martes, 8 de julio de 2008

Cuento. El regreso

El hombre caminaba sin prisa pero con paso seguro. Bajo el escaso peso de su mochila parecía ansioso por alcanzar su destino y al mismo tiempo temeroso de no encontrar lo que esperaba.
El paisaje era monótono, uniforme, sin sendas ni marcas de paso. Pero el hombre pisaba con decisión, como si conociera bien el lugar y la meta.
Después de varias horas de ese peregrinaje cansino y desolador, se detuvo. Bebió agua, miró al cielo, miró el terreno que ya había dejado atrás, y echó de nuevo a andar.
Era un alivio ver que hasta entonces nada había cambiado, y aunque no había ni un árbol, ni una valla, ni una hierba más alta que otra, aquella tierra desabrida, áspera y aburrida le resultaba acogedora.
Siguió adelante un rato más.
De pronto, el panorama empezó a cambiar. A lo lejos, tras un leve desnivel del terreno, apareció la copa de un árbol, un trazo verde en la lejanía que reconfortaba la vista y el alma.
A medida que el hombre avanzaba, el árbol iba poco a poco asomando, como si creciera con cada paso, y aunque el rostro y la actitud del hombre no se alteraron, el pajarillo de la felicidad revoloteó en su interior.

Al cabo de unos pocos pasos más apareció otro árbol, y luego otro, y otros muchos más, y entre ellos un tejado, y éste rodeado de otros, y aquí y allá unas suaves nubes de humo doméstico.

Efectivamente, nada había cambiado. Era maravillosa esa sensación de acogimiento, de vuelta a sí mismo, de seguridad.
Entonces se detuvo. Se detuvo y observó la estampa que tenía ante sí. Quería llenarse los ojos con su visión, quería retener el momento y las sensaciones. Quería paladear ese instante, necesariamente fugaz, para después, con el paso del tiempo, saber que no lo había dejado escapar. Años después llegaría la melancolía, y avisado ya por la experiencia, intentó abrazarse a ese momento, conservarlo y aprenderlo de memoria. No dejarlo pasar como se deja pasar cada instante de vida, sino hacerse plenamente consciente de lo que veía y lo que sentía, convirtiéndolo en algo que más tarde casi podría tocar, tan intenso sería el recuerdo.
Era el momento del regreso, el momento en que sentía la absoluta felicidad de la recuperación, del retorno al lugar y a la vida que en los días del dolor y el miedo había creído perdidos para siempre. Y ese momento permanecería en su memoria con la nitidez y la intensidad con que ahora lo estaba viviendo. No sería un mero recuerdo, sino una presencia.
Podría revivirlo, verlo de nuevo, y revivirse a sí mismo sintiendo lo que ahora sentía. Y entonces se diría: “Lo viví bien”. Y evitaría así las lágrimas por lo pasado, la pena por los instantes perdidos, la tristeza por su fugacidad y el dolor por lo irrecuperable.

Por fin, absorbido ya el momento, integrado por completo en su ser, el hombre inició de nuevo la marcha, aligerando el paso a medida que percibía no sólo ya imágenes sino también sonidos y olores.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado. Hay por el mundo muchas personas que podrían considerar el regreso como un fracaso, te fuiste por el mundo persiguiendo un sueño, buscando la felicidad (como dice aquella canción) y tienes que regresar. Pero esto es una visión pesimista. Existe ese otro regreso que tú comentas, el regreso a tus raíces, porque lo deseas, porque lo necesitas. Y me ha gustado tanto este relato porque muchas veces he intentado describir lo mismo que tú, esa sensación momentánea que queremos que se funda con nuestra alma y quede ahí para siempre, para revivirla con mucha más intensidad que un recuerdo, pero la verdad es que nunca he conseguido expresarlo tan bien como tú, me has dejado sobrecogida. Precioso, de veras.
MJ.

Anónimo dijo...

Espero que el caminante siga tan a gusto en su sitio de origen y que no se haya arrepentido de volver. Tiene que ser difícil de conformarse quien ha recorrido mucho mundo y de no andar siempre sufriendo la inseguridad y la duda de que quizá en la otra parte de donde regresó, no sería más feliz. Yo creo que de haber sido un trotamundos tendría siempre esa inquietud.

carlos

Ángeles dijo...

Tienes razón, Carlos, esa incertidumbre deben de sufrirla quienes van y vienen. Pero en este caso, el personaje regresa desde "los días del dolor y el miedo"; vuelve al hogar tras haber vivido algo tremendo. No, yo no creo que se arrepienta.

Gracias, como siempre.