martes, 28 de junio de 2011

Una niña y unos libros



Ya he comentado en alguna otra ocasión que recuerdo muy bien –o por lo menos bastante bien- mi relación con los libros durante mi infancia.
Recuerdo, por ejemplo, que en mi casa había algunos libros que me llamaban la atención especialmente, que me atraían por algún motivo. 
Normalmente era porque no entendía el título.  Lo leía y releía, pero no sabía lo que significaba.
Es lo que me ocurría, por ejemplo, con El fenómeno humano de Teilhard de Chardin.
Bueno, en este caso es que ni siquera estaba segura de qué era eso de Teilhard de Chardin.
Otros me atraían porque  me daban  miedo, como  Rojo y negro, de Stendhal. Era un libro de tapa blanda, con el fondo verdoso y una ilustración de una especie de cara doble, o una cara y una máscara… La cuestión es que aunque me daba miedo -o precisamente por eso- con frecuencia iba yo al mueble en el que estaba el libro, lo cogía y lo miraba de refilón, sin atreverme a observarlo abiertamente, pero sin poder eludir tampoco la atracción extraña que ejercía en mí.
Cabe decir que siempre conservé la curiosidad por aquel libro, y que después, de mayor, lo leí y me gustó muchísimo, aunque no fuera de miedo.
Y otro que también me daba miedo, y pena, era una novela que se llamaba, si no me equivoco, El naufrago del espacio, y en cuya portada se veía un astronauta cabizbajo, caminando, o flotando, por el cosmos. Y yo me imaginaba al pobre hombre, allí, solo, en la inmensidad del universo, triste y abandonado a su suerte. Me daba escalofríos, y, efectivamente, iba una y otra vez a mirar la cubierta de aquel libro.
Ese no he llegado a leerlo, pero ahora creo que debía de tratarse de la novela de Gustave Le Rouge.

Esta sensación de atracción y emoción que me producían ciertos libros la experimenté también con aquel libro de cuentos de Poe que había en casa de unos familiares y que hoy día guardo yo como un tesoro.
Pero aparte de los libros de la familia, recuerdo los que fueron mis primeros libros, míos de mi propiedad.
Y estoy casi segura de que estos primeros-primeros libros fueron unos cuentos de hadas que formaban una pequeña colección.
Ya sé que no tiene mucho mérito acordarse de que unos cuentos de hadas fueran los primeros libros de una niña, pero es que me acuerdo perfectamente de esos libros en concreto.
Estaban encuadernados en tapa dura, de tamaño cuartilla, tenían poco grosor, y las portadas tenían unas hadas o princesas, blancas, de vaporosos vestidos y larga melena, sobre fondos azules y turquesa.
Y recuerdo también que cada cuento empezaba hacia la mitad de la primera página, y la primera letra era de esas grandes, de arabescos,  esas que a veces es difícil reconocer y que son tradicionales en los “Érase una vez…”


Recuerdo que los leía, o por lo menos los miraba, frecuentemente, y no me cuesta ningún esfuerzo verme a mí misma, sentada en el sofá de casa, pasando las páginas de esos libros una y otra vez.
Lo de manosear los libros siempre se me dio bien, la verdad.
También me acuerdo de varios clásicos infantiles, como Mujercitas, de Louisa May Alcott, que leí varias veces, y La pequeña Dorrit, de Dickens, que fue un regalo de mis tíos.
Era una edición en tapa dura,  tonos rojos, y con la imagen de una niña con unos manguitos de pieles. Y sé que junto con este me regalaron otro también de Dickens, aunque no recuerdo cuál.
Lo que si recuerdo es que esos no los leí. Quizá porque me parecían muy tristes, o quizá porque yo era en realidad una niña más de acción que de reflexión, inquieta y saltimbanqui.

Pero faltaba poco para el momento en que descubriría definitivamente los auténticos misterios y placeres de las historias encuadernadas, como veremos más adelante.






22 comentarios:

Anónimo dijo...

Nos dejas, Ángeles, con la miel en los labios; menos mal que hay una segunda parte...

Tengo la impresión de que hemos crecido entre bibliotecas muy similares (el sonoro Teilhard de Chardin también descansaba en una de mis estanterías paternas y "Rojo y negro" era uno de los bienes más preciados de mi progenitor) y que también muy parecidos han sido los sentimientos experimentados hacia los libros que nos rodeaban de niñas.

Yo también me recuerdo destrozando -a fuerza de sobeteo- "Mujercitas".

Pero he de confesar mi osadía: quizá comencé a leer demasiado pronto o quizá siempre fui demasiado torpe. El caso es que muchos de estos tesoros se quedaros ignotos a mis entendederas, y debo decir que de de lo mucho que leí entendí mucho menos de lo que hubiera deseado.

JuanRa Diablo dijo...

Tus recuerdos abren las compuertas de otros míos en los que, como tú, me veo curioseando por los tomos de la biblioteca de mi padre. Había muchos que me impresionaban y que precisamente por ello eran los que más hojeaba. Uno traía láminas de Durero y me encantaba mirarlas. Otro era sobre Mahoma en el que se veía una imágen de una mano cortada! (hazte una idea, en la imaginación de un niño...)

La atracción por los libros siempre me ha sido irresistible.
Y aún hoy, si voy a una casa por primera vez los ojos se me van a los lomos de los libros que pueda tener.
Continúa, continúa... :)

Soros dijo...

No sé por qué, pienso que todo el que escribe es una persona de acción. Si no lo fuera, tal vez, se conformara sólo con leer. Pero, quien escribe, desea aportar algo. Y, cuando lo hace bien, termina por hacernos visible un perfil que otros no observaron. Y, a veces, esa incitación a la acción se vuelve contagiosa y uno se tropieza con gente que, de otro modo, habría permanecido toda su vida silenciosa.
Saludos.

Ángeles dijo...

Gracias, Sara. Sí, yo también me puse a leer algunas cosas antes de tiempo. Pero como no las entendía, las abandonaba, y me quedaba con la sensación de ser la más torpe de Europa. Claro que esa sensación no se ha marchado nunca del todo.Ya se sabe, la infancia marca mucho ;-)

JuanRa, no me vas a creer, pero a mí también me atraía morbosamente un librito de historias religiosas, sobre mártires a los que decapitaban. No sabía lo que era 'decapitar' pero me imaginaba que sería algo horroroso, dado el tono general de las historias.
Y sí, a mí también se me van los ojos por las bibliotecas ajenas, a ver qué tienen por allí. ¿Seremos algo así como 'cotillas culturales'?
Thank you.

Soros, ahora que lo dices, creo que es verdad, que el que escribe es persona de acción, aunque sea de 'acción sentada'. Y desde luego sí que coincido contigo en que esa acción es contagiosa, e inspiradora, y estimulante. O sea, que está muy bien :-)
Saludos.

jaramos.g dijo...

¡Con cuánta emoción (y claridad) recuerdas los libros de tu infancia! Eso es muy hermoso. Los míos, aunque algo más desdibujados, son unos de formato pequeño, muy pequeño, que se publicaban bajo el título general de "Colección Ardilla", lógicamente. Eran acontecimientos muy destacados de la época "actual" y biografías. Y después, las "Hazañas bélicas" y los tebeos de humor. Por último, esperaba cada semana, con ansia casi, el fascículo de un "Don Quijote" en dibujos, que se editó por aquella época (antediluviana). Todos esos libros me ponían nervioso de entusiasmo. Salud(os).

Ángeles dijo...

jaramos, me encanta eso de "me ponían nervioso de entusiasmo". Es una forma muy expresiva de reflejar esa sensación.
Gracias por compartir tu experiencia.

Azote ortográfico dijo...

Oh, Ángeles, has abierto la caja de los truenos con esta entrada. Yo tengo innumerables recuerdos ligados a los libros (posiblemente derivados del hecho de que empecé a leer muy pronto, antes de los tres años).

Me acuerdo muchísimo de los Cuentos de la media lunita, recopilados por A. R. Almodóvar; de aquellos libros de la colección El Barco de Vapor, con títulos como Rastro de Dios y otros cuentos, de Montserrat del Amo, que incluso de adulta he vuelto a leer y me ha encantado como la primera vez. No obstante, si tuviera que quedarme con una sola colección, que verdaderamente ha marcado no ya mi niñez, sino mi vida entera (y no exagero), sería El Libro Secreto de los Gnomos. Alzo la vista y precisamente la tengo sobre mi cabeza, en una estantería en mi despacho, junto al DRAE, la nueva Ortografía y la Nueva gramática de la lengua española. Fíjate si seguirán teniendo importancia para mí.

Un día de estos te contaré alguna anécdota de marisabidilla derivada de la lectura de estos 25 tomos, jejeje.

¡Un abrazo!

Ángeles dijo...

Azote,qué precocidad la tuya, chica.
Es interesante eso de que has vuelto a leer de adulta algunos de tus libros infantiles y te han vuelto a gustar igual. Porque creo que es frecuente lo contrario -con películas pasa lo mismo-, y entonces se rompe la magia que se guardaba en nuestro corazón. Es un riesgo, pero si sale bien, entonces sí que hay magia!

Espero ansiosa esa anecdota, que seguro me va a encantar (porque yo, dentro de mis limitaciones, también tengo lo mío de marisabidilla).
Gracias por tu comentario, y encantada de tu vuelta a los ruedos.

MJ dijo...

Me ha gustado mucho tu entrada y me ha hecho recordar. Creo que la mayoría de los amantes de los libros empezamos de niños, mirando con curiosidad las estanterías con los libros de nuestros padres. Yo también me acuerdo de mis primeros libros, eran cuentos ilustrados, algunos troquelados con una muñeca preciosa en la portada. También recuerdo que seguía semanalmente una revista juvenil femenina que se llamaba "Jana" (parecida a la famosa "Esther") y conservo esos ejemplares como oro en paño. He buscado por internet el resto de la colección, o más historias de la protagonista, pero no he encontrado nada.
Por supuesto, también leí antes de tiempo algún que otro libro que no llegué a entender del todo.

Ángeles dijo...

Claro, MJ, es que nos puede la curiosidad y luego pasa lo que pasa... que queremos más.

¿Has probado en iberlibro.com? Puede que ahí encuentres a tu Jana.
Suerte.

loquemeahorro dijo...

Ese tipo de portadas eran obligatorias en aquellos años, no?

Esas que daban como miedo y que como bien has dicho, más bien parecía que te ibas a leer El Retorno de los Brujos.

Digo esa porque era uno de los pocos libros que había en mi casa, es más, juraría que mi madre se lo había leído y todo. Ese y el del Mildiu de la Vid (los dos grandes éxitos editoriales de nuestro cultísimo hogar)

Ángeles dijo...

¿El retorno de los brujos?
¿Mildiu de la Vid?
????
Si yo llego a ver esas portadas de pequeña no sé qué hubiera sido de mí :-)

Caricaturescu dijo...

Ángeles, me siento plenamente identificado con tu relato, tuve una experiencia muy similar. La pena es que tras la primera lectura describí profusamente mi primera aproximación al mundo de los libros, esas portadas por las que sentimos la fascinación de un primerizo. A la hora de publicar el comentario se borró... Este lo dejo a modo de prueba.

Ángeles dijo...

Vaya, Pedro, me quedo con las ganas de saber qué contenía ese primer comentario perdido... Pero espero enterarme por otros medios :-)

Gracias.

Anónimo dijo...

Yo creo que sé a qué cuentos de hadas te refieres. ¿Eran unos de editorial Toray (creo)? ¿Unos con dibujos preciosos que me parece que hacía una "dibujanta"? Yo tenía varios que me regaló mi hermana: uno muy chulo de un aguador de Granada que descubría una cueva con un tesoro, el de las Cabritillas y el que más me gustaba: La Espada y la Rosa con unos dibujos fantásticos de un pequeño caballero y un dragón terrorífico fantásticamente dibujado al que el caballero no pudo vencer con la espada pero doblegó con la belleza de la rosa, convirtiéndose el bicho en una bella dama que había sido encantada.

carlos

Anónimo dijo...

¿Puede ser que los cuentos de que hablamos en el comentario anterior a este estuvieran ilustrados por una tal Mª Pascual o Ana Pascual, o algo similar?
carlos

Ángeles dijo...

Pues no sabría decirte, Carlos. De aquellos cuentos solo recuerdo los detalles que comenté en la entrada. Yo era muy pequeña y no me fijaba en detalles como el nombre de la editorial o el ilustrador, y por desgracia no los conservé.
Pero muy probablemente los que tú dices sean más modernos ;)

Juan M de los Santos dijo...

Aunque ya no tenga mucho interés ni importancia, no puedo dejar pasar la oportunidad de reseñar que ese libro que mencionas como "naúfrago del espacio" y que yo sí leí, algún tiempo después de la época que describes es, en realidad, "El vagabundo del espacio", obra menor -creo- de uno de los grandes maestros que admiro y que varias veces hemos mencionado por aquí: Ni más ni menos que el gran Fredric Brown. Evidentemente yo, en aquella época no tenía ni idea de quien era este señor, ni posteriormente asocié aquella temprana lectura a las que más tarde devoré del mismo autor. Un día, andando el tiempo, recordé el libro y, gracias a las posibilidades que hoy nos brinda la omnipresente red, investigué un poco y...lo encontré
[img]http://www.tercerafundacion.net/imagenes/portada/P-00001332.jpg[/img]

Juan M de los Santos dijo...

Perdón por el "naúfrago" que ha matado al naufrago.
He intentado poner una imagen pero la maldita HTML (Hermandad Terrorífica Mundial contra Lelos) ha vuelto a burlarse de mí. En fín, poniendo en Google vagabundo del espacio / imágenes sale la famosa portada que mencionas.

Ángeles dijo...

Gracias, Juan M.
Las imágenes que he visto en Google no coinciden con la que yo tengo en el recuerdo, pero seguramente es que la memoria ha modificado la realidad.
Oye la Hermandad Terrorífica esa me ha dado mucho miedo, eh? :D

guille dijo...

Una niña que miraba los libros antes que las palabras.

Una niña sabia que intuía que dentro existía la posibilidad de observar otras vidas, de aprender, disfrutar y "aventurear".

Yo de mi muy lejano "de pequeño" leí todo lo que caía en mis manos, sin discriminar desde "aventura en..." hasta el Perez Galdos, pasando por agata christie y zane grey.

Eso si, "los clásicos" eran un peñasco. Lo divertido era Poirot.

Batidos todos cuando apareció el genial, incomprendido y proscrito pirata mejor del mundo mundial.

Ángeles dijo...

Pues quizá fuera eso, Guille, que aun sin entender mucho de lo que veía o intentaba leer, ya algo me decía que ahí había algo...

En cambio parece que tú lo tuviste muy claro desde el primer momento, y sobre todo desde que apareció el proscrito :)