservación.
Además era un libro atractivo, de formato grande, encuadernado en piel y con aspecto de cierto lujo. Le di las gracias al buen hombre, sin creerme del todo que podía llevarme, así porque sí, aquella reliquia del pasado.
Seguramente el libro no tenía valor económico, pero a mí me parecía que valor histórico sí debía tener.
En fin, para mí era valioso, y eso es lo que cuenta, ¿no?
Después, en casa, hojeándolo tranquilamente, vi que se trataba de un libro de leyes. Concretamente, y según rezaba con rimbombancia y boato en la segunda página, era el tomo IX de la Enciclopedia Española de Derecho y Administración, ó Nuevo Teatro Universal de la Legislación de España é Indias, y que era edición de 1856.
Sin duda, aquel hombre me hizo un gran regalo, y me gustaría poder decirle que lo sigo conservando con mimo, y que a veces lo hojeo y me deleito con su exquisito lenguaje, arcaizante y riguroso.



(Continuará)


11 comentarios:

Sara dijo...

¡Alucinante lo de Stephen King! Deberías deleitarnos con un cuento acerca de esta "casualidad" maravillosa.
Y es verdad, sea cual sea el origen de los libros, éstos llegan a nosotros -como diría Pedro Salinas- "desde el prodigio siempre".
Un texto magnífico, con añejo olor a libro antiguo. ¡Qué delicia!

Besos.

loquemeahorro dijo...

El de Stephen King realmente un caso de un "encuentro" muy especial, precisamente de S. King...


El otro, un regalazo, sí señor.

Como tu texto que está lleno de encanto y un poquito de magia.

JuanRa Diablo dijo...

¡Me encanta! :D Además has ido a tocar dos grandes aficiones familiares: la mía por los libros y las de mis hermanos por lo antiguo.
Un día te he de contar el gran hallazgo de mi hermano en un viejo cuartel de la Guardia Civil que iban a demoler.

Y hablando de los muchos tumbos que pueden dar los libros hasta llegar a nuestras manos, siempre recuerdo que a mis hermanos pequeños les regalaron uno el día que comulgaron. Como les pilló en una época poco lectora, no le hicieron mucho caso y con el paso del tiempo acabó en una caja en un trastero.
Muchos años después lo encontré y empecé a leerlo para descubrir una de las historias más bonitas que he leído jamás. Se trataba de La vida sale al encuentro, de Martín Vigil.

Siempre lo he visto como si el libro hubiera estado durmiendo en su olvido, esperando el momento de despertar y poder mostrar su razón de ser. :)

Un saludo

PD. Hay que hablar con Stephen King de una vez. ¡Tiene que conocerte! XD

Ángeles dijo...

Muchas gracias, Sara, eres muy amable.
Ah, tomo nota de la sugerencia del cuento.

Me encanta lo que me dices, Loque, me he puesto muuu contenta. Thank you!

JuanRa, me encanta que te encante.
Lo que dices del libro que esperaba su momento es muy poético, y se relaciona con algo que contaré en la segunda parte de esta entrada(aunque sin poesía).

Ya espero impaciente esa historia del cuartel, en la que intuyo grandes deleites...

Ah, sí, sí, sin duda, Mr King y yo estamos conectados de algún modo. Si yo creyera en ciertas cosas...

Manuela Mangas Enrique dijo...

Querida Ángeles:

Con todo esto que acabo de leer me veo en la devoción de invitarte al pueblo donde vivo para que veas la magnífica biblioteca privada (cien mil volúmenes) de mi amigo Javier Cabornero.
Este excatedrático posee libros (incluso incunables) y grabados antiguos que no tiene ni la Biblioteca Nacional. Estoy segura de que te encantaría.
Cada vez que la visito me quedo embobada... De verdad que es una joya.
Invitada quedas, que no es broma.

Ah, y lo que tú llamas 'casualidad', yo sostengo que es 'sincronicidad', aunque suene algo trillado.

Un abrazo.

MJ dijo...

¡Qué entrada tan preciosa! Está llena de encanto, poesía y magia :-) Espero con impaciencia segunda, tercera y cuarta parte... las que se tercien.

"Salen a nuestro encuentro después de haber atravesado las décadas, las generaciones. Llegan a nuestras manos a través del tiempo" ¡Qué frase tan romántica, tan deliciosa. Me encanta.

Esto es lo que yo calificaría de "Hechos reales" en mi modesto blog...

Ángeles dijo...

Manuela, me dejas de piedra con lo que dices de la biblioteca de tu amigo. Debe de ser fabulosa, sin duda. Cualquier día hago uso de tu amable invitación y me presento allí a daros la murga ;-)
Muchas gracias, de corazón.

MJ, como siempre, expresas en tus apreciaciones un entusiasmo, una pasión y una generosidad que da gusto y emociona.
Muchas gracias, guapa.

Anónimo dijo...

¡Y qué títulos tan extraños y divertidos ponían antes a los libros! al menos como segundo título porque ¡anda que no hay diferencia entre "Enciclopedia de Leyes" y " o nuevo Teatro Universal de Legislación de España e Indias" (¿Indias?....bueno, pero en 1854, ya menos...) Con lo que costaría imprimir entonces no ahorraban en caracteres y en tinta, no.
Qué familia tan lectora has tenido. En mi casa los ejemplares más antiguos eran la Enciclopedia con la que mi padre fue a la escuela en los años 40, ya sabes: un librito con todas la materias, y otro unas décadas más antiguo, de lecturas escolares. Pero lo curioso era que el más antiguo tenía un contenido modernísimo en comparación con el otro. Te explico. El de mi padre fue editado en lo más duro del franquismo, o sea que la Religión achicaba a la Ciencia, sin embargo el otro debía ser de tiempos de la República o quizá anterior y en la sección de Historia Natural se describían, aquello me divertía mucho, un montón de especies de dinosaurios y otros bichos antiquísimos, cosa que en el libro de los años 40 ni se insinuaba porque había una ocultación de la Evolución. La lástima es que al parecer, ese libro lo habían heredado mis hermanos de mis tíos (supongo que debía ser del padre de mi tío) y yo, quizá justamente pero de forma poco práctica, acabé "devolviéndoselo" a mi primita muchos años después de haber sido adoptado por mi familia.
carlos

Ángeles dijo...

Qué interesante, Carlos, eso de comparar libros de la época franquista y la anterior, y ver la diferencia de los contenidos, de la mentalidad implícita.
Lo de los dinosaurios me ha encantado.
Qué pena que lo devolvieras, pero qué honrado fuiste. Espero que tu prima lo haya conservado como lo hubieras conservado tú.

PD: sí, en mi familia siempre ha habido bueno lectores y amor por los libros :)

Anónimo dijo...

Espera que te cuento algo más de ese libro anterior al franquismo:
Más que los dinosaurios, que ya estaban muy vistos diez años antes de la jurasicparkmanía, me fascinaron las descripciones de los antiguos mamíferos gigantes. Y recuerdo que las descripciones eran muy divertidas y aveces despertaban mi asombro y hasta el miedo al imaginar aquellas criaturas que eran "medio patos, medio nutrias" por ejemplo hablando del ornitorrinco o, eso lo recuerdo literalmente, de un animal que era como un sapo del tamaño de una vaca.Supongo yo que seré cierto, je,je,je.
Y tenía una sección de Lengua con lecturas que a ti te habría gustado especialmente, por eso insisto en hablar de él, porque era muy divertida. Me lo recordó tu entrada sobre ese libro que encontraste muchos años después de haberlo perdido siendo pequeña, ese libro que en verso hablaba de personajes históricos, porque resulta que tenía un precedente hacía 50 años en el librito que te comento y es que recuerdo que había una especie de poesía en la que aparecían varios personajes históricos con nombres curiosos que se relacionaban con objetos cotidianos, como si los hubieran inventado ellos. Así por ejemplo de Fidias decía que había inventado los fideos, etc, etc. No era nada instructiva pero sí muy divertida.
carlos

Ángeles dijo...

Ay, qué bueno lo de Fidias.
Ya sabes lo que se dice: "Si la lección es divertida nunca se olvida". Seguro que los niños que estudiaron con aquel libro nunca olvidaron a Fidias, aunque no inventara los fideos, ja,ja.

Y lo del sapo del tamaño de una vaca, ¡qué miedo, pordió! ¡Y qué fascinante para un niño! (bueno, y para un adulto algo niño).

Gracias!